El auge del capitalismo del desastre

La principal ambición del Movimiento Tecnócrata era crear un espacio geopolítico amplio bajo el nombre de «Technate» de América del Norte, que confluye con las intenciones imperialistas de Donald Trump en este su segundo mandato
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Quitando a algunos extraños tipos que podríamos tildar de “paranoicos” sin miedo al error clínico, la idea de que un pequeño grupo de personas dominan el mundo gracias a una conspiración general es falsa. Sí que podemos decir, a cambio, es que un pequeño grupo de personas trata de influir y hasta de dominar la opinión pública a través de la propaganda y de la manipulación; y que, asimismo, ese grupo limitado de personas de poder ha conspirado en momentos cruciales para dar giros bruscos a la política concreta de una nación e incluso de un amplio territorio del mapa mundial. Ese es, me temo, el triste caso de nuestro apocalíptico presente desde la pandemia del 2020: un gobierno comandado por tecnócratas asesorados por “expertos” a su vez sometidos a los designios de las Inteligencias Artificiales.

En el curso de la Historia encontramos numerosos grupos de poder que, empleando religiones y sociedades secretas, así como técnicas de control derivadas de la magia, el ocultismo o de la psicología, se han sentido legitimados para regir el destino de grandes capas de la población mundial. Hoy en día, con la reciente instalación de una tecnocracia en Occidente gracias al trabajo de décadas de think tanks e instituciones a sueldo de la familia Rockefeller y el Complejo-Militar-Industrial-Tecnológico como el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) o la Comisión Trilateral (TC), resulta difícil negar que por lo menos en el último siglo y medio existe un acuerdo dentro de la élite para limitar ciertos problemas sociales como la superpoblación o la deriva del clima. El medio para acotar y pautar dichas problemáticas recibe un nombre técnico: es la ingeniería social. Algo que, desde nuestro punto de vista, resulta tan mortal como la más peligrosa de las pandemias que podamos imaginar.

Estas élites usan sin ningún tipo de escrúpulo las catástrofes (guerras, desastres climáticos, epidemias) como ocasiones ideales para implementar sus modelos sociales, tal y como explicó Naomi Klein en su libro La doctrina del Shock (2007), donde la autora señala las conexiones entre la Escuela Monetarista de Chicago (Chicago Boys), dirigida por Milton Friedman, y el régimen dictatorial de Augusto Pinochet en Chile, que arrebató a Salvador Allende de la presidencia mediante la fuerza. Implantar políticas tecnocráticas a costa de la democracia habría sido imposible sin la ayuda de una represión terrible puesta en marcha junto a técnicas «de control mental» mediante trauma, extraídas de los «manuales de tortura KUBARK» del proyecto MK-Ultra de la CIA en el marco de una grave crisis social y política.

El libro de Klein, aparecido en 2007, no sólo anticipó la política de destrucción de las clases medias a nivel global durante la recesión económica de 2008, sino que es el mejor texto para entender lo que las élites tecnocráticas pretenden lograr con la llegada de Elon Musk, de la mano de Donald Trump, a la Casa Blanca: adelantar de forma extraordinaria la consecución de sus objetivos globalistas en materia de Ingeniería Social.

No hay más que acudir a lo dicho en el último “Foro económico de Davos” para descubrir de aquello a lo que estamos aludiendo: se trata de implementar en Occidente el modelo “mixto” chino admirado por Klaus Schwab. Esa suma de socialismo y capitalismo sólo será posible gracias a la combinación mediante el catastrofismo: «Esta forma fundamentalista del capitalismo siempre ha necesitado de catástrofes para avanzar». ¿Y qué catástrofes son esas? Leamos: «Algún tipo de trauma colectivo adicional, que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático». En definitiva, «El miedo y el desorden como catalizadores de un nuevo salto hacia delante». Así es nuestro mundo en el año de 2025.

Y en eso estamos: ahora el capitalismo ha ido más allá de sus propias limitaciones y, sintetizando la experiencia histórica del socialismo tanto en su versión nacionalsocialista como en su versión soviética, ha alumbrado un nuevo sistema totalitario que Milton William Cooper anticipó hace décadas: «El Nuevo Orden Mundial será un régimen socialista totalitario que nos hará esclavos de un sistema de control económico sin dinero en efectivo». Porque eso es justo lo que pretende Elon Musk, completando el viejo sueño tecnocrático que ideó su abuelo materno, el quiropráctico Joshua N. Haldeman, como parte de un proceso mayor: la utopía del Tecnato de América que fue ideada en la década de 1930.

El abuelo materno de Musk se hizo millonario ejerciendo de quiropráctico en Canadá, pero decidió seguir los pasos de su admirado Cecil Rhodes, una de las figuras más importantes del angloimperio protestante, y se marchó a Sudáfrica, país de origen de Musk, para perseguir nuevas oportunidades políticas, ya que, como filonazi y racista biológico que era, Joshua N. Haldeman veía en el apartheid un floreciente mundo de posibilidades por descubrir para mayor gloria de la «Civilización Blanca». Antes de la IIGM, entre los años entre 1936 y 1941, Haldeman se destacó como figura de relevancia en un partido político minoritario, ligado al Movimiento Tecnocrático (Technocracy Incorporated), que pretendía sustituir la democracia por el gobierno de los tecnócratas, de la mano de los nuevos descubrimientos tecnológicos.

El Movimiento Tecnocrático fue fundado entre la ciudad de Nueva York en 1919 y la Universidad de Columbia en el año de 1933, de la mano de Marion King Hubbert y Howard Scott, que en plena posguerra mundial y período de Gran Depresión abogaban por una revolución de los ingenieros cuyo fin era gobernar la sociedad en base a criterios técnicos, si bien Haldeman fue su más destacado miembro, además de un consumado practicante de espiritismo según criterios teosofistas. Admirador del socialismo al tiempo que defensor acérrimo del capitalismo, Haldeman se unió al Movimiento Tecnocrático justo cuando se producían los preparativos para el así llamado Complot Empresarial, un plan en último término abortado para derrocar a Roosevelt.

Con varias eminentes fortunas involucradas en la conspiración, este Complot Empresarial (el Wall Street Plot) dirigido por un grupo de grandes financieros pretendía rescindir la democracia para a cambio imponer un gobierno de clara orientación filofascista en los Estados Unidos. Todo hubiera salido a la perfección si no llega a ser porque el general Smedley Darlington Butler, el militar más condecorado de la Historia, además de un pacifista convencido que afirmó con conocimiento de causa que «la guerra es un latrocinio», se negó a dirigir el Golpe de Estado, así como el posterior gobierno militar dirigido en la sombra por grandes empresarios.

En 1933 Butler testificó ante el Comité McCormack-Dickstein del Congreso de los Estados Unidos sobre este intento por arrancar al pueblo norteamericano la soberanía nacional, pero el asunto fue ignorado por la prensa y cayó en el olvido tras un par de detenciones intrascendentes. En los mismos años, el magnate Howard Hughes sufrió las consecuencias, desde otro ámbito, de enfrentarse a los intereses de ese mismo Deep State que, con el paso de las décadas, haría caer, de una forma o de otra, a sucesivos presidentes que no seguían sus directrices con la lealtad esperada: Dwight D. Eisenhower, John Fitzgerald Kennedy y, por supuesto, Richard Nixon. Todos ellos fueron presionados, asesinados o expulsados del Poder por un grupo en la sombra de tecnócratas regidos por sus propios intereses militares e industriales: puro capitalismo del desastre.

La principal ambición del Movimiento Tecnócrata era crear un espacio geopolítico amplio bajo el nombre de «Technate» de América del Norte, que confluye con las intenciones imperialistas de Donald Trump en este su segundo mandato. No olvidemos, en ese sentido, el árbol genealógico del propio Presidente: su padre, Fred Trump, fue un estrecho colaborador de la Sociedad John Birch, que es junto a la RAND Corporation el mayor grupo de influencia de inspiración militar en lo que se conoce como Complejo-Militar-Industrial-Tecnológico.  Musk, dueño de la empresa Tesla, está ligado al legado del célebre inventor, como antes Trump, sobrino de John G. Trump, que comercializó sin permiso del propio Nikola Tesla algunos de sus inventos. Ninguno de los dos es la alternativa al Sistema, sino un miembro de cuna de la nueva nobleza que pretende hacer efectivos los viejos sueños de la tecnocracia.

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