Disneyland Europa

Un gran parque temático, un inmenso Disneyland Europa, lugar de diversión y entretenimiento, pero que, como los museos, será un conjunto de hermosos recuerdos de un pasado muerto
The post Disneyland Europa first appeared on Hércules.  A pesar de lo que afirmaba Karl Marx en El 18 de brumario de Luis Bonaparte y de lo que creían los griegos, la historia nunca se repite, ni siquiera como farsa. Es cierto que en ocasiones hay situaciones muy similares, pero jamás idénticas. Es lo que ocurrido en la Conferencia de seguridad de Múnich, tras las declaraciones de Donald Trump acerca del futuro de Ucrania y el fin de la guerra. Fácilmente se ha recordado lo que ocurrió en la capital bávara en 1938, cuando Chamberlain y Daladier entregaron los Sudetes a Hitler con la esperanza de evitar la guerra. Un ejemplo de cómo las políticas de apaciguamiento no dan resultados cuando el pretendidamente apaciguado ve las concesiones como signo de debilidad. Alemania ocupó la región checoslovaca y al año siguiente, tras la invasión de Polonia, comenzó la Segunda Guerra Mundial

Pero Trump no es Chamberlain, ni Putin es Hitler y Rusia no se encuentra en la misma posición de fuerza que el III Reich. Seguramente el Kremlin necesite la paz tanto como Ucrania, y aunque las ansias expansionistas rusas sigan ahí, habrá de esperar a recomponerse para iniciar nuevas aventuras. El presidente norteamericano lo sabe y, más allá de su tono bronco, busca de un modo rápido y eficaz cerrar el conflicto. Veremos, por la complejidad de la región y las heridas abiertas. Además, a través de su vicepresidente, ha recordado a Europa la necesidad de aumentar su nivel de capacidad defensiva. Pero del discurso de Vance lo que ha quedado es la crítica profunda que hizo al funcionamiento de la Unión Europea y de lo que consideraba eran retrocesos de los valores democráticos. Un discurso marcado, a los ojos europeos, por la prepotencia y la altanería. Pero Vance, a pesar de su  arrogancia, ha puesto el dedo en la llaga. Porque la situación de Europa dista mucho de corresponder a los principios que decimos profesar y defender.

Si tras la Segunda Guerra Mundial el sueño europeo trató, partiendo de las bases del humanismo cristiano de los grandes fundadores del proyecto, de alejar de una vez por todas el fantasma de la guerra, especialmente por el tradicional enfrentamiento entre Francia y Alemania, que desde la guerra franco-prusiana de 1870 había desangrado el continente en dos ocasiones más, la actual Europa ha devenido una macroestructura burocrática, cada vez más alejada de la ciudadanía y de sus intereses. El europeísmo, que logró construir una sociedad próspera, libre y democrática, y que en la España del final del franquismo era el gran horizonte en el que debía insertarse nuestro país, está en auténtico retroceso. El movimiento integrador no sólo ha quedado interrumpido, sino que, además, se ha visto superado por corrientes centrífugas que ya han sacado al Reino Unido, mientras en otros países comienzan a oírse voces similares de abandono de la Unión.

Cabría preguntarse cuando se torció todo. Tal vez desde el momento en el que se olvidaron aquellos principios humanistas que, no obstante su impronta cristiana, eran capaces de ser asumidos por toda la población. Cuando se primó lo económico sobre otras realidades, pretendiendo incluso que una Turquía que está en pleno proceso de reislamización, entrara a formar parte de la familia europea, con el peregrino argumento de que una parte de su territorio está en el continente –con esa justificación, España debería pedir su ingreso en la Unión Africana-. Pero Europa es, o debería ser, algo más que una mera referencia geográfica o económica.

Otro de los graves problemas que nos afectan es el de la irrelevancia internacional que se ha puesto de manifiesto en los proyectos que se han expuesto para lograr la paz en Ucrania. Parece que, a aunque la guerra está a nuestras puertas, no tenemos que decir nada al respecto. Pero para tener voz, haría falta que en Europa tuviéramos líderes de prestigio. Y mirando a nuestro entorno, no se encuentran. Vivimos, y no sólo en España, un momento de gran mediocridad entre la clase política. Carecemos de grandes figuras que puedan ser no sólo puntos de referencia a nivel nacional sino sobre todo, líderes que guíen a Europa en la búsqueda del futuro. Un futuro en el que se nos plantean grandes retos, pero que parece que la lenta burocracia de Bruselas es incapaz de afrontar con agilidad. Este es una de las mayores cuestiones a resolver, la superación de una máquina burocrática que es vista cada vez más por parte de la ciudadanía como un pesado e ineficaz entramado, que complica la vida de los europeos con una maraña de leyes, reglamentos, normas, que están en la base de muchos de los retrasos del continente a nivel industrial y económico con Estados Unidos y China.

Una Europa en la que, en nombre de un multiculturalismo que intelectualmente es un fiasco y en el plano de la realidad ha manifestado su más rotundo fracaso, se ha visto cómo se han generado ghettos donde los valores que supuestamente decimos defender de igualdad, de libertad, de reconocimiento de derechos, son conculcados, sin que se pueda denunciar bajo el riesgo de ser señalado por el dedo acusador de los políticamente correctos. Un continente envejecido, que progresivamente se va convirtiendo en una gloriosa e ilustre reliquia, un gran museo objeto de contemplación por parte de turistas chinos, rusos y norteamericanos. Un gran parque temático, un inmenso Disneyland Europa, lugar de diversión y entretenimiento, pero que, como los museos, será un conjunto de hermosos recuerdos de un pasado muerto, que sólo sirve para evocar con nostalgia.

Nuestro reto, como europeos, es evitar ser ese triste y bello Disneyland Europa.

Convertirnos en un gran parte temático

Fracaso del multiculturalismo

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