El Legislador español, encandilado por la magia de las palabras, quiere expresar su repulsa hasta en la dureza del lenguaje. Lo malo es que se meten dentro del mismo saco conductas demasiado dispares: por muy asqueroso que sea, no es lo mismo un beso que una violación
The post Rubiales y el beso soviético first appeared on Hércules. “Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este beso mortal”
He aquí el título que acompaña al celebérrimo grafiti del pintor ruso Dimitry Vrubel, todavía visible en los restos del muro de Berlín. Es un retrato de dos antiguos dictadores socialistas de la Europa del Este: el alemán Honeker y el ruso Brezhnez, que se besan apasionadamente en los labios. No es fruto de las fantasías inconfesables de un artista pervertido, sino la representación de un encuentro real sucedido en 1979, cuando ambos países, acuciados por la crisis que terminaría rasgando el telón de acero, buscaban “estrechar” sus relaciones.
Menudo asco que me ha hado siempre el morreo de esos dos viejos babosos, tan encorbatados y trajeados, en lo que se supone que era un serio acto diplomático ¡Menos mal que soy español! En la piel de toro no se estilan tan bárbaras costumbres. Figúrate si, como juez, tuviese que saludar de esa guisa a los abogados cada vez que celebro un juicio.
Esta historia me vino a la cabeza al conocer la condena de Luis Rubiales, expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, por haber besado en los labios sin su consentimiento a la centrocampista Jenni Hermoso. No me hubiese gustado estar en la piel de la joven, cuando, sin comerlo ni beberlo, se le echó encima ese tipo.
Por cierto, la ignorancia es muy atrevida, tanto es así que un día le expliqué a un magistrado venido de Varsovia que los españoles, a diferencia de lo que es común entre los pueblos eslavos, no saludábamos a los compañeros de trabajo frotando los labios. “Los polacos no hacemos esas cosas”, me replicó indignado. Llevaba razón, la imagen del muro de Berlín no reflejaba una costumbre exótica, como yo pensaba, sino el “beso soviético”, practicado por Stalin como instrumento de dominación política. No es de extrañar, por tanto, que la futbolista se hubiese sentido acosada cuando su jefe invadió su intimidad con tan repugnante osadía.
Ahora bien, reconozco que me chocó muchísimo que la condena a Rubiales fuese por “agresión sexual”. ¿No sería más apropiado denominar esos delitos, como era hasta hace poco, “abuso sexual”? Pues parece que no. El Legislador español, encandilado por la magia de las palabras, quiere expresar su repulsa hasta en la dureza del lenguaje. Lo malo es que se meten dentro del mismo saco conductas demasiado dispares: por muy asqueroso que sea, no es lo mismo un beso que una violación. Y, peor aún, se banalizan terminológicamente aquellas agresiones de mayor gravedad, incluso las que comprometen la vida de la víctima.
Por eso, para dar más fuerza a este artículo mío, diré lo mismo pero en alemán, que suena más fuerte (no olvides, querido lector, vocalizarlo con acento malvado, como los villanos de las películas en blanco y negro):
“Mein Gott, hilf mir, diese tödliche Liebe zu überleben”.
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