Las tres grandes mentiras de Trump sobre los aranceles

Si este dislate de equilibrar cuentas se mantiene, el mundo se encamina de cabeza a una nueva guerra comercial de primer orden y, por tanto, a una posible recesión mundial
The post Las tres grandes mentiras de Trump sobre los aranceles first appeared on Hércules.  La desnortada deriva proteccionista que defiende el presidente de EEUU, Donald Trump, se sustenta sobre tres grandes mentiras, a cada cual peor, cuyo único objetivo no es otro que cargar contra la globalización económica. Es decir, el libre comercio internacional.

La primera y más evidente tiene que ver con su ya famoso emblema de Make America Great Again. Esto de hacer grande América de nuevo suena muy bien como eslogan de campaña, pero no deja de ser un eficaz maniqueísmo, ya que EEUU no ha dejado de ser grande en ningún momento.

Los norteamericanos siguen siendo la primera potencia del mundo. Su peso sobre la economía global se ha mantenido más o menos estable en los últimos 50 años, en torno al 25% del PIB mundial, antes y después del colapso de la Unión Soviética y la paulatina incorporación de China y otras potencias emergentes en el comercio mundial.

Pero es que, además, los ingresos de los hogares estadounidenses han mejorado de forma muy sustancial en este período, puesto que las rentas bajas y medias han caído de forma sustancial, sí, pero por la sencilla razón de que se han convertido en rentas altas, tras multiplicarse por tres. Hoy por hoy, casi el 40% de las familias ingresa 100.000 dólares al año o más.

La segunda gran falacia tiene que ver con la desindustrialización. Trump ansía la recuperación de la gran industria estadounidense, con la consiguiente reapertura de fábricas y el aumento del empleo manufacturero. Sin embargo, semejante pretensión no es buena per se. EEUU es una economía de servicios, con un peso superior al 70% del PIB, y le ha ido muy bien así. La pérdida de industria se remonta a los años 40 y, desde entonces, se ha producido de forma constante e ininterrumpida, con más y menos libertad comercial a nivel global.

No es algo nuevo ni necesariamente negativo. Al igual que hace dos siglos, con el nacimiento y auge del capitalismo, fueron muchos los países que transitaron de una economía agrícola a otra industrial, experimentando una sustancial mejora, el tránsito durante buena parte del siglo XX ha sido de la industria al sector servicios, sin que ello haya supuesto merma alguna en el enriquecimiento de la población, más bien al contrario. De hecho, ahora mismo, medio mundo está inmerso en otra profunda revolución productiva relacionada con la digitalización y las nuevas tecnologías. Y, nuevamente, será algo muy positivo.

Los norteamericanos, sencillamente, no quieren trabajar en fábricas cosiendo zapatillas o ensamblando teléfonos, tal y como hacen en China, Vietnam o Camboya. Ellos compran zapatillas y teléfonos, no tienen necesidad de fabricarlos, dedicándose al sector servicios, donde cobran sueldos mucho más altos y disfrutan de empleos mucho más cómodos.

Y el tercer gran error de Trump, el más grave, tiene que ver con el déficit comercial. El presidente de EEUU no amenaza con aranceles para que el resto de países eliminen los suyos, sino que pretende eliminar el desequilibrio comercial que mantiene EEUU con cada uno de ellos. Y eso, simple y llanamente, es una soberana estupidez. El déficit comercial no es un problema en sí mismo. EEUU registra déficit desde los años 70 y eso no ha impedido una fuerte creación de riqueza y empleo. De hecho, curiosamente, presentó superávit durante la Gran Depresión y eso no evitó que decenas de millones de estadounidenses cayeran en la más absoluta pobreza.

Importar más de lo que se exporta no empobrece un país, al contrario, refleja una economía fuerte con consumidores activos y empresas que demandan bienes de capital y consumo. Además, el déficit comercial suele ir acompañado de un superávit en la cuenta de capital, de modo que otros muchos países invierten en EEUU, equilibrando así su flujo financiero total.

Eliminar el déficit comercial es completamente absurdo. Es como si usted, que acumula un déficit con su peluquero porque todos los meses se va a cortar el pelo y paga por ello, le exigiese que compre sus servicios, pese a ser portero de discoteca, para, de este modo, equilibrar la balanza. Pues esto mismo es lo que exige Trump a sus socios. Que los camboyanos, por ejemplo, compren a los americanos decenas de miles de millones de dólares en productos que no quieren, no necesitan o no se pueden permitir para, a cambio, compensar los bienes que sí demandan desde la primera potencia mundial.

Si este dislate de equilibrar cuentas se mantiene, el mundo se encamina de cabeza a una nueva guerra comercial de primer orden y, por tanto, a una posible recesión mundial.

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