Pascua de resurrección

Estos días se convierten en un tiempo privilegiado para tener, independientemente de la vivencia espiritual y religiosa del creyente, una experiencia estética de carácter único accesible a cualquiera
The post Pascua de resurrección first appeared on Hércules.  El primer plenilunio de primavera trae, para cristianos y judíos, la celebración de las fiestas pascuales. Dos celebraciones íntimamente unidas, pues la Pascua cristiana, instituida por Jesús, se inserta en el marco celebrativo de la Pascua del pueblo de Israel, con la que conmemora, año tras año, la liberación de la esclavitud que padecieron los israelitas en Egipto. Según relata el libro del Éxodo, en el que se narra este acontecimiento, Moisés estableció dicha festividad, para recordar, haciendo memorial –que no es sólo memoria, sino actualización del hecho conmemorado-, que Yahvé libró a los descendientes de Jacob de la muerte de los primogénitos, última de las diez plagas con las que azotó al pueblo egipcio, hecho que obligó al faraón a dejarles salir de su país y de este modo, alcanzar la libertad, tras pasar el Mar Rojo, donde murieron ahogadas las tropas egipcias. Esa noche es festejada con la cena pascual, en la que se come, después de las hierbas amargas que evocan la esclavitud padecida, el cordero, al igual que hicieron los hebreos en su última noche en Egipto, aquellos corderos cuya sangre untada en las puertas les protegió del ángel que exterminó a los primogénitos egipcios. Jesús de Nazaret, en el contexto de una cena pascual, la Última Cena, transformó la celebración de la Pascua judía en la de la Pascua de los cristianos, la Eucaristía, en la que el pan partido y repartido, y la copa de la bendición se convierten en el memorial de su muerte y resurrección, siendo él el cordero que se ofreció sacrificialmente en la cruz para salvar a la humanidad de la muerte y del pecado. El evangelista Juan, al narrar la muerte de Jesús, hace especial hincapié en cómo ésta se produce a la hora en la que en el Templo de Jerusalén eran sacrificados los corderos de la Pascua, y cómo, al igual que a estos, tal como estaba preceptuado ritualmente, a Jesús tampoco le quiebran los huesos. En la teología cristiana, Jesús es el Cordero de Dios ofrecido en un altar, la cruz, en expiación por los pecados de la humanidad, evocando otra fiesta judía, el Yom Kipur o Día de la Expiación.

Los primeros cristianos celebraron, durante casi dos siglos, la Pascua, que originalmente era una sola celebración, el 14 de Nisán, el día de la luna llena, igual que los judíos, cayera en el día de la semana que fuese. A partir del siglo II se comenzó a celebrar por parte de todas las comunidades cristianas la noche del sábado al domingo posterior a la luna llena, insistiendo en el hecho, no tanto de la muerte, sino de la resurrección, acontecimiento central de la fe en Jesús como Hijo de Dios. Esta única celebración, a partir del siglo IV, influida por los peregrinos que iban a Tierra Santa, donde había actos litúrgicos en los lugares vinculados a la vida y hechos de Jesús, como la veneración de la Cruz, se fue desglosando a lo largo de diferentes días, comenzando con el recuerdo de la entrada en Jerusalén el Domingo de Ramos, la institución de la Eucaristía el Jueves Santo; la muerte el Viernes Santo; la sepultura el Sábado Santo y en la noche de éste al domingo, la resurrección. Un proceso de siglos en los que la devoción de los fieles fue generando un conjunto de expresiones de gran riqueza cultural.

En España la Semana Santa ha adquirido una dimensión que la hace única. La espiritualidad surgida tras el Concilio de Trento, insertada en una amplia corriente de renovación nacida al final de la Edad Media y que produjo una Reforma católica previa a la ruptura de Lutero, desplegada en el esplendor artístico y cultural de los siglos XVI y XVII, condujo a la creación de un patrimonio material e inmaterial excepcional. Ya sea en ciudades como Sevilla, Valladolid, Granada o Toledo, o en la más pequeña y remota aldea, encontramos una amplia diversidad de expresiones religiosas, artísticas, devocionales que configuran un modo muy particular de vivir estos días. Por eso la Semana Santa en España no es sólo una celebración religiosa, sino que está entrañada en lo más profundo de la tradición cultural del país, configurando mentalidades, generando riqueza económica, revitalizando espacios, cohesionando comunidades. Es memoria viva de nuestra historia multisecular. Un legado que, independientemente de la fe de cada uno, es un patrimonio que hemos de valorar y cuidar.

Nuestras raíces más profundas, como en otras ocasiones he recordado, se hunden en la doble confluencia de la cultura grecorromana y la experiencia religiosa judeocristiana. Sin ambas no se entiende lo que somos, ni nuestro pasado ni muchas de las cuestiones del presente. Estos días lo vemos de un modo evidente en cada una de nuestras poblaciones, que expresan ese legado con una idiosincrasia particular, fruto del enriquecimiento que generación tras generación ha venido experimentando ese humus en el que fue germinando nuestra tradición. El esplendor barroco de la Madrugá sevillana tiene poco que ver, aparentemente, con la Tamborada de Tobarra; o los empalaos de Valverde de la Vera con el traslado del Cristo de Mena en Málaga, por señalar algunos ejemplos. Pero en su diversidad corresponden a un origen común, la concreción de una celebración, la de la muerte y resurrección de Cristo, en unos espacios geográficos, sociales, culturales e históricos específicos.

Estos días se convierten en un tiempo privilegiado para tener, independientemente de la vivencia espiritual y religiosa del creyente, una experiencia estética de carácter único accesible a cualquiera. El contemplar, en la oscuridad de la noches, una procesión, penetrados del olor cálido y dulce del incienso, de la fragancia que llega de los exornos florales que adornan los pasos, conmovido el espíritu por la música, en esa atmósfera especial en la que titilan las luces de las velas, es, para cualquier persona con sensibilidad, un momento de especial intensidad y conmoción interior.

Por todo ello, cuando judíos y cristianos estamos celebrando nuestras respectivas Pascuas, sólo me queda desear, a quienes han vivido el Pésaj, Jag Pésaj Sameaj!, y al resto de mis lectores ¡Feliz Pascua de Resurrección!

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