Esteban plantea un futuro líder nacionalista musulmán mientras el partido defiende la pluralidad religiosa frente a las críticas
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El Lehendakari, Imanol Pradales, en la celebración del Aberri Eguna en la Plaza Nueva de Bilbao // DAVID DE HARO – EUROPA PRESS
En un contexto de transformación social y cambio demográfico en el País Vasco, el PNV ha situado la cuestión de la inmigración y la pluralidad religiosa en el centro del debate político, justo cuando se intensifica la precampaña para las elecciones autonómicas.
Esteban abre la puerta a un “Hasan Diop” al frente del nacionalismo
En un gesto que ha despertado estupor y polémica, el portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, afirmó públicamente que su sucesor podría llamarse “Hasan Diop”, en referencia a la posibilidad de que un musulmán lidere el nacionalismo vasco. La frase, lejos de ser una anécdota, revela hasta qué punto el partido fundado por Sabino Arana se ha alejado de sus raíces identitarias y se ha sumado a un discurso de integración multicultural que pone en cuestión la identidad vasca.
En plena precampaña para las elecciones autonómicas, esta declaración no parece casual. Se inscribe en una estrategia bien calculada por parte del PNV para proyectar una imagen de apertura y modernidad, aunque ello implique renunciar al principio de continuidad cultural e identitaria sobre el que se construyó históricamente el nacionalismo vasco.
Del nacionalismo vasco al relativismo cultural
Lejos queda ya el PNV que defendía el arraigo, la lengua y las tradiciones vascas. El partido actual, dirigido desde Sabin Etxea, abraza sin matices un discurso globalista que equipara cualquier procedencia, cultura o religión con la identidad vasca, como si esta fuera intercambiable o meramente administrativa. La pluralidad religiosa, afirman sus portavoces, es una muestra de evolución. Pero para muchos vascos, lo que está en juego es mucho más que la tolerancia: es la supervivencia cultural en una sociedad cada vez más fragmentada.
Desde el propio partido, se justifica esta posición con argumentos sobre la “nueva Euskadi” y el cambio demográfico. Miles de inmigrantes, especialmente de países musulmanes como Marruecos, Argelia o Senegal, se han asentado en el País Vasco, y el PNV cree que no sólo deben integrarse, sino también liderar y representar políticamente a los vascos. Lo que para algunos es integración, para otros es claudicación: un abandono progresivo del papel central de la identidad vasca en su propia tierra.
La islamización como modelo político
Uno de los episodios más reveladores de esta deriva fue la subvención, por parte del Gobierno vasco, de un libro que defendía el velo islámico como símbolo de protesta, allá por 2017. Una acción que ya en su momento resultó incomprensible para muchos ciudadanos que consideran el velo un signo de sumisión y segregación femenina, y no una reivindicación social.
Las críticas desde la derecha no se han hecho esperar. Acusan al PNV de blanquear el islamismo político y de convertir el País Vasco en laboratorio de una sociedad islamizada, donde las raíces culturales propias son relativizadas o directamente ignoradas. Pero el partido insiste en que “la convivencia se construye desde el reconocimiento del otro”, aunque ese “otro” no reconozca ni comparta los valores fundamentales de la sociedad vasca.
Debate interno sobre identidad e integración
Las declaraciones de Aitor Esteban y la política de integración del PNV se han convertido en uno de los focos del debate público en la precampaña vasca. Mientras sectores progresistas valoran el mensaje como una apuesta por la diversidad y la inclusión, sectores más conservadores temen una pérdida de cohesión cultural e identitaria.
Analistas políticos advierten que este tipo de mensajes pueden influir en el comportamiento electoral, especialmente entre votantes tradicionalistas del nacionalismo vasco. También destacan que el PNV busca diferenciarse de la izquierda abertzale en cuestiones sociales, marcando un perfil integrador pero institucional.
En paralelo, el crecimiento de comunidades inmigrantes en Euskadi, en especial de origen musulmán, está generando un nuevo escenario político y social. Según datos del INE, el País Vasco cuenta con más de 120.000 residentes de origen extranjero, una parte significativa de ellos procedentes del Magreb y África subsahariana. Este cambio demográfico plantea nuevos retos en materia de convivencia, representación política e integración cultural, que los partidos abordan de manera desigual.
El escenario electoral vasco se presenta, así, como un espacio donde confluyen debates sobre inmigración, religión, identidad nacional y modelo de sociedad. La posibilidad de que un futuro líder nacionalista vasco no comparta las raíces tradicionales del país ya no es una hipótesis remota, sino parte del nuevo relato que impulsa una parte del nacionalismo institucional.
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