La teología de Francisco, que ha guiado su praxis, proviene de la llamada Teología del Pueblo, una corriente teológica nacida en Argentina tras el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín, que pone al pueblo como sujeto privilegiado de atención, y dentro de él, a los marginados
The post El complejo legado del papa Francisco first appeared on Hércules. Cuando el domingo de Pascua el papa Francisco, para sorpresa y alegría de los fieles,salió a la logia central de la basílica de San Pedro a impartir la bendición, nadie podía sospechar que a las pocas horas se produciría su fallecimiento. Muchos incluso lo interpretaron como signo inequívoco de la favorable evolución del pontífice. Sin embargo, la mañana del lunes nos sorprendió con la noticia de la muerte del primer papa hispanoamericano. Inmediatamente, en todos los medios de comunicación comenzaron a aparecer valoraciones de lo más diverso acerca de estos años de pontificado, surgiendo a la par, como si se tratara de setas, un numeroso grupo de “vaticanólogos” que se han puesto a pontificar –nunca mejor dicho- sobre la figura de Francisco y sobre el perfil del próximo papa. Dejando a un lado la previsible evolución de los “todólogos” televisivos, que han ido pasando de hablarnos de la pandemia, el volcán de la Palma, la guerra de Ucrania o la crisis generada por Trump, a ser verdaderos “expertos” en todo lo referente al Vaticano –con la ayuda imprescindible de haber visto la película Cónclave-, y cuyos comentarios muestran una insustancialidad y una ignorancia supina, hemos podido leer o escuchar reflexiones más profundas, que nos recuerdan que el paso de Francisco por la sede de Pedro ha sido más compleja de lo que simplificaciones basadas en esquemas muchas veces políticos quieren mostrarnos. Encerrar a Francisco en la dialéctica derecha-izquierda es imposibilitarse para entender sus doce años como obispo de Roma.
Para comprender la personalidad de Jorge Bergoglio es muy conveniente acercarse a la visión que de sí mismo da en sus recientemente publicadas memorias, Esperanza. Un título que refleja en sí mismo una de las claves de su vida, antes y después de su elección como romano pontífice. Un argentino cuyas raíces estaban en la emigración italiana posterior a la Gran Guerra, algo que no quiso olvidar. No se puede entender a Francisco sin su contexto vital, en una Argentina que ha padecido a lo largo del siglo XX grandes convulsiones. Y junto a ello, su vocación como jesuita. Estas dos realidades explican el modo particular como Francisco ha guiado a la Iglesia durante sus años de papado.
Francisco ha sido un papa que ha generado pasiones encontradas, no sólo entre los católicos. Muchos, también fuera de la Iglesia, vieron en él una figura de referencia, un líder espiritual que marcaba nuevos rumbos y que les ofrecía, como simbólicamente representa la columnata de Bernini, el abrazo de Pedro, un abrazo expresión de la gran idea fuerza de su pontificado, la misericordia. Francisco ha tratado de hacer presente, en un mundo en el que hay demasiados excluidos, el amor total e incondicional de Dios hacia los que sufren, en el cuerpo o en el espíritu, a aquellos que, con expresión muy personal del papa, se encuentran en las periferias existenciales, y para los que la Iglesia debía ser un “hospital de campaña” que, como el buen samaritano, curara las heridas.
La teología de Francisco, que ha guiado su praxis, proviene de la llamada Teología del Pueblo, una corriente teológica nacida en Argentina tras el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín, que pone al pueblo como sujeto privilegiado de atención, y dentro de él, a los marginados, haciendo una opción preferencial por los pobres. Una teología que se separa de la Teología de la Liberación al no emplear el análisis marxista de ésta. De aquí la preocupación de Francisco por los inmigrantes, por los marginados sociales y económicos. Una opción que le ha valido, entre algunos sectores, también católicos, la acusación de comunista. Basta leer el magisterio social de Juan Pablo II para rechazar este frecuente insulto, pues Francisco ha seguido la impronta social de los papas anteriores, añadiendo una nota peculiar, el cuidado del medio ambiente, la casa común, reflejada en su encíclica Laudato Si`, probablemente uno de los textos más avanzados sobre el tema de la ecología y la preocupación por el planeta.
Francisco ha sido un papa reformador, pero también en esto ha seguido la dirección marcada por el Vaticano II y desarrollada, con el matiz peculiar y personal de cada uno, por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. El papa Bergoglio ha continuado el necesario aggiornamento del catolicismo pedido por el Concilio, si bien desde su propia sensibilidad. Dudo que haya en él un espíritu de ruptura, sino más bien una continuidad, incidiendo en algunos aspectos que veía como más urgentes. Pero siempre en clave religiosa, poniendo, como hace en su última encíclica Dilexit nos, el centro de todo en el amor de Cristo, reivindicando una devoción fuertemente vinculada a la Compañía de Jesús, la del Corazón de Cristo. En la perspectiva teológica de Francisco, la Iglesia debe superar la tentación de ser autorreferencial, ahondando en el cristocentrismo, para desde el encuentro personal y transformador con el Resucitado, salir a las periferias existenciales, en las que se vuelve a encontrar a Cristo en los que sufren.
Estas son, a mi juicio, las líneas esenciales del legado de Francisco. Un legado en el que se entremezclan luces y sombras, que la historia poco a poco irá aclarando. Algunas de sus actuaciones no han dejado de suscitar perplejidad, como el no haber realizado ningún viaje apostólico a España, país en el que vivió algún tiempo durante su etapa de formación y cuna de la Compañía de Jesús, o el, en mi opinión, innecesario conflicto en torno al santuario de Torreciudad, por referirme a cuestiones relacionadas con nuestro país. Tampoco, en un pontificado que ha insistido en la idea de sinodalidad, se entienden algunas decisiones que han dado la impresión de cierto autoritarismo, como las tomadas respecto al Opus Dei. Asimismo, son innegables las profundas divisiones existentes en el seno de los católicos, que este pontificado no ha sido capaz de restañar e incluso creo que se han acrecentado. El próximo papa tendrá como reto urgente superar estas divisiones dentro de la Iglesia. Quizá lo que se necesite sea una figura que haga la síntesis entre la altura intelectual de Benedicto XVI y la cercanía pastoral de Francisco.
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