Susan Hiller exploró lo invisible desde el arte, rescatando memorias, voces y fenómenos marginales para cuestionar los límites de la percepción
The post Entre lo visible y lo invisible: Susan Hiller y la recuperación de lo oculto first appeared on Hércules. Imaginemos que la percepción humana está limitada por una capa de realidad densa, como una niebla espesa que se despliega ante nuestros ojos. Esta niebla no es natural, sino el resultado de un proceso cultural e intelectual que, a lo largo de los siglos, ha ido reforzando un sistema de creencias que solo permite ver una fracción de lo que realmente existe. Y en esta capa de niebla, lo invisible se convierte en lo inalcanzable, lo ininteligible. Es aquí donde el trabajo de Susan Hiller se convierte en una herramienta para rasgar esa capa y, a través del arte, permitirnos vislumbrar lo que está más allá.
Susan Hiller comenzó su obra en los años sesenta, en un contexto cultural que empezaba a desafiar las estructuras establecidas. Fue en ese momento cuando se planteó una pregunta fundamental: ¿qué sucede cuando lo visible ya no es suficiente? ¿Y qué pasa cuando lo que está fuera de plano, lo que está en los márgenes, se convierte en el verdadero centro de la experiencia humana? El arte de Hiller busca precisamente explorar esa fisura, ese espacio entre lo real y lo imaginado, entre lo tangible y lo soñado. Ella no solo toma imágenes y sonidos, sino que los recobra del olvido, de la desconsideración cultural, dándoles un lugar de visibilidad.
Su trabajo no solo busca representar lo que es, sino lo que no es visto, lo que permanece al margen, lo que está fuera de lugar, pero que, sin embargo, tiene una presencia poderosa y palpable. Es lo que llama arte paraconceptual, un campo híbrido donde ni el conceptualismo ni lo paranormal quedan intactos. El prefijo ‘para’ simboliza la fuerza de la contaminación a través de una proximidad tan grande que amenaza la solidez de todos los límites.
El caso del psicólogo letón Konstantin Raudive es un ejemplo crucial dentro del trabajo de Susan Hiller. Raudive se adentró en la posibilidad de registrar lo “inaudible”, de captar las voces de los muertos mediante grabaciones de fenómenos que escapaban a la percepción humana común. Más allá de una mera curiosidad científica, su investigación apuntaba a la idea de que algo más grande y misterioso estaba sucediendo más allá de lo visible.
Raudive grabó miles de voces, algunas de las cuales pertenecían a figuras históricas como Winston Churchill, Vladimir Mayakovsky o James Joyce. Estos registros no eran de personas vivas, sino ecos distorsionados, fragmentos de conciencia atrapados en un limbo entre mundos. A Hiller le fascinó esta idea, ya que revelaba tanto la posibilidad de contactar con lo invisible como cuestionaba las fronteras entre lo real y lo irreal, lo presente y lo ausente.
Imaginemos ahora que, en un futuro cercano, la humanidad descubre un dispositivo que no solo capta las frecuencias del sonido, sino que logra sintonizar directamente con el “éter”, el espacio donde las voces de los muertos, de los ausentes, aún pueden escucharse. Este aparato, creado por un colectivo de científicos y artistas, tiene la capacidad de acceder a las vibraciones del inconsciente colectivo. En este escenario, las voces de los muertos ya no son solo recuerdos, sino manifestaciones de una realidad alterna, una conciencia colectiva que persiste más allá de la muerte física. El arte se convierte en el vehículo para conectar esas dimensiones, para recuperar lo que ha sido olvidado y ofrecerlo de nuevo al público. La experiencia artística se transforma así en un ritual de resurrección, donde las voces del pasado vuelven a la vida como ecos tanto como recordatorios de una red invisible que conecta a todos los seres humanos. Quizás lo haya sido siempre.
Al igual que Susan Hiller, este dispositivo artístico no busca simplemente “ver” lo invisible, sino dar forma a lo inalcanzable, lo que está fuera del plano de la percepción habitual. El arte se convierte en un medio para restablecer una conexión con aquello que hemos perdido: no solo el contacto con los muertos, también con los aspectos de nuestra consciencia que han sido desechados o reprimidos por la cultura dominante. Fenómenos como los encuentros ovni, las experiencias paranormales, las voces de los muertos, los rituales y creencias arcanas, se presentan no como absurdos, sino como fragmentos de una verdad mayor, una verdad que está ahí, esperando ser reconocida. Este arte ofrece un espacio para lo irracional, lo inexplicable, lo “extraño” (o “uncanny“, como lo definió Freud), pero no para asustarnos, sino para expandir nuestra percepción de lo que es posible.
Las instalaciones de Susan Hiller pueden entenderse como portales para acceder a este otro plano. Las voces o imágenes capturadas en el “éter” no solo son resonancias del pasado; son portadoras de una energía que todavía está viva, que todavía está buscando ser reconocida. El público que participa en estas experiencias observa o escucha y se convierte en parte activa del proceso. Al igual que el fenómeno de la “materialización” en los círculos espiritistas, el arte de Hiller invita a los espectadores a formar parte de un acto de creación, un acto de revelación que borra las fronteras entre lo real y lo imaginado. La conciencia colectiva se convierte en un espacio flexible y expansivo, donde lo imposible puede ser percibido, tocado y vivido.
El trabajo de Susan Hiller no es solo arte; es un acto de recuperación de lo perdido, de lo olvidado, de lo ignorado. Es un proceso de recuperación de la memoria colectiva, una memoria que no solo está formada por hechos y objetos, sino por todos los aspectos invisibles, inmateriales, que constituyen nuestra experiencia humana. Porque, como Hiller sugiere, el arte tiene la responsabilidad de dar visibilidad a estos aspectos ocultos, de ofrecer al público una posibilidad de conexión con lo que está más allá del horizonte de nuestra comprensión.
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