Por culpa de los sueños de diseño, programados a gusto del consumidor, el hombre ya no puede salir de sí mismo: su consciencia, su libertad y su creatividad están alienadas por el triple papel que desempeña como trabajador, consumidor y tributador
The post La coincidencia de opuestos first appeared on Hércules. La Alquimia sexual, entendida esotéricamente como un matrimonio místico de contrarios, como superación tántrica de la dualidad por medio de una cópula entre aparentes extremos que en realidad sirve como «coincidencia de opuestos», según la expresión empleada por Nicolás de Cusa, es una operación espiritual de primer orden: el Gran Misterio aún (y siempre) por desvelar. Lúdico idilio amoroso que antes es juego con deseos materiales y fantasmas del espíritu.
De esta forma, el sexo resulta ser también una cuestión «metapolítica», en este tiempo de encarnizada «guerra de sexos» donde dicho conflicto ha sido despojado de su dimensión metafísica fundamental y donde la confusión «trans» entre los mal llamados «géneros», lejos de llevarnos hacia una síntesis superadora en forma de andrógino, como un yo aferrado a su identidad que mira y se vuelca en la profundidad íntima del Otro, lo único que hace es pervertir la principal forma de conocimiento absoluto a la que todavía podemos aspirar los hombres y mujeres occidentales del siglo XXI: el Amor.
En el mundo indoeuropeo del que procede Europa, la Diosa Madre coexistía con el dios solar mediante una síntesis que los judeocristianos, mucho tiempo después, (re)significaron gracias a la influencia que Sumeria, Egipto, Babilonia, Persia, Grecia y finalmente Roma habían tenido sobre su cosmovisión: el espíritu. El pueblo autodenominado «elegido» que adora al Yahweh de la Tanaj, el Talmud o la Torá, cimentando así un culto fálico creado por medio de una casta sacerdotal semita (véase: Flavio Josefo y Filón de Alejandría) y despreciando a cambio el poder nocturno de la luna, condenado posteriormente como herético por el cristianismo medieval, puso el primer dique para cimentar una peligrosa desacralización que encarnó en el mundo puritano y protestante, primero, y en el racional y cientificista, después.
En un primer momento Georg Wilhelm Friedrich Hegel y más tarde Karl Marx, por citar dos nombres bien conocidos, racionalizaron torpemente esta forma de conocimiento mística imponiendo a cambio sus pobres remedos secularizados y necesariamente dialécticos de «tesis», «antítesis» y «síntesis», arrancando, con ello, una parte fundamental en el esquema de la Alquimia sexual: la pasión como umbral hacia algo superior, hacia lo Bueno y Bello, esto es, hacia la unidad que encarna como Verdad. Se trata de un problema de sinécdoque que pretende encerrar lo concreto por medio de lo abstracto, arrancándole su esencia en el proceso.
Ni el puritanismo ni la racionalización conocen límites en su ambición: confían en su capacidad para enclaustrar en una fórmula nada más y nada menos que el sentido de la Historia o el vértigo sexual de una cópula espiritual. Todo queda, pues, reducido a unos esquemas tristemente «desertificadores»: signo y consecuencia de un cerril dogmatismo y, más aún, de una incomprensión teñida de soberbia. Esa obsesión por constreñirlo todo en un conjunto de categorías férreas fijadas de antemano es lo más alejado del Conocimiento y la Fantasía que quepa imaginar, lo más idealista e irreal, puesto que la metafísica es la rama del conocimiento que se ocupa ante todo del no-ser, de la ausencia presente en el vacío, como necesaria negatividad del ser. Algo que sólo puede ser entendido en su más plena hondura por medio del símbolo, del poema, del mito; y que no expresa directamente porque es incapaz de decir en prosa aquello que únicamente puede ser expresado por medio de una sugestión sutil, amorosa, mucho más lírica que netamente formal.
Por su naturaleza, el Eros tiende hacia la unión; y no cualquier forma de unión o de «síntesis», como se diría dialécticamente y sin ningún atisbo de espíritu, puesto que la unión amorosa es un tipo de complicidad trascendental, un verdadero refugio latente es lo que encontramos en el Conocimiento presente en los egipcios y los griegos, que nos lleva a la concepción del Amor de Empédocles o los neoplatónicos Marsilio Ficino, Pico della Mirándola, Francesco Colonna y Giordano Bruno, según la cual el odio tiende a la descomposición mientras que la potencia amorosa, esencial en todo proceso alquímico, conduce a la conciliación de contrarios, donde el Eros es tanto una pasión que nos conduce de lo carnal a lo espiritual, intersectando así los ejes horizontal y vertical de la existencia, como una fuerza primordial, el fuego que lo alimenta todo y lo purifica todo, que se encuentra detrás de cualquier forma de creación, incluyendo el nacimiento del propio Cosmos donde el Deus absconditus se da a sí mismo por medio del Amor que amalgama su Creación.
Por culpa de los sueños de diseño, programados a gusto del consumidor, el hombre ya no puede salir de sí mismo: su consciencia, su libertad y su creatividad están alienadas por el triple papel que desempeña como trabajador, consumidor y tributador; el turismo, como relación exterior de encuentro con el Otro, y la pornografía, en tanto degradación de la relación íntima con el Otro, han condenado todas sus tentativas para con la alteridad a un desierto estéril de fanfarria y onanismo; y, en ese contexto nada inocente, el Poder emplea la represión racionalista y puritana para detener cualquier capacidad de subversión.
Todas las noches antes de acostarse, Séneca dedicaba unos minutos a la meditación centrada en las Artes de la Memoria que, siglos después, estudiarían Frances Yates e Ignacio Gómez de Liaño. El sujeto contemporáneo prefiere mirar el móvil o escuchar la radio porque no puede soportar el silencio y la introspección: pórticos a la contemplación desinteresada del Cosmos y del ser; y, quizás por ello, ya no se entiende la Nada en su esencia, sino como nada o «negatividad» despojada de todo sentido. Mientras que el enamorado se acuesta y se levanta pensando en su amada, sea una encarnación real del Eros, sea la siempre espléndida Sophia (o sabiduría) de los gnósticos dualistas; el hombre moderno lo hace reflejado en una pantalla de luz artificial, donde puede que consuma noticias, porno o mensajes de gente que no está realmente allí junto a él. Yacemos incrustados en el seno de una Realidad Virtual y, por eso mismo, eminentemente perversa.
La exitosa industria del porno y todas sus modernas variaciones, que van desde OnlyFans a los juguetes sexuales, y que es tanto causa como sobre todo consecuencia de la atomización social reinante, la capacidad de ligar mediante aplicaciones donde la selección cárnica viene marcada por algoritmos, las relaciones virtuales que transcurren a través de la esterilidad de una pantalla, la construcción del avatar virtual como sublimación del yo, el sexo con autómatas que despojan todo acto físico de espiritualidad y tantas otras aberraciones son puntillas terminales sobre el costado herido del Eros. La «Era del Horror», en la que ya estamos sumergidos, es la versión pervertida de la «Edad del Espíritu»; de la misma forma que «el último hombre» es la degradación del «Superhombre». Todo lo que hoy reina es poco más que una torpe inversión de algo verdaderamente sagrado.
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