Películas en la cumbre: el camello que llora

A un pequeño camello la madre le niega la teta y, por tanto, la vida. La tribu –una tribu mogola viviendo en las estepas- se moviliza al unísono para salvar la vida del pequeño camello
The post Películas en la cumbre: el camello que llora first appeared on Hércules.  Quedamos ubicados en un drama de animales y de hombres promoviendo la salud. También en una película casi ubicada en el género documental sin por ello dejar de destilar belleza para redimir el alma del dolor. La pregunta por el dolor en la intimidad de lo humano y que desdibuja el exceso de velocidad…

A un pequeño camello la madre le niega la teta y, por tanto, la vida. La tribu –una tribu mogola viviendo en las estepas- se moviliza al unísono para salvar la vida del pequeño camello. Finalmente, un músico y una chamana, una mujer medicina podríamos decir, con su canto obrarán el milagro desatando la belleza anudada a partir de la palabra que sana. Se habla de camellos pero, sobre todo, se habla del alma del hombre, de sus dependencias y redenciones, de sus nudos y de la belleza en tanto sobreabundancia de la vida. También se habla de la potencia partera de esos ritos y liturgias que nos dicen en nuestras fibras más íntimas… Lo que, dicho sea de paso, nos invita a considerar la debilidad del hombre actual casi privado de su dimensión ritual.

El camello que llora. Una madre que no quiere a su hijo por un parto doloroso. Un hijo que se sumerge en el desafecto y el rechazo de lo que sería ese núcleo íntimo que nos debe nutrir. Un vástago recién nacido al que se rechaza… El resultado se hace claro; incertidumbre, enfermedad, fragilidad… Contra lo que nos indica Freud en “El malestar en la cultura” por mucho que seamos singulares y eso requiera de ajustes somos en estrecha relación con nuestras redes de parentesco -básicamente familia y amigos; familia y clan-.

Me viene a la cabeza ese emperador medieval que quiso “descubrir” el lenguaje primigenio de la humanidad. Con ese fin encerró a un grupo de recién nacidos en una torre. Las nodrizas y la gente que les atendían tenían prohibido hablarles e intercomunicar con ellos. Todos murieron.

El camello que llora, acaso esta fabula siberiana y mogola, tan magistralmente llevada al cine, nos confronte con el núcleo más primigenio del dolor en lo que sería un mundo desarreglado que descuida los vínculos de parentesco que nos hacen humanos… La fuente de todo desarreglo acogida a una infancia de carencias en una familia áspera y fría, en una madre que evita y en un entorno que agrede. Ahí, al vástago le cuesta prosperar, le cuesta respirar, le cuesta andar, le tiemblan las piernas. En una situación así cada cual sale por donde puede. Las diversas alternativas desgranaran los muy variados horizontes de lo enfermizo aunque también de la supervivencia. Esta perspectiva nos empuja ante una perspectiva de la salud entendida como arte y tarea. De todo esto trata esta película; de la salud y de cómo ciertos rituales pueden promoverla integrando la sombra y el horror. ¿De qué manera?. Congregando al buen espíritu y a la vida triunfante que recobra su forma propia. En la película se nos habla de los espíritus y de cómo estos se retiran ante la vida moderna –la vida pierde así su propio rostro-. Se escenifican rituales, se hacen ofrendas y libaciones para congregarles, para que retornen y para que aseguren el buen discurrir de las cosas salvando al pequeño camello.

Los hombres quieren ayudar al camello y van tejiendo diversas estrategias para solventar la situación. Finalmente será un ritual el que reconcilie a la madre con su camello. El ritual será sencillo. Unas salmodias, un canto y la bella llamada de un violón oriental. Ante el buen espíritu y la belleza convocadas la madre camello llorará y así reconocerá su dolor sin desagüarlo en el bebé. La camella llora y el llanto la mueve el alma aconteciendo una katarsis y una anagnórisis, esto es, una toma de conciencia. Finalmente, la conciliación se produce. El cachorro accede contento y demandante a la teta de la madre y se nutre de su leche. El mundo en su quicio. Ni más, ni menos.

Esta fábula mogola nos coloca en uno de los núcleos más elementales del dolor al tiempo que nos muestra esos rituales que saben promover la salud y restaurar los equilibrios perdidos. Sólo un bobo quedaría insatisfecho porque la historia se desplace a un camello ya que los animales nos dicen. Y si esto es cierto en términos generales lo será con más fuerza en relación a las tradiciones chamánicas; precisamente por ser tradiciones de la physis, esto es, tradiciones de la naturaleza animada.

La relevancia de lo ritual nos hará divisar ese chamanismo ancestral que, en tanto sabiduría de la salud, sabe manejar determinados estados extáticos –acaso muy discretos- para equilibrar lo desordenado y la salud perdida. Podemos tirar del hilo y siguiendo la directriz de Eliade utilizar nociones helénicas para arrojar luz sobre algo que, en principio, nos resulta ajeno. La salud como el equilibrio de las diversas potencias del alma, la salud como la tarea que nos devuelve la forma perdida; rememorar el propio eidos, la propia figura de plenitud, la salud como la intensidad vivida de la propia forma; la enfermedad como el lastre, como deformación, como desequilibrio y fractura de la propia figura…

Si bien cada cual no construye la realidad no es menos cierto que realidad y conciencia se encuentran estrechamente vinculadas. Hasta el punto que la copula entre ambas quede determinada no sólo por aquello que se nos confronta –lo que nos sucede- sino por la elaboración que desde el imaginario hacemos de eso que se nos confronta. De ahí que haya quienes se pasen la vida inmersos en infiernos privados o en territorios amables sublimando la necesidad. En este proceso la relevancia de las facultades imaginativas del alma será algo decisivo. De tal suerte que sanar el imaginario se traduciría en reordenar la percepción y visión de lo que nos acontece. Hay visiones que enferman, que nos enferman profundamente.

Apelo a una manera de entender la imaginación en tanto cognoscitivamente relevante y muy distante al modo en que es entendida hoy en día. Apelo a esas tradiciones helénicas y mediterráneas de la imaginación creadora. De acuerdo a las mismas, la imaginación tendrá una enorme relevancia en el enhebramiento de nuestra imago mundi y en nuestro capacidad de vida y conocimiento. Así, según veamos el mundo, el perfil de la experiencia resultante nos conducirá a texturas de vida completamente diferentes. Y no, no se trata de constructivismo alguna, lo real no deja de ser lo dado. Se trata más bien del carácter de phantasmata de todo contenido de conciencia tal y como nos recuerda Aristóteles… La magia pneumática o ritual intentará mover ese punto de encaje del imaginar humano con el fin de corregir ciertos desequilibrios; lo que supondrá tomar conciencia de nuestras dosis de dolor y de nuestra propia cruz. Convocar el buen espíritu, el buen demon -la eudaymonia que decían los griegos-, será convocar el orden y la propia figura de plenitud en medio de la contracción y del dolor. Una simple canción, una voz que irrumpe, un sonido que nos devuelve la vida, una salmodia que nos atraviesa cuerpo y mente… La memoria de la palabra que sana… Un instante privilegiado y propicio fuera del tiempo ordinario y capaz de reordenarlo desde su riqueza. La mujer-medicina atenderá al manejo de ciertos escenarios con el fin de dinamizar esos procesos que promueven la salud fracturando las inercias del tiempo y su coacción.

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