Las juntas militares del Sahel se afianzan mientras crece el yihadismo, se desmoronan las democracias y Occidente redefine su política en la región
The post Crisis en el Sahel: juntas militares, yihadismo y caos first appeared on Hércules. En Malí, el general Assimi Goïta, quien lideró un golpe de Estado en 2020, se dispone a mantenerse en el poder hasta finales de la década. Su caso refleja un patrón compartido por sus homólogos de Burkina Faso y Níger, donde los gobiernos militares están consolidando su autoridad en las capitales, mientras gran parte del territorio permanece fuera del control estatal.
En zonas clave como Djibo, Tombuctú y Eknewane, los recientes ataques a fuerzas gubernamentales revelan una creciente inseguridad en el Sahel, alimentada por la acción coordinada de dos potentes insurgencias yihadistas: JNIM (vinculado a Al Qaeda) y ISSP (Estado Islámico en la región). A ello se suman los grupos rebeldes tradicionales, milicias comunitarias y grupos de autodefensa, con los que los gobiernos interactúan entre la cooperación táctica y la tensión latente.
Origen profundo de la inestabilidad en el Sahel
Las raíces del conflicto se remontan a crisis de la década de 2010, como la rebelión tuareg de 2012 en el norte de Malí, pero se nutren de problemas estructurales: uso de la tierra, competencia por recursos, pobreza crónica, corrupción, movilización yihadista y la pérdida de legitimidad de las instituciones estatales.
Las respuestas represivas de los Estados —abusos de derechos humanos, castigos colectivos y políticas incoherentes— no solo fracasaron, sino que alimentaron las insurgencias.
Intervención extranjera: de Francia a Rusia, sin éxito
La comunidad internacional agravó la crisis. Francia, la UE y EE. UU. apostaron por un enfoque centrado exclusivamente en la seguridad en el Sahel, que colapsó frente a los golpes de Estado de 2020-2023. En su lugar, los nuevos regímenes militares han optado por Rusia como socio estratégico, especialmente mediante el grupo Wagner.
Sin embargo, la violencia más agresiva aportada por los rusos no ha supuesto avances significativos para los gobiernos, salvo la recuperación de Kidal por parte del ejército de Malí. Los yihadistas han adaptado su propaganda reemplazando a los franceses por los rusos como enemigos principales.
Autoritarismo en ascenso y democracia en retirada
Mientras luchan en el campo de batalla, las juntas han vacío el espacio político interno. Se han disuelto partidos, censurado medios, arrestado opositores y anulado asociaciones civiles. Los sindicatos siguen siendo uno de los pocos focos de resistencia, aunque fragmentados y centrados en demandas sectoriales.
Aun así, las juntas mantienen cierto respaldo popular, gracias a un discurso que promete seguridad, soberanía y dignidad nacional. Aunque los resultados sean escasos, el mensaje resuena en sociedades agotadas.
Occidente sin rumbo claro ante el nuevo Sahel
Europa y Estados Unidos parecen desorientados. La política exterior hacia el Sahel se ha diluido tras los golpes, y persiste una tensión entre intereses geoestratégicos (migración, seguridad) y la realidad política sobre el terreno.
Europa repite esquemas fallidos: cooperación en seguridad y desarrollo con poca visión renovadora. Mientras tanto, EE. UU. ha dado señales de desinterés bajo Biden y aún más bajo Trump. El foco se ha desplazado a la prevención del desbordamiento yihadista hacia África Occidental, como demuestra la reubicación del ejercicio Flintlock a Costa de Marfil y la expulsión de personal estadounidense de Níger.
Ideas alternativas desde la experiencia somalí
Algunos analistas proponen modelos distintos. La experta Bronwyn Bruton, en 2009, sugirió una “retirada constructiva” en Somalia, que incluía neutralidad frente a actores islamistas pragmáticos, apoyo humanitario sin condicionamientos políticos, y desarrollo descentralizado cooperando con estructuras tradicionales sin formalizarlas.
Estas propuestas, aunque pensadas para Somalia, ofrecen principios útiles para el Sahel: abandonar intentos fallidos de reconstrucción nacional desde fuera, evitar imposiciones centralistas, y priorizar la estabilidad local y la resiliencia comunitaria.
El futuro del Sahel: congelamiento o colapso
Hasta 2030, el Sahel podría mantenerse atrapado en un autoritarismo militarizado, con escasos avances en seguridad y riesgo constante de colapso. Las posibles interrupciones de esta trayectoria no son alentadoras: nuevos golpes, caída de ciudades clave en manos yihadistas o hambrunas masivas.
Cualquier intento de recompromiso occidental debe partir de un nuevo entendimiento: la década de 2010 no regresará, las juntas gobiernan bajo una lógica de todo o nada, y se necesita una estrategia radicalmente distinta a las del pasado.
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