Armenia vive una profunda crisis geopolítica tras la caída de Nagorno-Karabaj. Su distanciamiento de Rusia, el acercamiento a Turquía y el desafío con Azerbaiyán marcan su incierto rumbo
The post Armenia: entre Rusia, Turquía y la desilusión del Karabaj first appeared on Hércules. El monte Ararat, majestuoso y nevado pese al calor de julio, se alza sobre la llanura de Margara, en la frontera cerrada entre Turquía y Armenia. Desde hace más de tres décadas, este paso permanece bloqueado: una herencia del conflicto de Nagorno-Karabaj y de la alianza turco-azerí. Hoy, solo una torre de vigilancia rusa y su bandera tricolor recuerdan que Moscú sigue aferrado a su último bastión en el Cáucaso.
En este rincón olvidado del mapa, Armenia encarna el dilema de todo Estado pequeño: depender de potencias ajenas o buscar autonomía en un mundo volátil. Con solo dos fronteras abiertas (219 kilómetros con Georgia y 44 con Irán), el país vive bajo presión geopolítica constante. “Estamos rodeados de realidades geopolíticas”, afirma Aleksandr Iskandaryan, director del Instituto del Cáucaso.
Desencanto con Moscú tras el desastre de Karabaj
La caída de Nagorno-Karabaj en septiembre de 2023 fue un punto de inflexión. En una ofensiva relámpago, Azerbaiyán reconquistó la región, desatando el éxodo de más de 120.000 armenios. Los observadores internacionales y la propia Armenia lo califican como una limpieza étnica. Pero lo que más dolió fue el silencio de Moscú.
Las fuerzas rusas, presentes en la región desde el alto el fuego de 2020, no intervinieron. Para muchos armenios, se trató de una traición. “Rusia nos sacrificó para no incomodar a Turquía y Azerbaiyán”, señala Narek Sukiasyan, de la Fundación Friedrich Ebert. La confianza en el “hermano mayor” ruso se ha derrumbado.
La doble dependencia: política occidental, economía rusa
Aunque el gobierno de Nikol Pashinyan ha virado hacia Occidente desde la revolución de 2018, la ruptura con Moscú es solo parcial. Rusia sigue siendo el principal mercado para el brandy y los albaricoques armenios, y Ereván teme las represalias económicas de Putin. “Es la economía, estúpido”, repiten los funcionarios en voz baja.
A pesar de los halagos europeos y las misiones de observación de la UE, Armenia navega entre intereses contradictorios. Políticamente coquetea con Europa, pero sigue dentro de estructuras dominadas por Moscú, como la OTSC. Es un delicado acto de equilibrio que pone a prueba su resiliencia institucional.
División interna y crisis de legitimidad
En el frente doméstico, Pashinyan enfrenta un escenario político turbulento. La ira por Karabaj se dirige tanto a Rusia como al propio primer ministro. Su índice de aprobación se desploma entre el 12 % y el 15 %, según encuestas recientes. En ciudades como Goris, cerca de la frontera con Azerbaiyán, se lo acusa abiertamente de “vender el país”.
La tensión crece con actores como la Iglesia Apostólica Armenia. El arresto del arzobispo Bagrat Galstanyan y de un empresario armenio-ruso por presunta conspiración para un golpe ha encendido aún más los ánimos. La oposición pide elecciones anticipadas y amenaza con llevar a Pashinyan a los tribunales en 2026 si pierde el poder.
Entre nuevos aliados: India, Georgia y hasta Turquía
A falta de aliados confiables, Armenia ha buscado nuevas asociaciones. India, con su rivalidad estratégica con Pakistán (firme aliado de Azerbaiyán), se ha convertido en un socio clave en defensa. Los acuerdos incluyen modernización de cazas y sistemas antidrón, vitales tras las derrotas recientes.
Georgia, a pesar de su deriva prorrusa, sigue siendo un corredor de vida: las carreteras y líneas eléctricas que conectan a Armenia con el mundo pasan por allí. También ha habido contactos con Turquía, con quien Armenia no tiene relaciones diplomáticas plenas desde el genocidio de 1915. Aunque los gestos han sido moderados, se ha hablado de comercio y apertura fronteriza, dejando de lado los temas históricos.
Negociaciones de paz con Bakú: avances lentos, desconfianza permanente
El diálogo con Azerbaiyán avanza a trompicones. Aunque en marzo se alcanzó un borrador de tratado de paz, Bakú exige más: que Armenia cambie su Constitución, retire a la misión de la UE y acepte la disolución del Grupo de Minsk. En Ereván, más del 68 % de la población cree que una normalización es imposible.
Para los azeríes, el control total sobre Karabaj es justicia histórica. Para los armenios, es una herida abierta que aún sangra. Las reuniones diplomáticas se suceden, pero la paz sigue siendo una meta lejana, entorpecida por décadas de odio, desplazamientos forzados y disputas territoriales no resueltas.
¿Hacia una nueva Armenia multipolar?
Armenia se encuentra en pleno proceso de redefinición. Sin materias primas como Azerbaiyán ni acceso al mar como Georgia, busca sobrevivir como Estado pequeño en un entorno hostil. Las próximas elecciones parlamentarias de 2026 serán decisivas: se elegirá entre la continuidad prooccidental de Pashinyan o un retorno al nacionalismo conservador.
“Después de Karabaj, ya no podemos confiar en ningún hermano mayor”, sentencia Iskandaryan. En Margara, bajo el sol implacable, los funcionarios aduaneros vislumbran un futuro incierto. El monte Ararat, símbolo de la identidad armenia, observa desde el otro lado de la frontera. Silencioso. Inmutable.
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