Líbano frente al plan de EE.UU.: ¿Paz o desarme forzado?

Estados Unidos presiona a Líbano para desarmar a Hezbolá en nombre de la paz regional. El plan podría redibujar el mapa del Levante
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El eje de la presión: Siria, Palestina y Líbano

La suerte del Líbano no puede desligarse de la de Siria y de los territorios palestinos ocupados. Cualquier intento de solución al conflicto entre israelíes y palestinos repercute directamente en Damasco y Beirut. La presión actual incluye una exigencia clave: la entrega total de capacidades militares por parte de los actores de la resistencia, encabezados por Hezbolá.

Barrack, un empresario de origen libanés y estrecho aliado del expresidente Donald Trump, ha sido asignado como mediador itinerante en Líbano y Siria. Su nueva función tiene un objetivo específico: extender los Acuerdos de Abraham al corazón del eje de resistencia. Bajo la fachada de “normalización”, la propuesta es clara: reconfigurar las alianzas en la región.

El nuevo lenguaje de la coerción

Pero sus declaraciones también incluyeron una advertencia: el Líbano podría “quedarse atrás” si no se alinea con los “cambios regionales”. En sus palabras, Hezbolá debe visualizar “una intersección entre paz y prosperidad”, una promesa hueca sin garantías.

Más presión que propuestas

El plan presentado por Estados Unidos —una propuesta de cinco páginas entregada en junio— se centra en tres ejes: centralizar el armamento bajo control estatal, aplicar reformas fiscales y aduaneras, y redefinir los vínculos con Siria. Pero el documento no incluye plazos claros ni garantías tangibles. En cambio, Washington impone su agenda bajo amenaza militar y presión diplomática.

Israel, mientras tanto, sigue intensificando sus operaciones en el sur del país y más allá. El verdadero objetivo no parece ser la paz, sino el aislamiento de Hezbolá y el desmantelamiento de cualquier estructura de defensa autónoma.

Normalización sin contrapartidas

Durante su visita, Barrack sugirió que Estados Unidos podría presionar a Israel para abandonar algunos territorios recientemente ocupados. Sin embargo, cuando fue consultado sobre compromisos concretos, reconoció que no existen garantías reales. No hay compromisos de retiro militar, ni liberación de prisioneros, ni freno a los ataques aéreos.

En otras palabras, se exige a Líbano que desmantele su defensa sin recibir absolutamente nada a cambio. Mientras tanto, se mantiene el bloqueo al ejército libanés, incluso limitando la entrega de armas esenciales, lo que refuerza su dependencia externa.

Interna fragmentada, amenaza duplicada

El discurso estadounidense comienza a calar en algunos sectores libaneses. Partidos políticos de derecha alineados con Occidente están reproduciendo la narrativa israelí, incluso sugiriendo una coordinación directa con Tel Aviv. Esta dinámica amenaza con introducir una nueva capa de conflicto interno que va más allá del enfrentamiento tradicional con Israel.

Además, el plan de Barrack no contempla la situación de los refugiados palestinos, ignora las constantes violaciones de soberanía y omite cualquier mecanismo de seguridad para prevenir futuras incursiones.

Estrategia de aislamiento

La táctica de Washington sigue un patrón: dividir para vencer. Primero fueron los grupos palestinos. Hoy, el blanco es Hezbolá. El objetivo es impedir la formación de un frente común entre las fuerzas antiimperialistas, debilitando los vínculos sectarios e ideológicos que los unen.

El riesgo es evidente: si esta presión no se contrarresta, el Líbano podría enfrentar dos escenarios catastróficos: una guerra abierta con Israel o un conflicto civil interno alimentado desde el exterior.

¿Una Siria bajo tutela?

El panorama en Siria también se transforma. Un nuevo actor emerge: Ahmad al-Sharaa, alias Abu Mohammad al-Julani, ex líder de ISIS, quien ahora se presenta como interlocutor válido para Occidente. Su acercamiento a Israel sugiere una Siria bajo una nueva tutela extranjera, lista para sacrificar soberanía a cambio de reconocimiento.

La hora de las decisiones

Frente a esta ofensiva diplomática y militar, Hezbolá guarda silencio estratégico. Se espera una respuesta oficial en los próximos días. Sin embargo, el dilema está planteado: aceptar las condiciones impuestas o fortalecer su posición como último bastión de resistencia en el Levantino árabe.

Para muchos analistas, esta es la amenaza más grave al Líbano desde la posguerra. La administración Trump ha eliminado cualquier velo de neutralidad. El nuevo mapa regional que promueve implica el debilitamiento total de cualquier actor que se oponga a la hegemonía de Estados Unidos e Israel.

Resistencia o sumisión

En última instancia, el futuro del Líbano se define en una encrucijada histórica. ¿Aceptará un camino impuesto sin contrapartidas? ¿O consolidará un frente unido para proteger su soberanía?

La respuesta a esta crisis no está solo en las cancillerías, sino también en la voluntad de sus pueblos. Solo una resistencia cohesiva puede impedir que el país sea repartido entre intereses ajenos. Y eso es precisamente lo que busca evitar el enviado de Washington.

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