El Escudo de Abraham: alianza sin Palestina

La Alianza Abraham expone tensiones ocultas entre normalización árabe-israelí y el conflicto palestino. ¿Qué hay tras esta fachada diplomática?
The post El Escudo de Abraham: alianza sin Palestina first appeared on Hércules.  Días después de la guerra relámpago de doce jornadas entre Israel e Irán, Tel Aviv amaneció con una imagen monumental: una valla digital mostraba los rostros de líderes árabes, desde jeques del Golfo Pérsico hasta presidentes de trajes impolutos, todos bajo la bandera de la Alianza Abraham. Sin referencias a pactos firmados ni menciones diplomáticas, la imagen enviaba un mensaje nítido: la región ya había escogido su bando.

El cartel no ofrecía matices. No se hablaba de procesos, solo de hechos consumados. Una insinuación directa: ya sea con alianzas abiertas o en la discreción de despachos cerrados, los gobiernos árabes habrían optado por respaldar el modelo regional promovido por Israel.

La doble narrativa

El plan tras la valla: redibujar Oriente Medio

La imagen de Tel Aviv no fue una simple maniobra mediática. Se trató de la puesta en escena de una estrategia mucho más amplia: El Escudo de Abraham, un documento de política redactado en marzo por más de cien figuras de alto nivel del aparato de seguridad israelí. Su propuesta es ambiciosa: convertir a Gaza en un espacio totalmente controlado, crear una alianza árabe-israelí contra Irán, y rediseñar el mapa político sin negociación alguna, solo por imposición de poder.

Los seis pilares del plan

  1. Transformación de Gaza: Erradicación de Hamás e instalación de una autoridad transitoria dirigida por actores extranjeros con respaldo militar regional.
  2. Desmilitarización total: Fronteras selladas durante al menos una década, vigilancia digital y desarme sistemático.
  3. Reconstrucción económica controlada: Sistema sin dinero en efectivo, gestionado con tecnología biométrica, destinado a premiar la colaboración y castigar la resistencia.
  4. Coalición regional de seguridad: Creación formal de la Alianza Abraham como eje de inteligencia conjunta y represión regional.
  5. Siria como tapón: Cambio de régimen en el sur sirio para permitir un corredor de seguridad israelí y debilitar a Teherán.
  6. Contención de Irán: Sanciones, asesinatos selectivos y aislamiento diplomático para neutralizar su influencia.

De Hamastán a Abrahamstan: la guerra semántica

No solo se trata de territorio, sino de narrativa. En el documento, Gaza deja de ser una región ocupada y pasa a denominarse “Hamastán”, un experimento fallido cuya destrucción se considera moralmente justificable. Palabras como “liberación”, “rehabilitación” o “movilidad segura” sustituyen a “ocupación”, “desplazamiento forzado” y “control militar”.

La manipulación del discurso

Netanyahu ya había anunciado que “no habrá Hamastán”, dejando claro que el objetivo es borrar cualquier vestigio de autonomía palestina. Esta lógica, sin embargo, ignora que durante años Israel permitió, e incluso instrumentalizó, la permanencia de Hamás en el poder para debilitar a Fatah y mantener dividido al pueblo palestino. Hoy, esa estrategia se transforma en argumento para justificar una ocupación definitiva.

Una alianza cimentada en la contradicción

La normalización árabe-israelí avanza al ritmo de la incoherencia. Gobiernos que ante las cámaras denuncian crímenes de guerra, en privado firman contratos, cierran acuerdos y comparten intereses. Esta duplicidad, lejos de ser un secreto, se expone cómodamente ante el mundo.

El teatro diplomático

Arabia Saudita representa el equilibrio discursivo: mientras se opone a la ocupación en foros internacionales, permite vuelos israelíes y profundiza la cooperación comercial. Los Emiratos Árabes Unidos ya ni siquiera ocultan su complicidad: invierten en tecnología militar israelí y reciben delegaciones oficiales en Abu Dabi, incluso en medio de ofensivas militares.

Marruecos ha dado un paso más. En 2024, realizó maniobras conjuntas con la Brigada Golani, unidad israelí denunciada por abusos a los derechos humanos. Todo, bajo el paraguas de “cooperación técnica”.

Intereses por encima de principios

Egipto, atado por compromisos con el FMI y dependencia energética, se mantiene en la línea de la colaboración pragmática. Mientras cierra el paso de Rafah y coordina con Israel en el Sinaí, su discurso oficial se limita a condenas vagas. Jordania, por su parte, disfraza su colaboración con exhibiciones militares simbólicas, pero mantiene una alianza estructural con el aparato israelí.

El caso sirio: la resistencia reciclada

Hasta en los territorios donde antaño floreció la resistencia, hoy se reciclan figuras para la causa de la Alianza Abraham. En Siria, Ahmad al-Sharaa, ex cabecilla yihadista, declaró abiertamente tener enemigos comunes con Israel. Poco después, altos mandos israelíes fueron avistados en la región negociando discretamente.

La culminación simbólica llegó con una valla publicitaria en Damasco: al-Sharaa junto a Donald Trump, con el lema “Líderes fuertes hacen la paz”. Una imagen que cristaliza la narrativa del poder: la paz como imposición, no como justicia.

Una alianza construida sobre la sumisión

La Alianza Abraham no es solo un acuerdo diplomático. Es un modelo de reordenamiento regional basado en la anulación de la identidad palestina, el silenciamiento de la disidencia árabe y la fabricación de una narrativa donde la paz es sinónimo de obediencia. En este nuevo mapa, las fronteras no se dibujan con tinta, sino con vigilancia, propaganda y complicidad.

La pregunta ya no es si los gobiernos árabes están normalizando relaciones con Israel. Es si queda algo que normalizar.

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