Comer sano es sinónimo de bienestar. Pero con tantos mensajes contradictorios sobre la comida, no tenemos del todo claro qué significa esto. Un día nos decían que el pan engordaba, luego que los productos “light” eran mejores o que la clave para la salud y el peso era eliminar los carbohidratos por completo. Sin darnos cuenta,
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Sin darnos cuenta, nos sumergimos en una “cultura de la dieta” que nos instauró creencias que arrastramos hasta hoy. De ahí que asociemos una alimentación saludable con restricciones, sacrificios e incluso culpa. Tenemos el propósito de cuidarnos y, sin embargo, cometemos errores que nos llevan a todo lo contrario. ¿En qué podemos estar fallando?
1. Seguir dietas demasiado estrictas
El error más frecuente a la hora de querer mejorar nuestra alimentación es tomar como referencia las dietas estrictas. Ya sea un plan con “prohibiciones”, reglas difíciles de sostener o que eliminan de golpe varios grupos de alimentos, lo cierto es que seguirlas causa más frustración que resultados.
Por un lado, nos ponen en riesgo de déficits nutricionales, agotamiento y problemas de salud. Por el otro, la mayoría son insostenibles, causan sentimiento de culpa y conducen a atracones que echan a perder los avances y que refuerzan esa idea de “fracaso”.
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2. Excluir los alimentos equivocados
Durante años nos hicieron creer que eliminar las fuentes de carbohidratos y grasas de la dieta era sinónimo de peso saludable y bienestar. Y aunque la ciencia lo ha desmitificado, muchas personas aún los ven como “enemigos”. La realidad es que estos nutrientes son esenciales para recargarnos de energía, sentirnos saciados y tener buena salud en general.
La clave es saber elegir las opciones de mejor calidad. Esto quiere decir, optar por fuentes de carbohidratos complejos como avena, arroz integral, papa o legumbres, por encima de refinados como pan blanco, galletas o bebidas azucaradas. También elegir grasas buenas como el aguacate, el aceite de oliva o los frutos secos, en lugar de grasas trans.
3. Enfocarse en resultados estéticos
No hay nada de malo en querer un peso saludable y una figura más definida. No obstante, centrarnos en este objetivo nos puede hacer tomar decisiones equivocadas al alimentarnos. Si solo pensamos en “bajar de peso” o “vernos bien”, podemos recurrir a dietas milagrosas o métodos que ponen en riesgo nuestra salud. Eso sin contar con que nuestra motivación se vuelve frágil.
4. Mantener alimentos poco saludables al alcance
Las decisiones que tomamos en el supermercado influyen para bien o para mal en nuestro plan de comer sano. Si evitamos comprar snacks ultraprocesados (bollería, frituras, embutidos y demás) y los sustituimos por opciones que nos nutren más (frutas, cereales integrales, yogur natural, frutos secos), alejaremos esas “tentaciones” que nos impiden ser coherentes con nuestro objetivo.
5. No llevar un registro de alimentos
Una medida bastante subestimada al querer llevar una dieta saludable es tener un registro de alimentos. Como explica la dietista Kathy McManus, afiliada a Harvard, hay evidencia de que quienes controlan sus ingestas tienen más éxito cuando buscan bajar de peso o controlar el sodio que comen.
“Te permite ser consciente regularmente de lo que comes y de cuánto comes” -señala la experta en el blog de Harvard Health Publishing. Es una manera de darnos cuenta si estamos comiendo en exceso o si nuestra hambre es emocional.
6. Comer muy tarde en la noche
No es que la comida aporte más densidad energética en la noche que en el día. Su calidad nutricional no varía. Lo que sucede con el hábito de comer muy tarde es que afecta la digestión y el descanso, dos factores que sí impactan en el bienestar. Por eso, cenar ligero y al menos dos o tres horas antes de dormir se considera beneficioso para tener energía y un peso más saludable.
7. Ignorar las necesidades individuales
Algo que la mayoría de personas ignoramos es que el concepto de “comer sano” no es rígido ni universal. Primero, porque todos los cuerpos son distintos y tienen diferentes necesidades según la edad, estilo de vida y objetivos. También porque lo que comemos debe adaptarse a los alimentos que podemos adquirir y costear en nuestro contexto.
Y es que en ocasiones encontramos planes que, aunque tienen bases de dieta saludable, no son la opción más adecuada para nosotros porque puede que necesitemos priorizar ciertos nutrientes —como más proteína, fibra o hierro— o simplemente porque no disponemos de todos los alimentos que ahí se sugieren, lo que dificulta la adherencia al plan.
8. Concentrase solo en comer bien
Tan importante es mejorar la alimentación como poner en práctica otros hábitos de vida que son esenciales para nuestra salud, como hacer ejercicio físico, gestionar el estrés y dormir bien. Y es que no todo puede girar en torno a la comida, porque nuestro bienestar depende de la suma de estos hábitos que se complementan entre sí.
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Disfrutar sin culpas y construir hábitos duraderos es más importante
Cuando empezamos a ver la alimentación como un proceso flexible, que deberíamos disfrutar y sostener en el tiempo, dejamos de caer en esos extremos que nos hacen fracasar. No se trata de comer platos insípidos y monótonos, ni de comprar los productos más costosos o catalogar como “malos” los que no son tan nutritivos.
Más bien, es aprender a elegir sin obsesionarnos, incorporar variedad sin renunciar al buen sabor y permitirnos disfrutar sin remordimientos. En última instancia, se trata de construir una relación más sana con la comida y entender que comer bien debe ser nuestro estilo de vida y no algo pasajero.
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