Se acabó el castigo

El último capítulo del caso Sancho exagera la victimización de Daniel Sancho y critica el trato periodístico, destacando manipulación y sensacionalismo
The post Se acabó el castigo first appeared on Hércules.  En el último capítulo del serial para desquiciados llamado de forma muy original, El caso Sancho, que en su último episodio se bautizó a sí mismo como Castigo, nos hemos topado con que se guardaron para el final todo lo peor, en clara metáfora de la vida, donde al final sólo nos espera la muerte. Como me dijo un buen amigo que además es reportero, lo mejor de este episodio es que es el último. A Dios gracias.

Viendo la totalidad de este subproducto, que en sus albores quiso ser un true crime, uno hasta querría ser asesino y descuartizador viendo cómo se las arreglaron guionistas y otros cargos creativos para que hasta el último segundo Daniel Sancho pareciera Jesucristo Superstar a punto de ser clavado contra su voluntad en una cruz indulgente. Una lástima que Arrieta no esté vivo para haberse muerto otra vez y al instante tras visionar esta bazofia. Porque clama al cielo que cuando se dictó sentencia, el videoclip emitiera imágenes de tormentas y oleaje en paralelismo metafórico absurdo, cuando al asesinarse y descuartizarse, aquella mala tarde pasó como algo anodino para un narrador, que a decir verdad, es un auténtico cabronazo. Desde aquí, le felicito. En Pyongyang no le faltará trabajo.

Porque en este último capítulo nos topamos con otra muestra del sadismo de Max –lo que era HBO–, acudiendo en la practica totalidad del metraje al padre del asesino al que, sin duda, asocian a Ghandi o a la Madre Teresa de Calcuta, cuando la gran sorpresa es que Ramón Abarca ha conseguido –al fin– el papel de su vida, teniendo en cuenta que trabaja para Efe. Que Abarca, el cual ha visitado en numerosísimas ocasiones a Daniel Sancho en la cárcel –o será libro o pareja de hecho– haya osado ladearse sin ningún tipo de vergüenza hacia la familia del asesino, demuestra que el periodismo ha dejado de ser una profesión para pasar a ser una broma. De hecho, hasta yo, con estos pelos, ejerzo la profesión con esmero y sapiencia. Claro que yo trato de defender al descuartizado, sin ningún vínculo ni hacia su familia ni a Colombia.

Abarca entró fuerte: «Lo que ha ocurrido afecta a Edwin, su familia, a Daniel y a sus padres«. Se demuestra aquí que descubrir oro no debe ser fácil, ya que cada vez que en un etarra asesinaba con tiros en la nuca en España a nadie se le ocurrió alcanzar semejante asociación, teniendo en cuenta que, además, el futuro proverbio sale de la boca de un periodista. Aunque agradecemos que al menos en el orden de los afectados colocara al descuartizado en primer lugar, lo cual visto el episodio no debían tenerlo algunos muy claro.

Abarca, además, nos habla de «los periodistas del corazón» como si haber trabajado para Cuarzo  Producciones correspondiera a una beca de verano en el New York Times. Claro que su momento para la historia es cuando cuenta, apenado, que sólo él pudo asistir al juicio ya que las autoridades tailandesas le habían concedido ese don y no al resto de reporteros, cuando la realidad –¿verdad, Iñaki?– tuvo sólo que ver con un pase de favor de la Embajada que fue resuelto por el juez como si de una compresa usada hubiera sido, el cual ya advirtió de que no quería dentro de la sala a periodistas, incluso a los de Efe. Que después de su mísera asistencia de tres horitas el episodio haya girado en que por su presencia se justificaban muchas cosas, demuestra que tanto las mentiras como la creatividad de Cuarzo brillaron por su ausencia. Y no habría quedado mal del todo que el citado explicara a la audiencia por qué entró, y de la misma forma salió por la puerta de atrás, que fue exactamente por la que accedió, tan trajeado como siniestro, negándose a responder desde algunos días antes a los periodistas que trataban de saber cómo se podría acceder al juicio.

Ramón, ante tanto protagonismo, siguió delinquiendo ante la dignidad. Otros dos ejemplos concretos: el que fuera el abanderado de aquella falacia que se convirtió en realidad –hoy ya es sólo leyenda, como lo de la mermelada, el perro y Ricky Martin–, en donde según el delegado de Efe el fiscal les contó –es curioso que siempre estas importancias supinas se cuenten off the récord– que probar la premeditación iba a ser más complicado que haber visto a un periodista de Efe –¿o fueron dos?– trabajando más durante los últimos meses para Max que para la agencia de noticias por antonomasia de nuestra querido Estado español. Estoy seguro que una auditoria interna –desde Madrid, no desde Bangkok, y muchos menos desde nuestro consulado– no le vendría mal a la oficina que Ramón aún sigue dirigiendo.

Pero que un tailandés de adopción comulgue con las excentricidades de la defensa, terminó por decidirme a colocar la cara de Abarca en la caratula de este montaje final de Max si no hubiera sido porque el VHS ya no se lleva: «Se deja como garantía el pasaporte al alquilar una moto sólo cuando hay muchos turistas, como era en las Fiestas de la luna llena», falsedad monumental que a sabiendas de que conoce Tailandia no queda más remedio que asociarla a un interés absoluto en defender a una parte –la del asesino– en este caso, que sin ser para nada complejo en su planteamiento y ejecución, proyectos audiovisuales como este lo convirtieron en arenas movedizas para los espectadores, que confundidos, pudieron pensar no sólo que Daniel es inocente sino que Arrieta era narcotraficante además de pedófilo y Abarca futuro director de TVE, y jamás gerente de tiendas que alquilan motocicletas. 

En las norcoreanas entrevistas que Abarca ha venido realizando en los últimos meses a Daniel Sancho –»era un chico muy guapo y con muy buen físico», dice que dijo la que le alquiló la motocicleta; exactamente como mi madre aún sigue calificándome–, me hubiera gustado que, además de preguntarle cuál era su deporte favorito y qué libros leía, le hubiera encarado con algo básico. Tan básico como el móvil del crimen: ¿me dejarías ver el último mes de tu teléfono móvil? ¿Adónde accediste y qué mensajes enviaste? ¿Cómo es posible que le hayas sacado tanta pasta a Edwin? Pero no lo hizo: hablar de Edgar Allan Poe con alguien que, según él, no leía desde hacía años, fue mucho más consecuente. Y es por ello que incluso con exclusivas tan absolutas los tres reportajes de Abarca hayan pasado por la opinión pública sin pena ni gloria. Porque entrevistar en la cárcel al protagonista del caso más mediático de lo que va de siglo y tratarlo como si fuera un ama de casa que desea contarnos su vida alejará a Ramón del próximo Pulitzer, contra su voluntad.

Antes de acceder a la mina de oro que es Rodolfo Sancho, un actor que posiblemente ya sólo pertenezca a partir de aquí al mundo de los platós, debería explicar mi monumental queja a Max por haber negado la posibilidad de que la persona que trajo al mundo al asesino no haya salido ni un sólo segundo en este trabajo, que si fuera de fin de carrera, habría dado con su autor en una repetición de curso de libro dada su bajísima calidad, por debajo incluso del suspenso. Porque ni Silvia Bronchalo, mujer y madre de Daniel, que decidió no manchar sus manos con el dinero impregnado en sangre que al menos Rodolfo sí ha cobrado –y sigue cobrando– por este proyecto –¿serán incluso más las personas que arrimaron el cazo?–, ni la inmensa Alice Tassanapan, que si pudiéramos acceder a su cuenta bancaria algunos alucinarían por las transferencias enviadas en los últimos meses –o ingresos tras haberlo recibido en mano–, dispusieron de una sola leve secuencia, aunque fuera de espaldas, cuando el que escribe sale no pocas veces contra su pesar y sin que me hayan pagado –aún– las regalías. ¿Dónde quedó el feminismo? ¿Es que la madre del asesino no se merecía, al menos, un primer plano? ¿Acaso no se está volcando hasta la hernia discal tratando de ayudar a Daniel?

Rodolfo comenzó su delirio aprobado por la plataforma advirtiendo que él dijo no a una serie de televisión para darle el sí a El caso Sancho, dejándose en el tintero el habernos dicho por cuántos cientos de miles de euros tomó tan drástica decisión. Momento cumbre cuando aseguró a cámara –es lo que tiene la experiencia– que sólo una persona con experiencia podría haber premeditado ese macabro suceso, como si la gente fuera por ahí descuartizando docenas de veces. A sumar la broma cáustica de asegurar que Daniel defendiéndose –con el abogado tailandés de oficio de esparraguera y las tres sílfides legales en Madrid cercanas a lo gagá– fue la mejor decisión de la historia de la jurisprudencia, asumiendo que enviar a cuatro abogados al sumidero era lo más, sobre todo cuando te podía caer –cuando en realidad te cayó– una pena capital que el juez amortiguó a cadena perpetua –y esto hay que repetirlo hasta la saciedad para que no se olvide– por haber reconocido Daniel los hechos y ayudado a la policía a buscar los restos de Edwin que previamente él despiezó como si en realidad llevara años trabajando en una carnicería.

Rodolfo, además, vuelve a insultar a la policía tailandesa, suponemos que porque no tiene muchas ganas de volver a ir a visitar a su hijo, porque o si no, no me lo explico. De hecho, desde la lectura de la sentencia hasta que Daniel, al día siguiente, fue transferido a la cárcel de Surat Thani, sólo ha acudido a verle la madre y en todas las ocasiones que pudo, demostrándose que el narrador de esta bazofia se ha ido dejando por los episodios demasiadas claves en el tintero. Excelso momento de Rodolfo cuando habla del «arrepentimiento» que debía haber mostrado su hijo el cual no termina de pesarle ya que incluso a sabiendas de la que montó y las consecuencias que arrastrará durante décadas sigue dándole vueltas, con peros y excusas, a de una santa vez decir lo siguiente: «Dios, cómo la ha cagado mi hijo. Pedimos perdón a la familia de Arrieta y a toda Tailandia. Y en mi caso, a la policía«. Que por cierto, hay otro momento excitante que es es cuando Rodolfo dice, «esto ha hecho que nos juntemos más como padre e hijo». ¿Es que acaso tu hijo ha tenido que matar y descuartizar a un colombiano para que os juntéis? ¿En qué mundo vivimos?

Que Agarca salga en el episodio puede llegar a entenderse ya que lleva años residiendo en Asia –y participó del resto de capítulos anteriores–. Pero, ¿y Quilez? ¿Qué sabe ese señor de Tailandia? Tanto es así que le molesta que los reos vayan con grilletes cuando ocho años atrás no le vi mover un sólo músculo cuando Segarra hacía el mismo paseíllo –y en las mismas condiciones– que Daniel Sancho, al que le da la bola de partido con una frase tan fílmica como paupérrima: «sólo Dios, Arrieta y Daniel saben lo que ocurrió«. ¿Se imaginan que los atentados de ETA se hubieran juzgado de la misma forma? «Disculpe, terrorista, díganos usted qué es lo en realidad ocurrió, porque como el muerto no está y Dios no habla, usted tendrá la última palabra». Qué suerte tienen algunos de que los descuartizados no hayan sido sus propios familiares.

Desconozco por qué Ospina no se preparó bien su participación en semejante show, ya que de nuevo le pillaron con la cadena salida. Y el show llamando a Darling, aunque necesario, fue demasiado artificial. Y repito: si alguien que no conoce el caso viera esta serie pensaría que Ospina es el malo y la Balfagón, la buena, la cual me cita sin nombrarme. Como tampoco quiere explicar que el resto de cuchillos así como la cartera y teléfonos móviles de Arrieta los hace desaparecer, y no sólo por los restos de ADN, sino porque lo de la jaula de cristal debía no serlo del todo ya que sólo leyendo los mensajes entre Edwin y Daniel durante el último mes podríamos haber calificado si de verdad el cirujano acosaba y amenazaba al nini.

La parte final termina por conceder a Rodolfo el cien por cien del protagonismo, lo cual ya ni debería sorprendernos. Dice el papá que cuando se dio cuenta de que la sentencia no iba a serles benévola se puso muy furioso y que «ese que tenía dentro habría sido capaz de cualquier cosa», asumiendo que entre las probabilidades no estaría, supongo, la de descuartizar al juez. O me equivoco, ¿Rodolfo? Aunque lo que realmente me llamó la atención en esa parte es que, por fin, Rodolfo asume por primera vez que la cosa no iba bien, cuando según sus propias palabras, durante todo el juicio el juez estaba de su lado ya que se veía claramente que la fiscalía no pudo probar nada. Ya. De ahí la sentencia. No sé, Rodolfo. Mira a ver si durante las vistas te quedaste dormido como Aprichart, porque o si no, no se explica. En el chat con Balfagón y Chippirrás –aquí sí que demuestra García Montes cierta inteligencia esquivando esas perdidas de tiempo que son los grupos de WhatsApp– Rodolfo envió un «muy mal» tras enterarse del veredicto. La gracia la puso, como no podía ser de otro modo Carmen, preguntándole que a qué se refería, como si en vez de en la lectura de una posible sentencia a pena capital de su hijo su cliente hubiera estado en la playa y ese «muy mal» hubiera tenido que ver con que en el chiringuito no vendían sardinas o verdejos. Rodolfo, de todas formas no cesa: «En dos años podemos empezar a pedir el traslado», algo que no se cree ni él. Porque si esto es lo que le cuentan al niño ahora entiendo que siga pensando que todo será pasajero y que su papá es Dios en la tierra.

Con frases como «el único que ha estado allí siempre he sido yo… y Daniel» deja en mal lugar a Alice, y sobre todo, a Silvia Bronchalo, una madre vilipendiada por su exmarido a base de insultos e ignorada por la plataforma que un día se llamó HBO y que hoy se hace llamar Max, la cual fomenta de forma clarísima el talibanismo despreciando a las mujeres, y no sólo caucásicas, por lo que esto podría acabar en denuncia de la agenda 2030. Al tiempo.  Al final el documental se guarda dos detalles tratando de esquivar la realidad y como asumiendo que, quién sabe, podría haber más capítulos en un futuro. Porque Daniel en su alegato final le dijo al juez –ojo– que Edwin nunca le dio dinero y que «el fallecido tenía novia», cuando lo más cercano que habrá llegado a sentir el doctor Arrieta a una mujer como pareja habría sido a Daniel con corpiño y medias de seda. Un sargento de la policía que participó en las primeras declaraciones de Sancho dijo a cámara que él no se inculpó, cuando esta respuesta sólo tendría sentido si la pregunta no hubiera estado cortada, y por lo tanto, la secuencia completamente manipulada. Y por cierto, Ospina narra tras el fallo que el móvil del crimen fue que Arrieta quiso mudarse a Barcelona. A estas alturas de la película. Tremendo. Y el verdugo o sus allegados fundiéndose la pasta.

La escena final de sólo ante el peligro –en este episodio también metieron en repetición sin sentido la que cerraba el anterior episodio donde Rodolfo hacía de John Wayne– se recrea cuando Rodolfo sale del hotel, con su mochila, se supone que camino del aeropuerto, tras haber fracasado eligiendo la defensa y la estrategia y asumiendo que Alice Tassanapan tenía contactos con los poderosos. Aunque eso sí, lo que sí ha mejorado han sido las arcas de Rodolfo, que antes de la carnicería de su hijo tenían muchos menos dinero. Tras el cierre de este proyecto audiovisual uno asume que es posible que hasta el siguiente milenio la población espectadora que adora este tipo de documentales no será capaz de poder visionar un proyecto tan sesgado en donde el asesino, por veces, era Dios, y el asesinado, la nada. 

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