El mecanismo por el que fue juzgada Dolores Vázquez se basó en construir mediáticamente un arquetipo de lesbiana que resultara creíble como asesina
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No existían pruebas que incriminasen a Dolores Vázquez: nadie la vio en el lugar donde se encontró el cadáver, tenía coartada para la noche que mataron a Rocío Wanninkhof y su ADN no coincidía con el que se recogió en la escena del crimen. La asesina no era ella; aún así, los hechos darían comienzo a un nuevo caso de asesinato mediático que culminarían con la detención de Vázquez y su posterior acusación. Pasó 519 días entre rejas por un asesinato que no había cometido. Sin embargo, su martirio empezó mucho antes, cuando la condenaron por su aspecto y su sexualidad: era una lesbiana que no podía tener hijos y que, a ojos de todos, mató a la hija en venganza ante la madre que había roto con ella.
Los hechos
El 9 de octubre de 1999, Rocío Wanninkhof salió de la casa de su novio en Mijas (Málaga) para volver a la suya, a unos 500 metros, dando un paseo. Iba a cambiarse de ropa para ir a la Feria de Fuengirola, pero se le perdió la pista en el trayecto de vuelta. A la mañana siguiente, su madre encontró sus zapatillas y manchas de sangre al lado de su domicilio.
Comenzó entonces una búsqueda que movilizó a la Policía, Guardia Civil, Protección Civil y decenas de voluntarios, que realizaron un despliegue humano sin precedentes desde La Cala de Mijas hasta Tolox. Casi un mes después, el 2 de noviembre de 1999, la Policía halló el cadáver de la joven en el paraje marbellí de Altos del Rodeo. Le habían asestado nueve puñaladas por la espalda.
Tanto la Guardia Civil como la familia de Wanninkhof no tardaron en hacer públicas sus inquietudes sobre que el asesino de la joven era alguien cercano a ella. Fue entonces cuando las habladurías de los vecinos, la presión mediática y una errónea praxis policial condujeron a la detención de Dolores Vázquez, una mujer que había sido pareja de Alicia Hornos, la madre de la víctima, y que incluso había convivido con ella y con sus hijas.
Diarios, radios y canales de televisión se posicionaron claramente en contra de Vázquez pasando por alto la presunción de inocencia y alimentando el discurso de odio público hacia la acusada, compartido también por la familia de Wanninkhof. Para Hornos, no había duda de la culpabilidad de su expareja pese a la falta de pruebas.
Las pruebas encontradas no apuntaban a Dolores Vázquez
El 3 de septiembre de 2001 comenzó en la Audiencia de Málaga el juicio contra Dolores Vázquez por el asesinato de Rocío Wanninkhof. A lo largo de 16 días, el ministerio fiscal no aportó ninguna prueba incriminatoria, tan solo indicios y testimonios sobre el posible rencor de Vázquez hacia la víctima por ser la culpable de la ruptura con la madre de la joven.
Durante el juicio, la acusada insistió en que la noche de la desaparición de Wanninkhof solo salió de su casa para tirar la basura y a comprar tabaco. Además, tenía a su cargo a su madre y a la hija de una sobrina. Las facturas de Telefónica confirmaron que se realizaron varias llamadas desde su domicilio, entre las 22.34 y las 23.19 horas.
La Guardia Civil, además, tenía a su disposición un informe en el que se cotejaban las huellas dactilares de Vázquez con las encontradas en la cinta adhesiva que sellaba la bolsa de basura en la que se halló la camiseta de Wanninkhof. El resultado fue negativo. También se presentó un informe de Criminalística que descartaba que las fibras encontradas en el cadáver coincidieran con las fibras de las prendas de la sospechosa.
Sin embargo, el jurado popular se limitó a repetir en el veredicto la tesis del ministerio fiscal y declaró a Dolores Vázquez culpable del asesinato de Rocío Wanninkhof. El veredicto no fue unánime: 7 votos favorables y 2 desfavorables. Unos días más tarde, el juez impuso a la acusada 15 años de prisión y una indemnización de 18 millones de pesetas (108.182 euros).
La aparición de otro cadáver condujo hacia el verdadero asesino
Pedro Apalategui, el abogado defensor de Dolores Vázquez, presentó inmediatamente un recurso contra la sentencia ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) y, finalmente en 2002 el TSJA anuló la sentencia por «falta de motivación» en el veredicto y ordenó la celebración de un nuevo juicio. En febrero de ese mismo Vázquez salió en libertad bajo fianza de 30.000 euros, tras 17 meses en prisión.
Dolores Vázquez nunca volvió a prisión, ni se celebró un nuevo juicio. En 2003, el asesinato de Sonia Carabantes propició la aparición de un nuevo sospechoso: Tony Alexander King. Un agresor sexual cuyo ADN estaba presente en un cigarrillo encontrado junto al cuerpo de Wanninkhof y bajo las uñas de Carabantes.
Al ser detenido el 18 de septiembre de 2003 en Alhaurín El Grande (Málaga) y autoinculparse de ambas muertes, se suspendió el nuevo juicio contra Vázquez, que fue exculpada. No obstante, en la vista oral por el caso Carabantes, King proclamó su inocencia e implicó a Dolores Vázquez y a su amigo Robert Graham en ambas muertes, algo que la Justicia negó.
El británico fue detenido, enjuiciado y condenado a 19 años de prisión por la muerte de Wanninkhof, 36 años por el asesinato de Carabantes y 7 años más por el intento de violación en 2001 de una joven en Benalmádena. No saldrá de la cárcel hasta el 2059. La sentencia determinó que, además de King, en el asesinato de Rocío participaron, al menos, otras dos personas, de las que a día de hoy nada se sabe.
Debido al tiempo que estuvo privada de libertad -519 días-, Dolores Vázquez reclamó cuatro millones de euros por responsabilidad patrimonial del Estado, una petición que fue desestimada en primera instancia por el Ministerio de Justicia. A día de hoy, 25 años después, Vázquez continúa sin haber sido indemnizada.
Así fue cómo el mito de la lesbiana perversa acabó por sentenciar a Dolores Vázquez
Antes del juicio propiamente dicho, los telediarios sellaron la imagen de una mujer malvada basándose en la orientación sexual y en la apariencia física de Vázquez. Se escribieron artículos en los periódicos en los que se comentaba su falta de feminidad; supuestos especialistas declararon en tertulias radiofónicas y televisivas, sin el menor pudor, que estaban convencidos de su culpabilidad a pesar de que no había una sola prueba en su contra y de que contaba con una sólida coartada.
Las pruebas incriminatorias en ningún momento apuntaron a Vázquez, pero ello no sirvió para atenuar el linchamiento mediático y el espectáculo de un juicio con un jurado popular donde saltaron a la luz acusaciones como su aspecto hombruno, su afición por el karate, su voz ronca o el testimonio de una mujer que decía haberla visto apuñalando una foto de Rocío en el cartel de búsqueda.
Los medios de comunicación apuntaron directamente a su físico
La tesis que expone Beatriz Gimeno en La construcción de la lesbiana perversa (Gedisa) apunta precisamente a esta cuestión: “A Dolores Vázquez se la acusó, procesó y condenó por ser lesbiana y nada de lo que sucedió hubiera podido suceder de la misma manera de haber sido ella heterosexual; cierto es que la condenaron el jurado y el juez, pero para que eso sucediera sin escándalo fue necesario que la opinión pública creyera sin lugar a dudas en su culpabilidad y ese fue el papel que jugaron los medios de comunicación, el de hacer que su procesamiento y posterior condena resultaran asumibles e incluso inevitables”.
A lo largo de su libro, Gimeno se vale de cientos de ejemplos de noticias publicadas en periódicos sobre el caso de Dolores Vázquez, y su investigación aparece reflejada en el documental Caso Wanninkhof-Carabantes, dirigido por Tània Balló y producido por Brutal Media.
Según confirmó Balló en el marco del estreno de su documental, el texto de Gimeno fue una “base fundamental” para aportar una perspectiva política a la narración del caso, para comprobar que el mecanismo por el que fue juzgada una mujer inocente se basó en construir mediáticamente un arquetipo de lesbiana que resultara creíble como asesina. Aquello empezó por su físico: si en la primera descripción que se puede leer de ella en El País aparece descrita con una “complexión física normal”, al día siguiente en el ABC ya la caracteriza como una “mujer de gran corpulencia”.
Y a partir de aquí las informaciones serán siempre igual de tendenciosas, un hecho que como apunta Gimeno “se revelará después como de vital importancia a la hora de poder probar que Dolores Vázquez es la asesina. Como las pruebas periciales revelaron, era absolutamente necesario que la persona que hubiera cometido el crimen tuviera una gran fuerza física, ya que debió de ser capaz ella sola de cargar con el cadáver y trasladarlo de un lado a otro”. La prensa repitió en numerosas ocasiones que Vázquez era una aficionada a las artes marciales, “un deporte que, en el imaginario popular, se identifica con la agresividad y la lucha, lo contrario de la pasividad femenina”, recoge Gimeno.
“No se trataba únicamente de caracterizarla físicamente como una lesbiana”, explica a continuación Gimeno, “sino que era necesario también dotarla de ciertos caracteres psicológicos propios de las lesbianas perversas”. En las descripciones que se publicaron diariamente durante los meses que pasaron entre el juicio y la sentencia, el poder mediático se desplegó en todo su esplendor para señalar a una mujer soltera y sin hijos, mientras que su homosexualidad quedaba más bien implícita –ni una sola vez apareció en El País ni en ABC la palabra lesbiana, lo que contribuyó a que no se analizara como un discurso de odio–.
Captura del documental ‘El caso Wanninkhof’ de Netflix donde se ve a Dolores Vázquez siendo arrestada. Netflix
En este punto, el documental muestra que no existían evidencias firmes que inculpasen a Vázquez del asesinato. “No hay prueba irrefutable que incrimine a Dolores Vázquez, pero los indicios en su contra se acumulan”, rezaba El País en un titular; y se acumularon tantos que finalmente fueron esos indicios los que acabaron por condenarla. Resulta como mínimo llamativo que, exceptuando el ABC, ningún medio de gran tirada optara por recoger ni una sola opinión positiva de ella antes de que fuera juzgada y en un momento en el que la policía aseguraba no tener pruebas concluyentes. La insistencia con la que se comentaba que no se llevaba bien con los hijos de su ex pareja contrasta con que nunca se mencionara que Vázquez cuidaba diariamente de su madre inválida.
A Dolores Vázquez la condenaron de antemano por lesbiana, por no ser madre, por no encajar en los cánones tradicionales de lo femenino.
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