A orillas del Tíber

Meloni no sólo ha consolidado un proyecto que la ha convertido en una de las figuras más importantes de Europa, sino que incluso Roma parece haber mejorado
The post A orillas del Tíber first appeared on Hércules.  Escribo mientras la luz dorada del atardecer cae sobre la ciudad de Roma. El tañer de las campanas se entremezcla con el estruendo del caótico tráfico romano y el graznido penetrante de las gaviotas que surcan el cielo de la Urbe. A pocos metros el Tíber fluye solemne, sereno, testigo de casi veintiocho siglos de historia. Los turistas y peregrinos que estos días abarrotan las calles y plazas de la ciudad, empiezan a ocupar las terrazas de restaurantes y trattorias, aprovechando la fresca brisa que comienza a aliviar el húmedo calor del día. Todo lo envuelve una atmósfera patinada de historia, de arte, de belleza. Leyenda y realidad se entremezclan. Quien sabe si Rómulo y Remo corrieron por la cercana ribera que, hoy domesticada por los muros de contención, i muraglioni, construidos tras la unificación italiana para evitar las frecuentes riadas, se convierte en un agradable lugar para pasear o tomar un spritz o un chinotto.

Desde esta serena distancia, contemplo lo que ocurre en nuestra desdichada piel de toro. Dicen que “ojos que no ven, corazón que no siente”, pero en estos tiempos de conexión global las noticias llegan con una inmediatez que impide desligarse de ellas, salvo que uno quiera seguir las indicaciones que aquel emperador estoico, Marco Aurelio, dio para lograr la paz de alma. No es mi caso, y mientras recorro las estrechas calles del centro histórico, o me siento a escribir o a leer, veo, entristecido, y a veces enfurecido, el lamentable y vergonzoso espectáculo de la política nacional. Es verdad que, durante muchos años, en mis estancias investigadoras en Roma, lo que me producía un poco de sonrojo era la política nacional italiana –recuerdo el bochornoso modo como cayó el Gobierno Prodi en 2008– y sentía cierto orgullo por lo razonablemente bien que funcionaban las cosas en España.

Pero las tornas han cambiado radicalmente. Mientras en Italia Giorgia Meloni no sólo ha consolidado un proyecto político que la ha convertido en una de las figuras más importantes de Europa, sino que incluso la siempre caótica Roma parece haber mejorado, España se ha ido sumergiendo en un lodazal político que no hace más que crecer, con episodios dignos de ser narrados por algún Valle-Inclán redivivo, humillantes y vergonzosos para una nación que se considera una democracia avanzada. No insistiré en la idea, que llevo repitiendo constantemente, de que nos estamos transformando en una anocracia. Un autoritarismo descarado, sostenido por quienes sólo buscan el interés particular de sus mezquinos proyectos políticos o nacionalistas, ha envenenado a la sociedad española, dividida, enfrentada, sumida en un cainismo insoportable que sólo augura desgracias. El afán enfermizo de poder, a cualquier precio, ha venido a suplir cualquier proyecto de desarrollo y mejora del país. Un cáncer destructor extiende su metástasis a todos los ámbitos sociales, económicos y políticos de la nación, carcomiendo interiormente el engranaje del estado, totalmente desprestigiado. Una caterva de arribistas, mediocres, mezquinos, pícaros de baja estofa y ambiciosos sin escrúpulos ha colonizado las instituciones, mientras unos medios de comunicación que han traicionado su vocación de servicio público, manipulan a una ciudadanía que, muchas veces arrastrada por la pasión, no es capaz de analizar racionalmente el peligroso estado en que nos encontramos, preocupándose más por lo ocurrido en Eurovisión que por las graves amenazas para la Res publica.

Estoy convencido de que esta situación no podrá sostenerse mucho más tiempo. El barco hace aguas por demasiados lugares y el pánico, tal vez revestido de un silencio incomprensible para la sociedad, puede que esté conduciendo a errores irreparables. Es por eso por lo que, en esta Italia que también conoció episodios de profunda decadencia política, con figuras impresentables al frente de la misma, con una corrupción de niveles inimaginables, evoco, quizá buscando un poco de consuelo y esperanza, aquel proceso judicial que tuvo lugar en 1992 y que conocido como Mani pulite o también Tangentopoli -de tangente, soborno en italiano-, supuso el descubrimiento de una red de corrupción política que se extendía por todo el país, implicando a políticos, empresarios, autoridades de todo tipo, y que conllevó una fuerte reacción de la opinión pública, con manifestaciones por todo el país, lo que supuso no sólo el desprestigio de gran parte de los políticos en activo, sino también la desaparición de partidos históricos, como la Democracia Cristiana y el Partido Socialista –tres de sus diputados se suicidaron-, y el fin de la carrera política del secretario general del PSI y antiguo primer ministro socialista, Bettino Craxi, quien, condenado a 27 años de prisión, huyó a Túnez en 1994, muriendo allí en el 2000. El 30 de abril de 1993, día en el que se produjo la gran manifestación contra él, –en la que la gente le arrojó monedas como expresión de rechazo y vergüenza-, se ha transformado en Italia en el símbolo de la crisis de la corrupción y el fin de la Primera República Italiana. Pero no se llegó a ello sin que los jueces que el 17 de febrero de 1992 comenzaron la causa sufrieran presiones, siendo durante el proceso asesinados dos magistrados antimafia, Giovanni Falcone y Paolo Borselino.

Ver cómo un país donde la corrupción estaba tan arraigada y el descrédito político era generalizado, pudo librarse del mismo, no deja de ser alentador. Aunque no hay que olvidar que, después de todo ello, llegó Silvio Berlusconi. Porque la historia de una nación, de un grupo o de una colectividad no es una película de buenos y malos que siempre acaba bien. Pero en nuestra voluntad como ciudadanos que apuestan por una democracia sana, en la que impere la justicia, la igualdad y la ética, está que no acabe mal.

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