La mejor definición del terror en imágenes es, precisamente, la de Terciopelo Azul (1986). La película, punto de inflexión en la carrera del cineasta, comienza presentando la vida en un típico barrio residencial estadounidense, la clase de anodina existencia que sólo Lynch supo ver de una forma tan genuinamente original
The post Adiós a David Lynch, el hombre que soñó con Laura Palmer first appeared on Hércules. David Lynch, el cineasta gnóstico por excelencia, aquel que mejor ha retratado la aterradora experiencia del Kali-Yuga desde dentro, ha muerto hoy, día 16 de enero de 2025, a tan solo 4 días de cumplir los 79 años. Al igual que el pensador contemporáneo Pacôme Thiellement, acaso el mejor exégeta del corpus lyncheano, considero que el realizador nacido en Montana llevaba atrapado por lo menos desde mediados de los años 90, tras obras de una inmensa emotividad como Cabeza Borradora (1977) o El hombre elefante (1980), en lo más profundo de la Logia Negra a la que puso imágenes en su obra más ambiciosa: Twin Peaks (1990-1;2017). Ahora, tras la triste noticia de su muerte, por fin le ha sido concedido abandonar dicha estancia en busca de un lugar mejor.
El terror de Terciopelo Azul
La mejor definición del terror en imágenes es, precisamente, la de Terciopelo Azul (1986). La película, punto de inflexión en la carrera del cineasta, comienza presentando la vida en un típico barrio residencial estadounidense, la clase de anodina existencia que sólo Lynch supo ver de una forma tan genuinamente original. La cámara avanza en la secuencia inicial del filme hasta sumergirse en la negritud que se esconde en lo profundo del césped verde, captando la incombustible marcha de escarabajos y gusanos hambrientos que pugnan desde lo más hondo de la lucha por la vida. Es la imagen del Infierno que se abre dentro del Cielo, de la extraña relación entre Materia y Espíritu, entre Vida y Muerte, haciéndose y deshaciéndose en una teogonía que tiene lugar en los microorganismos y en las galaxias.
En esta imagen también se encuentra el esbozo de una comunidad enferma que Lynch, iniciado en la meditación trascendental por medio del gurú Maharashi Mahesh Yogi, terminará de realizar, junto al reconocido teósofo Mark Frost, en la citada Twin Peaks: un intento por hacer su propia Jerusalén, al estilo de otro artista visionario, William Blake, que también volvió del otro lado para traernos imágenes inefables de poder.
Este conocimiento hermético, que a Lynch le llega más por instinto que por estudio (según analizó Thiellement), se hace especialmente evidente en la abolición del Bien y del Mal, del mundo macrocósmico exterior y el plano espiritual de lo interior, que muestra ese particular Jardín del Edén norteamericano donde paisaje y paisanaje, Naturaleza y Cultura, se funden movilizándose, desplazando sus arterias mágicas subterráneas y sirviendo como organismo vivo a la representación del dueño del sueño, el propio David Lynch parapetado tras sus escenarios y personajes, en una representación mítica del eterno drama de Caída y Redención que, desde el principio de los tiempos, ha sido soñado y sueña al conjunto de la humanidad.
Dos obsesiones atraviesan el cine de Lynch, desde sus principios vanguardistas, tan deudores del surrealismo y la observación cotidiana, hasta su última etapa, más oscura y perversa, como el propio mundo aceleracionista en el que se enmarca: el asesinato real de la Dalia Negra, que muestra la verdadera faz de Hollywood en su trato con las mujeres, y el visionado de El Mago de Oz (1939), la mítica película de Victor Fleming. Toda la obra final de Lynch estará contenida en una síntesis tenebrosa de ambos mitologemas para denunciar la realidad de este presente atemporal que todos llevamos inscritos en la Sombra junguiana.
El de Betty Short es un asesinato ritual ocurrido en el mismo Hollywood que, casualidad o no, arde con una intensidad jamás conocida en su Historia en la misma semana en la que toca despedir al más grande de sus directores en el último medio siglo. Y el de la huérfana Dorothy Gale, interpretada por Judy Garland, es la historia de quien sigue el camino del arcoíris hasta encontrarse, ya al otro lado del espejo, con un demiurgo farsante de cuyo luminoso mundo la niña emergerá para decir: «Totó, tengo el presentimiento de que ya no estamos en Kansas».
Como se ha dicho, el cambio ese irrepetible e incomparable mundo interior de Lynch, distinguiendo (de la mano de Thiellement) una primera y una segunda etapa, se da en el interior de la propia película Terciopelo Azul, así como en las dos primeras temporadas de Twin Peaks, pero sobre todo a partir de ellas: el amor romántico con el que termina el filme tras la estela de Corazón Salvaje (1990), esa ascensión angelical de Laura Palmer todavía presente en Fuego, camina conmigo (1992), deja de ser un final feliz válido para la fase de aceleración en la que entra el Kali Yuga terminal, por lo que el eje trascendental del cine de Lynch irá dejando su lugar a una verdad mucho más tenebrosa: el vacío de un nihilismo que se escribe con “N” mayúscula, el del soñador autoconsciente que vive mirando al vacío de un sueño situado dentro de otro sueño.
Podríamos considerar que la tercera temporada de Twin Peaks se une a Carretera Perdida (1997), Mulholland Drive (2001) e Inland Empire (2006) en un paso de lo luminoso a lo abiertamente gnóstico, como parte de su intento por amalgamar la primera historia del relato, en forma de argumento, con un segundo nivel de lectura que habitualmente aparece por separado y que en realidad no tiene más utilidad que la de un vehículo para exponer los símbolos de un proceso iniciático que es, a su vez, la invocación de fuerzas obscuras que aparecen en el episodio “3×08” de Twin Peaks, el más esotérico de la historia de la televisión, además de un punto de inflexión en el fin de una era y el inicio de otra que, con toda probabilidad, no llegará mucho más lejos que el cartel de Hollywood en la colina conocida como Monte Lee, a estas horas calcinado por las llamas.
La herencia de Lynch
Lo último verdaderamente innovador que el cine ha dicho hasta la fecha ha sido la última etapa de David Lynch. ¿Y qué es exactamente aquello que el maestro nos ha dejado, como misión, en forma de legado y herencia? Esto: que el Kali Yuga es el Infierno en la Tierra, y que la única forma de escapar de ahí no está en ningún Oz demiúrgico, ni siquiera en las historias de amor y ascensión que nos llegan a través de los finales felices del cine, sino en ese Cielo inexplorado que cada espectador porta dentro de sí. Con Lynch, ese cineasta que llegado cierto punto dejó de ver cine, descubrimos que las teleseries, hoy gastadas por su exceso de producción y circulación (como ocurre con una industria echada en manos del capitalismo pero agotada creativamente en forma de reboots y remakes), son capaces de proponer una auténtica cosmogonía a sus espectadores, y así lo han demostrado también sus alumnos más evidentes, entre los que podemos citar a Damon Lindelof (The Leftovers, 2014) y Nicolas Winding Refn (Too Old To Die Young, 2019).
No por casualidad el de Laura Palmer, esa Laura Palmer que encubría el lado luminoso de David Lynch y de todos y cada uno de sus espectadores pasados o futuros, es el primer cadáver de la teleficción contemporánea, que dio paso a la Edad de Oro de las series, y que, tras ese breve período de tiempo, sumergió todas esas epopeyas visuales en busca del Eterno Femenino (que representaron Patricia Arquette, Naomi Watts y Laura Dern) en el marco de un mundo sórdido y materialista que, a fuerza de querer reprimir la Sombra, ha terminado de encumbrarla al punto de sepultar todo lo demás, sobre todo la Belleza y Sabiduría encarnadas por la Donna Angelicata. Para Lynch, el cine cobra sentido como técnica chamánica: es un arte mágico que puede curar al espectador en una época donde todos estamos terriblemente enfermos, empezando por la propia industria de los sueños que se ha transmutado en Logia Negra.
En ese sentido, resolver la muerte de Laura Palmer es tanto como resolver el gigantesco entramado de la realidad y, una vez resuelto el crimen, sería una ingenuidad llegar a pensar que el mal se ha marchado, porque sigue en el mundo, dentro de todos nosotros. Ese es el mensaje final de Twin Peaks e Inland Empire: el cine no va a hacer por ti aquello que tú no puedes hacer por ti mismo, esto es, conciliar tu lado luminoso con ese doppelgänger que te ha dejado atrapado en la Logia Negra, como todos los demás hasta que se termine este terrorífico ciclo, en compañía del agente Dale Cooper, y también de David Lynch, sí, de ese genio del séptimo arte que acaba de ascender a los cielos.
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