Apagón político y papel cero

El problema es que el apagón no está en la red eléctrica, sino en sus neuronas.
The post Apagón político y papel cero first appeared on Hércules.  ¿No tienes ganas a veces de darle una patada al ordenador?

Una patada, un martillazo y hasta tirarlo por la ventana, si he de ser sincero. Con mi responsabilidad de magistrado no queda muy bien semejante confesión, pero valga en mi descargo que los equipos informáticos de mi juzgado se cuelgan cada dos por tres. Menuda exasperación, cuando estoy concentrado, sacando a toda prisa las montañas de asuntos acumulados, ese fundido en negro que me deja con dos palmos de narices. Pues bien, así se sintió España el 28 de abril de 2025, con el histórico apagón que dejó sin suministro eléctrico a la Península. Menos mal que todavía no se habían ejecutado del todo los designios del Ministerio de Justicia para imponer el “papel cero”. Porque una cosa es la digitalización del expediente judicial, con todas las ventajas que comporta; y otra, muy distinta, prohibir que acudamos a la impresora para sacar copias de seguridad de los procedimientos y así seguir trabajando incluso ante desastres como el que hemos sufrido.

La ignorancia es muy atrevida…y peligrosa, sobre todo cuando proviene del Legislador. Los expertos advierten contra la fragilidad de los sistemas informáticos, muy vulnerables a ciberataques y al mal funcionamiento. En la guerra de Ucrania, los rusos han formado comandos de piratas computerizados (hackers militares) que asaltaron las líneas enemigas armados, no con cañones, sino con algoritmos. No pensemos que nuestro país es inmune ante semejantes amenazas, como si viviésemos en otro planeta. Lo más inquietante, sin embargo, son los fallos técnicos, que aumentan a medida que lo hace la complejidad de los mecanismos: por ejemplo, un ciclomotor es más propenso a las averías que una bicicleta. Y no olvidemos la “obsolescencia”, o sea, la rapidez con la que quedan anticuados tanto los programas (software) como los soportes físicos (hardware): ¿Qué haríamos ahora con nuestros disquetes (floppy disks) de antaño? El National Museum of Computing, en el Reino Unido, guarda en sus estantes, a semejanza de fósiles del pleistoceno, venerables reliquias de nuestra infancia, como el mítico Commodore 64. En cambio, seguimos leyendo, sin necesidad de darle al clic para actualizar, los legajos judiciales del siglo XIX e incluso de la época de la Inquisición. No solo eso, existen estudios psicológicos (vgr. Delgado et alia, 2018) que muestran que, cuando se trata de textos largos y difíciles, la atención se fija mejor en el papel que en la pantalla. ¡Qué suplicio, con lo miope que soy, desgastarme la vista lidiando con los agresivos destellos de ese perezoso cacharro que tan aficionado es a dejarme tirado!

¿Haremos añicos los ordenadores como los artesanos luditas que atentaban contra las máquinas durante la Revolución Industrial? Mucho mejor sería escuchar a los ingenieros, que aconsejan proteger los procesos más sensibles mediante dispositivos que garanticen la “redundancia”, o sea, un “plan B” ante imprevistos. Sin ir más lejos, los edificios mantienen las escaleras (Plan B), por muy antiguas que se nos antojen, aunque cuenten con ascensores (Plan A) y de este modo no acabar atrapados en un ataúd colgante durante un incendio. Igual sucede en justicia, con un “pleito testigo” en papel, que complemente y coexista junto al expediente digital. Pero es como predicar en el desierto ante los fanáticos del “papel cero”, políticos togados que, sin tener ni la más remota idea, pontifican cuáles talibanes informáticos. El problema es que el apagón no está en la red eléctrica, sino en sus neuronas.

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