Es por ello por lo que necesitamos reivindicar el espíritu de convivencia de la Transición, cuando españoles que se habían enfrentado en los dos bandos, con gran generosidad fueron capaces de tenderse la mano, de dejar atrás el desgarro profundo del drama bélico y mirar, esperanzados, al futuro
The post Aprés moi le deluge first appeared on Hércules. La verdad es que hay que tomar con bastante escepticismo las frases “históricas”, como “el Estado soy yo”, que dicen que dijo Luis XIV, o el “no mandé mis naves a luchar contra los elementos” de Felipe II tras la derrota de la Armada Invencible –que tampoco se llamó así- y otras similares. Algunas son claramente inventadas a posteriori, como la famosa y falsa eppur si muove, atribuida a Galileo y que parece más bien una invención del escritor italiano Giuseppe Baretti, que vivió un siglo después de Galilei. Sin embargo, en ocasiones, y ya asumidas por la tradición cultural, reflejan muy bien a un determinado personaje, como en el caso del Rey Sol, o una precisa coyuntura histórica. Es el caso de la expresión après moi le déluge, “después de mí el diluvio”, que según cuenta el pintor Quentin de la Tour, quien lo supo a través de Madame de Pompadour, amante del rey Luis XV, habría pronunciado el monarca francés. El sentido de la frase es discutido y ha dado pie a diferentes explicaciones, aunque la más común –que no tiene por qué ser la más cierta- considera que con ella el rey se refería a la catástrofe política que ocurriría en Francia tras su muerte, y que, efectivamente, se produjo con la Revolución Francesa. Otro sentido, perfectamente compatible con el anterior, dado el carácter del soberano, es que lo que viniera después no le importaba nada.
Este vivir al día y no preocuparse de las consecuencias de la actuación presente, cargando sobre las generaciones futuras el peso de unas decisiones políticas que sólo tienen como finalidad la supervivencia política, no fue algo exclusivo, si hacemos caso a las explicaciones aludidas, de Luis XV de Francia. Por desgracia es el estilo que se ha impuesto en la actual política española, y que traerá daños terribles a la nación. Da la impresión de que lo que vaya a ocurrir a los españoles en el futuro poco importa en Moncloa, cuyo único objetivo parece ser un perpetuarse en el poder, un mantenerse un día más, aunque sea de modo agónico, aunque suponga una constante humillación para el país, aunque conlleve el desastre económico que las cifras triunfalistas que se dan no podrán ocultar –no hay nada más realista que la economía, y se pueden disimular los datos, pero al final, como vimos en el caso de Grecia, se impone la realidad-, aunque no haya jornada en la que una institución pública sufra la degradación de su prestigio.
Se están abriendo muchas, demasiadas, grietas en la vida social, económica, legislativa de la nación. Las derrotas del Gobierno en el Congreso, propiciadas por sus socios, demuestra una fragilidad que si lo que verdaderamente importara fuera la res publica, el bien común, habría hecho que ya se hubieran convocado elecciones. Lo que demuestra, por otro lado, que las optimistas previsiones electorales de un CIS totalmente desprestigiado, no son ciertas, pues dudo de que en el caso de que fueran verdaderas no se hubiera intentado ya quitarse el lastre de unos socios poco fiables y de figuras totalmente quemadas ante la opinión pública como Yolanda Díaz.
En lugar de convocar a la nación para que exprese cuál quiere que sea el rumbo político, estamos contemplando, junto al vergonzoso panorama judicial, con una Fiscalía General del Estado que, más allá de la impresentable y poco ética imagen de su titular, se nos muestra como un apéndice del Gobierno, un patético intento de sobrevivir, de conseguir prorrogar unos días, unos meses, una legislatura totalmente estéril. El legado de estos años, cuando los contemplemos con perspectiva, será nulo, o, por desgracia, terriblemente negativo, no sólo por la casi inexistente producción legislativa, sino porque no se están afrontando los urgentes y graves problemas nacionales, a la vez que se acentúan otros, cuyas consecuencias sufriremos en el porvenir.
Quizá lo más dramático sea la profunda quiebra de la convivencia entre los españoles. Otras cuestiones, como la situación económica, con el drama del paro juvenil o la pérdida de poder adquisitivo de la población, pueden ser revertidas. Pero el muro que se está levantando entre quienes piensan de un modo diferente es cada vez mayor; se ha acentuado el enfrentamiento ideológico, vemos una creciente intolerancia hacia quien piensa distinto –basta observar las redes sociales, una auténtica sentina de odio-, se han agitado viejos miedos ya superados, la historia se emplea como arma arrojadiza para discernir quienes son los buenos y quienes los malos. Este será el peor legado del Sanchismo, una España enfrentada de nuevo, incapaz de tender la mano al adversario político, en la que el recuerdo de nuestro mayor drama contemporáneo, la guerra civil, ha vuelto a ser empleado para reabrir heridas ya cicatrizadas buscando un inmoral rédito político.
Es por ello por lo que necesitamos reivindicar el espíritu de convivencia de la Transición, cuando españoles que se habían enfrentado en los dos bandos, con gran generosidad fueron capaces de tenderse la mano, de dejar atrás el desgarro profundo del drama bélico y mirar, esperanzados, al futuro, un futuro en el que todos cabían, en el que todos, desde sus diferentes modos de entender el mundo, podían aportar a la construcción de la casa común. Estamos tirando por la borda todo ese legado, estamos dejando que unos políticos inmorales y totalmente faltos de escrúpulos siembren en la sociedad unas semillas de cizaña, de odio, que pueden destruir nuestra ya frágil convivencia.
Me imagino a Luis XV mirando por los ventanales de Versalles mientras pensaba en que ese mundo aún espléndido del que gozaba con su poder absoluto, se hundiría tras él, pero eso no importaba demasiado, ya no sería cosa suya. Me imagino la misma escena ubicada junto a alguna ventana del viejo palacete de don Gaspar de Haro, con otro personaje mirando en dirección a Ciudad Universitaria.
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