Ya no es una obra, es la vida. Y en la vida no hay espectadores. El telón se levanta.
The post Aquel reportaje al pie de la horca first appeared on Hércules. Así fueron las últimas palabras del escritor Fucík en su Reportaje al pie de la horca, un relato que narró el cautiverio del checo bajo la Gestapo desde 1941, un periodo en el que el cuerpo nazi funcionó como guardián del orden nacional socialista en Europa.
El hombre de la resistencia
Fucík, hombre de acción e intelectual a partes iguales, fue capturado dos años después de que Hitler invadiera Checoslovaquia en 1939, por aquel entonces uno de los países mejor equipados técnica y materialmente del viejo continente. Praga, la vieja capital de Bohemia, yacía acostumbrada a sufrir los conflictos de los humanos; las guerras de religión dentro del Cristianismo, el auge prusiano, las tensiones de aquel imperio bicéfalo que fue AustroHungría y ahora el nazismo, un planteamiento político que obligó a que todo europeo de la época escogiera bando.
Aunque aquella Europa no escogió de forma tan unánime el lado correcto de la historia, hubo algunos que abanderaron esta lucha desde el principio, siquiera como fruto de las políticas exportadas desde Moscú, siempre sujetas a la coyuntura concreta del presente y a su utilidad más que al compromiso de los ideales.
Fue en este contexto en el que Fucík, a la sazón director del diario comunista y clandestino Rudé pravó, fue apresado de forma fortuita por miembros de la Gestapo. Fortuita porque, tal y como él comentó, fue apresado en el hogar del matrimonio Jelínek en un momento en el que la policía política nazi pasaba por el lugar para ir familiarizándose con el entorno en donde tendría lugar la detención del matrimonio, prevista para unos días más tarde.
Estoicismo en la prisión
Llevando a cabo una nueva vida de resistencia física y mental en la cárcel de Pánkrac, situada al sureste de la capital checa, el periodista narra en sus escritos cómo la resignación imaginable en una situación así da paso, momentáneamente, a una suerte de realización en y por los otros. En la cárcel, los otros son todo lo contrario al infierno (como diría años más tarde el también combatiente antifascista Jean Paul Sartre), el otro se convierte en un sostén para la supervivencia y, al mismo tiempo, el objetivo de la misma. Un sostén que será cada vez más necesario una vez que las condiciones comiencen a recrudecerse, especialmente tras la muerte en junio del 42 de Reinhard Heydrich, el autor intelectual del Holocausto, conocido como “El carnicero de Praga” por su sadismo incluso bajo los estándares nazis. También bajo el influjo de una derrota cada vez más presumible dado el alto grado de recapitulación que el ejército del eje estaba sufriendo en Italia y el este de Europa.
La banalidad del mal
“Empezaron entonces a trascurrir los días en los que ya no dudé de estar vivo. El dolor, hermano íntimo de la vida, me lo recordaba con harta frecuencia”, la relación con el dolor es el gran tema del escrito, aunque no es nada desdeñable la repulsión que el periodista siente por todas aquellas figuras que, sin estar alineadas totalmente con el régimen, carecen del valor necesario para oponerse a él, como el doctor de la prisión, que realizaba pequeñas acciones (como dejar fumar en las celdas) para dejar ver a los reclusos que estaba allí sin querer, aunque gozaba de las ventajas de incardinarse en el sistema nazi. También resulta interesante ver cómo el autor es capaz de apreciar el valor de algunos de sus enemigos, como el guardia de la prisión llamado Adolf Kolinsky, quien le proveyera de papel y lápiz para realizar el relato. Fue este mismo guardia quien entregó los escritos a la mujer de Fucík -sobreviviente a un campo de concentración- una vez terminada la guerra.
Fucík reconoce una esencial del mal en línea con lo planteado por Arendt décadas más tarde: es la resignación de los bondadosos el combustible del mal, el silencio las personas buenas en un mar de burocracia que amenaza con aplastar al disidente, un relato que señala como enemigo mucho más al conformismo de las almas buenas más que a la ira de las despreciables.
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