Contra la cosmovisión mecanicista (I)

El iluminismo, el idealismo, el racionalismo, el realismo y demás productos teológicos de la Modernidad no desechan la magia del mundo, como se podría derivar de esa afirmación según la cual «la humanidad ha entrado en la mayoría de edad», sino que han reemplazado la teología cristiana por un gnosticismo bien imbricado
The post Contra la cosmovisión mecanicista (I) first appeared on Hércules.  ¿Cómo expresar la percepción de los modernos respecto de la Naturaleza? Una mirada a nuestro alrededor basta para concluir: sometimiento, dominio, humillación, destrucción.

Reza el tópico: dicha actitud proviene desde el tiempo de la Primera Revolución Industrial. Para añadir: es una consecuencia de la técnica. Así lo afirman nuestros antepasados; ellos nos lo dicen a nosotros, que estamos inmersos en plena Cuarta Revolución Industrial. La realidad: es la mirada nihilista lo que ha generado a la máquina, como parte de una historia que viene mucho más atrás y encuentra su inicio en el espacio atemporal que las grandes civilizaciones han dejado por medio de los mitos.

John Dee, asesor de la Reina de Inglaterra y padre del ocultismo occidental, además de célebre exégeta del idioma enoquiano, quién antes de su inevitable muerte delegó en su principal discípulo Francis Bacon la consumación del Imperio Británico así como la creación de los Estados Unidos de América, fue quien puso el primer eslabón en lo referente a la actitud de dicha talasocracia anglosajona para con la Naturaleza; una forma nihilista de estar en el mundo, esa hybris puramente prometeica, que hoy puede ser sintetizada en una frase escrita por primera vez a principios del siglo XVII: «Dejemos que el género humano recobre su imperio sobre la Naturaleza, que por don divino le pertenece» (Novum Organum, 1620).

Esta es la clave de bóveda de todo el proyecto moderno tal y como lo fundaron Dee y ese trasunto del inmortal dramaturgo e «iniciado» William Shakespeare que fue Bacon (o viceversa): tomar para el hombre, bajo el falso nombre de «don divino», aquello que en realidad es propio de «ángeles caídos».

Es la vertiente esotérica del humanitarismo que ha vertebrado, desde el punto de vista teológico, la titánica Torre de Babel que hemos dado en llamar: Modernidad; y la Razón que vulnera la Naturaleza, una ratio entendida como fin y no como medio, como dianoia en vez de como noiesis, es la coartada para su ejecución, acaecida en pleno siglo XVII, y que llevará a cabo, por medio de Gottfried Leibniz e Isaac Newton, un proyecto epistemológico empezado por René Descartes y Blaise Pascal: el hacer matemático es lo que da consistencia a la estructura interna de la physis: así es como nace, de la mano de alquimistas mal envestidos en ropajes racionalistas, la cosmovisión mecanicista.

Tiempo atrás, en su Carta VII, Platón indicó la necesidad de distinguir entre la palabra «circunferencia», la circunferencia con que se ejemplifica el término y finalmente el propio concepto que hay detrás. Así, el mecanicismo no sólo pretende describir la mecánica del movimiento, sino que se propone trazar una ontología sobre sus fundamentos e, incluso, adueñarse de dicha ontología para sus propios intereses particulares.

La pretendida «liberación» humanista del hombre, que comenzó a proclamarse desinhibido de todo vínculo trascendente en el arte renacentista tal y como lo acabó compilando Giorgio Vasari, reduce todo el universo a una cuestión de geometría, de métrica, de artefactos empleables para un fin utilitarista, big data presto a ser procesado y analizado en base a criterios funcionales. Para la geometría euclídea que supone el principal pilar del paradigma newtoniano, todo puede ser reducido a una cuestión de masa y onda, de partículas y aceleración, puro materialismo enclavado en un abominable «Reino de la Cantidad» más estrecho que un grano de mostaza, al decir de René Guénon, en cuya mera concepción ya está incluida la cesura entre objeto y sujeto que llegará al paroxismo en la filosofía de Immanuel Kant y sus derivados más recientes: es la célebre «ontología orientada a objetos» de Graham Harman.

Como el gnosticismo, el mecanicismo resulta dualista en su forma de conocer el mundo: distingue entre mundo objetivo y mundo subjetivo, y hasta el desarrollo de la Física Cuántica en pleno siglo XX los hombres hemos quedado atrapados en esa terrible partición que delimita el territorio de las sensaciones en un espacio bien distinto de aquel ocupado por las cualidades.

El iluminismo, el idealismo, el racionalismo, el realismo y demás productos teológicos de la Modernidad no desechan la magia del mundo, como se podría derivar de esa afirmación según la cual «la humanidad ha entrado en la mayoría de edad», sino que han reemplazado la teología cristiana por un gnosticismo bien imbricado dentro de la Cábala. Después del acto prometeico por excelencia, que es el de nombrar a Dios, todo lo demás en el Opus divino, al que habitualmente denominamos «Naturaleza», queda al alcance de los deicidas.

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