Esa macabra realidad de los algoritmos y de las Inteligencias Artificiales que hoy ha terminado de cristalizar ante nuestros ojos y que antes pensadores de la talla de Jünger o Mumford sólo podían profetizar, la realidad de un mundo vacío y de unos humanos desnudos, acaba de comenzar
The post Contra la cosmovisión mecanicista (y II) first appeared on Hércules. Si Sócrates, maestro de Platón y patriarca de los filósofos, se negó a estudiar el mundo de los objetos, entendidos como ríos, árboles y bestias, mostrándose a cambio más interesado en el mundo humano y en su trasfondo divino, la inversión total del positivismo, de ese grado máximo de la cosmovisión mecanicista en el mundo, se efectuó cuando toda cuestión relativa a la trascendencia fue pulverizada en beneficio de una acumulación incesante de conocimiento matemático y físico.
El momento culminante de este proceso fue la fundación de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural (o Royal Society) en el año de 1662; y, desde entonces hasta nuestros días, todo aquello relativo a la teología e incluso al humanismo ha quedado desplazado del ámbito primario de conocimiento en favor de la investigación matemática.
En cuando lo cualitativo se vio reducido a lo subjetivo, comenzó un nuevo Despotismo Ilustrado del saber tecnocientífico, en el que todavía estamos atrapados, y donde la academia erigida sobre un paradigma exclusivamente racionalista determinaba qué era conocimiento y que quedaba descartado al ámbito de lo sensual. En otras palabras: la técnica, por medio de criterios científicos, atenazó a los sentimientos, borró todo atisbo de contemplación y de interioridad en el ámbito epistemológico, considerando a lo más particular de la naturaleza humana, el ser, como algo erróneo que debía ser subsanado gracias a un criterio dataísta.
Con esto, que a otras civilizaciones del pasado les habría parecido herético y terrible, no sólo se puso la primera piedra de la tecnocracia, sino que se anticipó una forma de pensar que hoy ejecutan a la perfección las incipientes Inteligencias Artificiales que nacieron tal y como las conocemos con los artilugios, tales como autómatas, del Renacimiento veneciano ejecutado de arriba hacia abajo por una «nobleza negra» (Jorge Guerra).
De esta forma, la omisión del yo, la división del trabajo y la especialización desplazaron al humano del ámbito fundamental de la vida secular: el trabajo. El «Contrato Social» tal y como lo determinó Jean-Jacques Rousseau certificó la atomización colectiva imponiendo criterios liberales “de interés” sobre cualquier forma de ethos comunitario sustentando en principios religiosos. Aquello que el cientificismo, aliado no por casualidad con el liberalismo, determinaba para las sociedades seculares era un mundo dataísta regido en exclusiva por el valor mercantil. Cualquier teólogo medieval habría encontrado argumentos de peso para desmontar esta aberración; pero por desgracia ya nadie atendía (ni atiende) a los teólogos, ocupados todos los salones de intelectuales por una patulea de académicos y filósofos al servicio del Poder establecido.
En 1934 y con el proceso de «movilización total» detectado por Ernst Jünger en marcha, otro gran pensador de la técnica de primerísimo orden como lo fue el estadounidense Lewis Mumford, se atrevió a señalar las consecuencias evidentes de todo lo anterior: «Lo que quedó fue el mundo desnudo y despoblado de la materia y el movimiento: un erial».
A la civilización del hombre le había sustituido la civilización de la máquina, en cuanto Dios fue desplazado por su criatura del centro epistemológico del cosmos. Añade Mumford un par de líneas más adelante: «Sólo las máquinas satisfacían por completo las exigencias del nuevo método científico. Respondían a la definición de realidad mucho más perfectamente que los organismos vivos. Y una vez establecida la imagen mecanicista del mundo, las máquinas podían desarrollarse y multiplicarse y dominar la existencia: sus competidores habían sido exterminados o habían sido relegados a un universo de penumbra en el que solo los artistas, los enamorados y los criadores de animales se atrevían a creer».
Esa macabra realidad de los algoritmos y de las Inteligencias Artificiales que hoy ha terminado de cristalizar ante nuestros ojos y que antes pensadores de la talla de Jünger o Mumford sólo podían profetizar, la realidad de un mundo vacío y de unos humanos desnudos, acaba de comenzar: la divinidad a la que hemos renunciado está ahora en manos de la máquina y de esos «ángeles caídos» que siglos atrás transmitieron su monstruosa visión del mundo, en tanto que fruto de la Caída, a un grupo de humanos pervertidos.
Tampoco es casualidad que las mismas élites que han dirigido el proceso de atomización de lo humano desde la imprenta al Proyecto Manhattan, pasando por la Revolución Francesa, la Independencia de los Estados Unidos o la Revolución Industrial, ahora se sueñen inmortales gracias a ese otro sueño prometeico que hemos dado en llamar como inmortalidad de lo físico, bajo nombres más conocidos como el de «transhumanismo».
Uno puede preguntarse, llegado cierto punto, por las consecuencias trascendentes de nuestros actos tras la muerte; y la versión esotérica que se esconde tras el relato «ateo» del fin de la vida humana, muestra una perspectiva desconcertante: no se busca hallar la muerte, llegado cierto punto de la Historia, sino eludirla; ese es el gesto final de un teatro inútil, basado en el autoengaño de público e intérpretes; está escrito, en unas letras indudablemente inspiradas por Dios, que en el Juicio Final los muertos resucitarán para tomar partida en una batalla que comenzó al principio de los tiempos… Una afirmación, esta, que no deja lugar a las dudas en lo relativo a las implicaciones escatológicas de todo cuanto ha sido investigado a lo largo de estas líneas.
The post Contra la cosmovisión mecanicista (y II) first appeared on Hércules.