Corruptio Optimi Pessima

Hemos llegado a un nivel de degradación en el que cada escándalo, como si se tratase de un nuevo estrato geológico, cubre al anterior, de manera que logra caer en el olvido de una ciudadanía que se ha acostumbrado demasiado
The post Corruptio Optimi Pessima first appeared on Hércules.  Estar inserto en una tradición tan rica como la grecorromana tiene la indudable ventaja de poder acceder a todo un acervo de reflexiones sobre los más diversos ámbitos de la vida que resultan, a pesar del tiempo transcurrido, plenamente actuales. Como el vino añejo, que se degusta con especial deleite, la sabiduría de griegos y romanos, aquilatada por el paso de los siglos, ofrece a nuestro espíritu auténticos manjares que ayudan a alimentar nuestra capacidad crítica, de modo que podamos crecer en una auténtica independencia de criterio frente al mundo que nos rodea y afianzar nuestra libertad ante tantas amenazas como sufre en estos agitados años veinte del nuevo milenio.

Dicha sabiduría se fue concretando en una serie de máximas, que con la concisión y fuerza del latín, nos ofrecen, condensadas, verdaderas reglas de actuación en la vida pública, a la que como ciudadanos estamos llamados. Uno de los grandes peligros para nuestra sociedad democrática actual es la indolencia de mucha gente ante los abusos crecientes del poder, cuando sería urgente reaccionar frente a las graves amenazas para nuestra convivencia democrática. Una de ellas, y no la menor, es la instalación en el ámbito público de personajes mediocres, de categoría intelectual ínfima, que en lugar de la búsqueda del bien común para todos los que formamos parte de la res publica, se afanan en lograr su propio medro personal, el de su grupo ideológico o el de su partido.

Esta perversión de los auténticos fines de la política es una verdadera corrupción. Y los romanos ya advirtieron de su particular gravedad. Corruptio optimi pessima. La corrupción de lo mejor (otras veces se traduce por los mejores) es la peor. No está claro su origen, unos la atribuyen a san Jerónimo, otros a Gregorio Magno –así lo hace el papa Francisco- e incluso a santo Tomás. En cualquier caso, sintetiza muy bien no sólo la gravedad de una conducta inmoral realizada por quien debería ser ejemplo de vida virtuosa, sino también el daño que inflige a cualquier sociedad la degeneración de quienes ejercen las más altas tareas de servicio público. Un adagio que podría complementarse, y sería totalmente pertinente en nuestro contexto político español, con aquello de que “la mujer del César no sólo debe ser honesta, sino también parecerlo”, pues lo que impera es la más descarada desfachatez, con políticos que ni siquiera se molestan en disimular o excusarse cuando mienten –otro vicio político cada vez más frecuente y sin apenas consecuencias-, recurriendo, a lo sumo, a alambicados sofismas que, en el fondo, sólo sirven de argumentario para unos afiliados o simpatizantes dispuestos a comulgar con ruedas de molino mientras no gobiernen “los otros”.

Hemos llegado a un nivel de degradación en el que cada escándalo, como si se tratase de un nuevo estrato geológico, cubre al anterior, de manera que logra caer en el olvido de una ciudadanía que se ha acostumbrado demasiado, y esto es asimismo una nueva forma de degradación, a la fetidez de unas actuaciones que deberían haber conducido a una total reprobación social y electoral para sus protagonistas. Pero unos nombres nos hacen olvidar a los anteriores, pues ¿quién recuerda a Tito Berni? –uno de los casos más vergonzosos vividos por el Congreso de los Diputados-, por señalar una figura que merecería ser protagonista de la saga de Torrente, compartiendo papel con Ábalos. Vemos como personajes que han sido tremendamente dañinos para nuestra vida democrática son rehabilitados en un descarado ejercicio de manipulación de nuestra historia más inmediata. Podríamos hacer una verdadera galería de personajes de toda ralea –y ninguna buena- dignos herederos de los pícaros del Siglo de Oro, miembros natos y de pleno derecho de nuestro contemporáneo patio de Monipodio, con la diferencia de que no se trata de ladronzuelos de bajos fondos sino de figuras que han ocupado u ocupan los primeros puestos de la política española. Un mal que afecta en mayor o menor medida a todos los ámbitos ideológicos, pero que tiene una especial gravedad en el entorno de un presidente que se presentó como el gran regenerador de la vida pública española, y en cuyo alrededor se multiplican los casos, comenzando por los de la propia familia. Ministros que han colocado a “amigas”, una Fiscalía General del Estado totalmente desprestigiada, un Tribunal Constitucional cuyos fallos son plenamente previsibles, ministras que cuestionan la independencia judicial, ineficiencia de organismos públicos presididos por amigos…y así un largo rosario que está conduciendo al total desprestigio de las instituciones. Aunque la corrupción no lo es sólo cuando se trata de beneficios económicos; la amnistía a los golpistas independentistas catalanes, redactada por ellos mismos, ha sido uno de los mayores actos de degeneración democrática y de corrupción política vividos en los últimos años en nuestro país, de una gravedad de la que la ciudadanía parece no ser consciente.

La corrupción no es un fenómeno exclusivo ni de nuestro país ni una anomalía de nuestra historia, como a veces se trata de defender. La vemos instalada en cualquier sociedad, incluidos países de nuestro entorno geopolítico, y mirando al pasado la encontramos en numerosas ocasiones en los más diversos marcos históricos. Lo que quizá sea peculiar entre nosotros es esa pasividad que lleva a los corruptos a considerarse intocables, esa dejadez de una ciudadanía que tendría que actuar más y lamentarse menos, que debería exigir a sus representantes una mayor altura moral. Hemos de ser intransigentes ante cualquier atisbo de corrupción o falta de ética y ejemplaridad de nuestros políticos, castigándolos no sólo en las urnas, sino con el desprecio social y las exigencias penales. Pero mientras justifiquemos en “los nuestros” lo que condenamos en “los otros” no habrá posibilidad de regeneración. España se merece unos políticos que no nos mientan, que no se aprovechen de los cargos, que no utilicen lo que debería ser una vocación de servicio en una oportunidad de enriquecimiento. Que sean los mejores, no sólo desde el punto de vista de su idoneidad profesional sino sobre todo desde el ámbito ético. Es urgente lograr este cambio de rumbo. Pero sólo unos ciudadanos firmemente comprometidos con lo que supone y exige serlo, podrán transformar la charca fangosa en la que unos políticos sin escrúpulos han convertido a nuestro país.

The post Corruptio Optimi Pessima first appeared on Hércules.