De apagones y crepúsculos

Al siervo se le pueden conceder no pocos señuelos y migajas si cumple con lo programado. No pasa de ser un simple engranaje en la maquinaria social
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Mark Rothko. Negro sobre grana. Los paisajes de color de este pintor expresando la vida del alma

Los paisajes de color de este pintor expresando la vida del alma. Recuérdese su afamada Capilla Rothko, en Houston-Texas, entendida como espacio de meditación y silencio. Es de gran dureza y confronta con la finitud. Arroja al laberinto del tránsito alquímico en su pasaje más oscuro. Todo ello a partir de esa vida del alma que expresan sus diversos y conocidos paisajes de color. Ahí se desvela el calado de la obra de Rothko.

En relación a Negro sobre Grana adviértase el horizonte ascensional del cuadro y, al tiempo, la tiniebla extrema que indica. Sobre la negrura Rothko tiene cuadros en que lo más oscuro se apodera de la totalidad de la pintura. Los he descartado a la hora de reflejar el apagón que hemos vivido y la sociedad crepuscular que desvela. Empecinarse en la negrura deja de lado las vías de escape existentes, que las hay. Al menos, en la esfera del espíritu y en los recursos de salud que mueven sus viejas veredas.

La política, por su parte, está bien deshechita por arraigar sus soluciones en una idea de libertad estrictamente política. La declinada por las libertades ciudadanas del siglo XIX. Estas no sirven para confrontar la capacidad de control de la edad de los titanes. Los titanes, la afortunada metáfora jungueriana sobre las colosales concentraciones de poder existentes administrando la vida… Y no, no se trata de que esa esfera de libertades civiles no sea valorable, que lo es, sino que los procesos de administración de la vida de los titanes desatados son perfectamente compatibles con las libertades externas que han ido reconociendo las diversas declaraciones de derechos; derechos sociales incluidos. Calíbrese que los recursos técnicos existentes serán los que faciliten estas concentraciones de poder. Tal poder, en principio, no es coercitivo y actúa configurando subjetividades, ordenando imaginarios y vendiendo modos de vida. Al siervo se le pueden conceder no pocos señuelos y migajas si cumple con lo programado. No pasa de ser un simple engranaje en la maquinaria social.

Ernst Jünger lo supo ver con claridad. Hace falta una idea renovada de libertad que convoque las potencias de vida de las que el hombre es capaz. Estas, ciertamente, lo elevan por encima de los titanes a pesar de la capacidad titánica de operar sobre lo humano programando su desear. Estamos ante un duelo al sol y ante una confrontación explícita. Por eso las figuras junguerianas que se elaboran para afrontar tal desafío -el soldado desconocido, el emboscado, el anarca, el trabajador- son figuras intempestivamente heroicas. La batalla se libra en el interior del hombre. Por su lado, el sistema constituye conciencias desde el poder que despliega en los circuitos de imágenes que nos constituyen como sociedad. Los márgenes de libertad son escasos pero el interior del hombre alberga potencias de vida inéditas. Grana sobre negro. La negrura de una sociedad crepuscular en la que el poder se ha vuelto completamente opaco y en la que lo humano encuentra su crepúsculo. Un poder que se retira del espacio público promoviendo todo tipo de conspiranoias. La grana, un rojizo oscuro y fuerte, fuego en la oscuridad, de sabor intenso a carne madurada, ascensional por fracturar la tiniebla extrema, color del corazón que arde, encarnando la determinación necesaria como para poder arder, rojo tierra ligeramente pardo, la tierra ardiendo, el cuerpo vivo, animado como cuerpo de fuego… El cuerpo con alma. El alma como vida del cuerpo que dijeron los griegos. El alma como forma y figura de plenitud del cuerpo elevándose sobre lo crepuscular…

En realidad, toda batalla u ordalía interior no es más que la batalla por la propia vida asumiendo lo dado, no hay otra opción. De un lado la capacidad del poder de programarnos. Del otro la potencia que libera nuestra potencia para la receptividad. La finalidad será transcender desde sí la necesidad, lo dado. Reordenarlo en nuestra propia figura. Transitar hacia la sublimación más íntima. Bien lo sabían los órficos cuando divisaron a Anenke como esa diosa a la que adorar y a la que tenía poco sentido temer. Anenke, la necesidad, lo que nos viene dado. Cabalgar el tigre exige ser consciente de que vivimos tiempos crepusculares, tiempos de apagón…

Mientras duraba el gran apagón todo se empezó a trastocar. Se vislumbraba el derrumbe… Un experimento, un ensayo, un entremés que, incluso, permitía que la vida emergiera antes del caos con la disolución de las inercias del poder… Al cerrar muchos trabajos y apagarse las pantallas la gente salía al parque o a las calles y se ponían a charlar, danzar o jugar. Atascos aparte el tráfico se ordenaba aceptablemente a pesar de la ausencia de semáforos. Mientras se cortaban los suministros de agua en la mayoría de las viviendas…

Si no terminamos de notar el derrumbe fue porque el pasaje duro poco. En una situación así no queda más remedio que tirar para adelante asumiendo cualquier cosa. Danzar ante el colapso no deja de ser una posición excelsa; como la de esos músicos del Titanic... ¿Vivimos en una sociedad condenada a la aduana de su propio colapso?. Si vivimos en un tiempo crepuscular es porque puede escapar al control de los necios que creen tener los mandos en sus manos. Paralelamente, la creciente complejidad en toda estructura se traduce en una fragilidad creciente.

De la alcoba discreta del poder y de sus mandos sabemos muy poco aunque mucho de sus máscaras mediáticas. La gente se odia por política sin percatarse que el juego se desarrolla en otra cancha. Estamos ante un poder opaco y envuelto en una negrura, la de los titanes, de la que, como digo, sabemos poco. La negrura desde la que como una enigmática rendija irrumpe el color grana.

La cuestión es que el ejercicio del poder que administra vidas y existencias se puede ir de la mano y antes o después así sucederá en la irrupción de la vida afirmándose y corrigiéndolo todo. No hay espacio para transhumanismo alguno; nada escapa a la vida, a la physis. Y lo que no se ajusta a sus patrones, por mucho que pretenda empoderarse, resulta finalmente desechado. De ahí que alguien haya dicho, no sin cierto humor, que el día del apagón vivimos un ensayo de lo que parecía ser el primer día del apocalipsis.

Como en la afamada película de La Cabina, con magnífico guión de Garci y realización de Mercero, nos encontrara el gran apagón conectados a la virtualidad para ser entregados al finiquito por haber quedado prisioneros de su trama evanescente. Lo mismo le pasaba a López Vázquez encerrado en la cabina sin poder salir. La vida y su eterno retorno no se detendrán en su emerger. No soy optimista en la colisión entre la physis, que siempre nos dice, y la virtualidad contemporánea. Como dijera Martin Heidegger solo un dios puede salvarnos; el mismo que parece indicar esa vía grana abierta al interior del templo del alma. En su hallazgo, interior y exterior se solapan hasta lo casi indistinguible. Lo que me trae a la memoria al Padre Lampros de Los acantilados de mármol capaz de aguardar a las tropas del gran guardabosques con una sonrisa desconocida en sus labios. La vía grana abriéndose paso y brillando sin medida en la oscuridad del nihilismo más extremo. Divisar las viejas veredas de la libertad interior urge más que nunca; urge repensarlas y volverlas a ver. Ahí nos lo jugamos todo. Atender a sus tránsitos acaso nos conduzca a la esperanza jungueriana y conjure transcender la era de los titanes. Del rojo grana al amarillo solar de los dioses.

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