Del cine, la locura y los sueños (II)

Como el cine de David Lynch, el de su maestro y admirador Kubrick es, en cierto sentido, una denuncia de las oscuras perversidades que se esconden en el mundo de quienes modelan el imaginario de la mayoría de la humanidad
The post Del cine, la locura y los sueños (II) first appeared on Hércules.  Pocos directores han trabajado, como Stanley Kubrick, con los temas decisivos de nuestra época desde una óptica abiertamente hermética, gnóstica y esotérica. A todas luces, Kubrick era un iniciado; y por eso el personaje de Peter Sellers como pederasta en la adaptación de Lolita (1962) está interpretado por el mismo actor que encarnaría a distintos miembros del complejo-militar-industrial en Dr. Strange Love (1964): un puntero que señala directamente a los asesinos del Presidente John Fitzgerald Kennedy, muerto a los 33 meses y 33 días de mandato en la Dealey Plaza de Dallas, lugar en el que se erigió el primer templo masónico en Texas.

Y qué decir de películas tan obvias como La naranja mecánica (1971) o Eyes Wide Shut (1999), firmadas por este hombre al que siempre se ha relacionado con una grabación remota del alunizaje para la NASA. Por no hablar de una película como El resplandor (1980), donde el padre de familia enloquecido llama “luz de mi vida” a su mujer antes de querer matarla, en el marco de una historia que en realidad trata sobre el Minotauro y el Laberinto, sobre una realidad cotidiana que se vuelve siniestra por medio de la represión, del abuso paterno-filial y el trauma asociado a un espacio concreto, sobre el linaje y el Grial encarnado por la sangre del vástago, ese Teseo que debe morir y finalmente acaba con su perseguidor.

También La chaqueta metálica (1987) alude a la despersonalización empleada con fines asesinos por el Gobierno, en el marco de la Guerra de Vietnam, con una clara alusión al Proyecto Monarca que buscaba alcanzar un Candidato de Manchuria capaz de acabar con una vida humana por control remoto. Estaba claro, como afirmaban muchos conspiranoicos empeñados en hablar de la realidad del alunizaje, que Kubrick, ese hombre obsesionado con realizar una película sobre Napoleón, sabía demasiado… Y por eso los rumores sobre su muerte, allá por 1999, no han dejado de sonar sibilinamente hasta nuestros días.

Como el cine de David Lynch, el de su maestro y admirador Kubrick es, en cierto sentido, una denuncia de las oscuras perversidades que se esconden en el mundo de quienes modelan el imaginario de la mayoría de la humanidad. Es una forma de denunciar las extrañas redes de grupos secretos, ritos sacrificiales y pederastia que, como lleva años apuntándose en redes conspiranoicas de Norteamérica, dominan en buena medida a la élite oligárquica de ese mismo país. Que Lynch, o antes Kubrick, hicieran esta denuncia como parte de esas mismas élites o en un aparente enfrentamiento con ellas es algo que cada lector deberá decidir. Aunque un vistazo rápido a títulos estrenados en fechas críticas de la Historia reciente como 2001: Una Odisea del Espacio (1968) o Mulholland Drive (2001) deberían bastar para exterminar cualquier atisbo de duda.

El extraño ahogamiento en 1981 de la actriz Natalie Wood, protagonista de Rebelde sin causa (1955) o de West Side Story (1961), es un ejemplo de las extrañas prácticas rituales que, desde sus orígenes hasta nuestros días, han contribuido a configurar esa Nueva Babilonia que siempre ha querido encarnar Hollywood. Ejemplo de ello son también las constantes alusiones del cine de Lynch, Kubrick y Roman Polanski al accidente ritual que acabó con la vida de Diana Spencer o al crimen sacrificial que terminó con la existencia de otras personas en Cielo Drive 10050, incluida la célebre Sharon Tate, en ese momento esposa embarazada del cineasta polaco más tarde acusado de violar a una menor.

Pero quizás el caso más famoso de lo anterior es, a pesar de todo, el de la aspirante a actriz Elizabeth Short, más conocida como la Dalia Negra, que ha inspirado, desde el año 1947, a artistas de la talla de James Ellroy en Mis rincones oscuros (1996) o el citado Lynch en Carretera perdida (1997). En el caso de Short están involucrados numerosos ámbitos: desde la moda y la publicidad, gracias al fotógrafo vanguardista Man Ray (ahí están sus obras Black Widow, de 1915, o Minotaur, e incluso Les amoreux), como a su amigo, el doctor de origen judío y aficionado a las fiestas con actrices George Hill Hodel. No piensen en psicópatas; se trata, más bien, de ritos sobre la psique colectiva a cargo de brujos negros investidos de poder sexual. Y todo lo demás son películas.

Estos asesinatos rituales no son nuevos ni acabaron entonces: antes estuvo Jack el Destripador, relacionado con la Masonería en Inglaterra por el investigador independiente Stephen Knight, autor del libro Jack el Destripador: la solución final (1976), asesinado el 25 de julio de 1985 por causa de sus investigaciones; y más tarde encontramos al Asesino del Zodiaco, a su vez vinculado con los proyectos de control mental implementados por el fundador del Templo de Set, Michael Aquino, en la Base Militar de Presidio. La propia Sue Lyon, actriz principal de la adaptación de Kubrick de Lolita con guion del propio Vladimir Nabokov junto al gran Terry Southern, está muy relacionada con estos círculos de explotación sexual en Hollywood. ¿Una crítica al sueño americano de la mano de un europeo de gran cultura? La ironía del autor ruso resulta abrasiva cuando toca las costumbres useñas.

La costa de California está llena de terribles crímenes llenos de misterios y relacionados con sacrificios rituales: los asesinatos en 1969 de Sharon Tate y otros en Cielo Drive a manos de “La Familia” de Charles Manson, la muerte de John Lennon en 1980 a las puertas del edificio The Dakota o los crímenes sin resolver de Cotton Club, en 1983, y de Laurel Canyon, en 1981, son pruebas de que la ficción sobre pederastia y especulación incluida en la película de Roman Polanski Chinatown (1974), o la ficción sobre satanismo y Hollywood incluida en la obra del mismo director La semilla del Diablo (1968), no son mera ficción. En Twin Peaks (1990-1), no lo olvidemos, Lynch volvería al tema de la pederastia de la mano del infravalorado escritor Mark Frost.

Laura Palmer, la mujer asesinada de Twin Peaks (1990) tampoco es una ficción sin más: toma el nombre de una película de Otto Preminger y del nombre real de la actriz Jayne Mansfield (Vera Palmer) y se inspira en sendos casos reales, sobre todo en el crimen real de una chica perfecta americana, Hazel Irene Drew, acontecido en Sand Lake, condado de Rensselaer, estado de New York, cuyo cuerpo fue encontrado al borde del río el 7 de julio de 1908, alrededor de las 7:30 de la tarde. Un antecedente que sirve de espejo para los nuevos casos cargados de misterio que tienen lugar en los últimos años: la muerte de Mollie Cecilia Tibbetts y Bonny Lee Bakley.

Aquí finaliza nuestro vistazo rápido al último medio siglo de Hollywood de la mano de sus más arcanos misterios, cuando el mundo de la vigilancia y la terapia generalizadas comenzaban a marcha. Sin el uso interesado de la droga, el control mental, los nuevos cultos, la cultura popular y las tecnologías incipientes, algo así jamás habría sido posible: un desborde hermético que hoy todavía no ha sido comprendido del todo: Manson y los demás integrantes de La Familia fueron el chivo expiatorio, a pesar de su innegable culpabilidad directa, una suerte de entrega sacrificial para eliminar el potlatch subversivo de la contracultura, haciendo retornar, con ello, a la sociedad occidental hacia el paradigma de control del que no ha sabido escapar desde entonces. Las nuevas generaciones fueron pastoreadas por el rito de iniciación homicida más conveniente para el Poder.

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