Castellani consideraba que la visión «modernista» del Apocalipsis fue implantada por Ernest Renan en el siglo XIX cuando el pérfido biógrafo de Jesús de Nazaret identificó, siguiendo una metodología pretendidamente positivista, al Anticristo con la figura de Nerón en el año 67 de nuestra era
The post El Señor del Mundo en la cita del Apocalipsis first appeared on Hércules. Siglos después de su muerte, acontecida un 2 de noviembre del siglo XII, las Profecías de San Malaquías de Armagh, ese visionario irlandés de la Iglesia Católica que abandonó este mundo en brazos de su hagiógrafo, el célebre San Bernardo de Claraval, maestro de la Orden del Temple y (junto a Virgilio y Beatrice) tercer psicopompo de Dante Alighieri en la Divina Comedia (1321), se pusieron por escrito, cuando el siglo XVI tocaba a su fin, anotando en un total de 113 breves el devenir de la institución más antigua de Occidente, hasta su inevitable conclusión: «Pedro el Romano apacentará a las ovejas en medio de grandes tribulaciones, pasadas las cuales la Ciudad de las Siete Colinas será destruida y el Juez terrible juzgará al pueblo.»
Obsesionado por ese fin de la Iglesia, que para los católicos resulta indistinguible del propio fin del mundo, destaca una figura en el siglo XX: el jesuita argentino Leonardo Castellani. Nadie como él estudió en nuestra lengua la Revelación prometida por Cristo en los Evangelios y transcrita posteriormente por Juan de Patmos, a través de obras como su estudio El Apokalypsis de San Juan (1963) y la fascinante novela titulada Los papeles de Benjamín Benavides (1954). Como se puede leer en el Liber Floridus compilado en el año 1120 por Lambert, canónigo de Saint-Omer, «El Anticristo cabalga sobre Leviatán». Y lo hace de forma cada vez más acuciante.
En calidad de traductor Castellani trasladó a nuestra lengua la más importante distopía del siglo pasado, desde una óptica teológica y literaria, como es la novela de Robert Hugh Benson Señor del Mundo (1907), que resultó ser la obra de ficción favorita de otro jesuita argentino mundialmente conocido: Jorge Mario Bergoglio, más conocido como el Papa Francisco. Lo que Benson, uno de tantos escritores anglosajones conversos al catolicismo, como G.K. Chesterton o J.R.R. Tolkien, narra en su novela es una lucha escatológica entre un Papa Angélico y el Adversario encarnado. En sentido análogo caminan otros clásicos: Los hermanos Karamazov (1880), de Fiódor Dostoyevski, Tres conversaciones y el Breve relato sobre el anticristo (1900), de Vladimir Soloviev, o Juana Tabor (1942) y 666 (1942), de Hugo Wast.
Antes de que las profecías atribuidas a San Malaquías se pusieran por escrito en el Renacimiento, el beato portugués Amadeo de Silva escribió una serie de influyentes predicciones en el siglo XV que fueron recopiladas bajo el nada ambiguo título de Nova Apocalipse, una obra conservada en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial desde los tiempos de Felipe II y que acabaría resultando de impacto en la época renacentista, al punto de que su influjo resultaría decisivo en alguna de las más importantes obras artísticas de la época, como La Virgen de la Roca (1486) de la que su autor, Leonardo Da Vinci, acabaría trazando dos versiones distintas inspiradas directamente en un ejemplar del libro.
Fue Amadeo de Silva, considerado un anunciador de las visiones acontecidas en el siglo XX en Fátima, quien por primera vez habló de un Papa Angélico, en cuyas espaldas recaería el peso de la Iglesia, y por lo tanto del propio mundo tal y como lo conocemos, tras la destrucción de Roma en los últimos tiempos. El Cardenal Bandinello Sauli, en tiempos secretario del Papa León X, se hizo retratar en 1516 con una campanilla por el pintor Sebastiano del Piombo, y ese detalle sólo evidente para iniciados es, como señaló Javier Sierra en su novela El maestro del Prado (2013), un signo inequívoco de que el cardenal quería postularse como Papa Angélico. ¿Acaso no hizo lo mismo Bergoglio al señalar la novela de Robert Hugh Benson protagonizada por un Pastor angelicus como su obra favorita? Comentando el mensaje final de esta novela, el reaccionario Evelyn Waugh escribió: «Una Iglesia Universal reducida a un Papa fugitivo atestiguando en soledad la verdad que el resto de la humanidad había abandonado».
Ese «neocatolicismo» imperante después del Concilio Vaticano II, tal y como describe el sacerdote estadounidense Rama P. Coomaraswamy en su obra La destrucción de la tradición cristiana (1981), fue definido por el Padre Castellani como «heterodoxo» y «modernista» por su intento por religar ciencia moderna con «mala filosofía» y «teología herética». Un intento, cabe añadir, en el que personajes seculares de la talla de H.G. Wells, George Bernard Shaw, Bertrand Russell o Aldous Huxley tuvieron un papel preponderante, sin dejar de citar a algunos miembros de la propia Iglesia como Pierre Teilhard de Chardin, también jesuita, a la manera de Bergoglio o el propio autor de Cristo, ¿vuelve o no vuelve? (1951), el Padre Castellani.
Si las Profecías de San Malaquías fueron transcritas por primera vez en 1595, cabe señalar que tan solo unas décadas antes tres sacerdotes españoles, como eran Ignacio de Loyola, Diego Laínez y Alfonso Salmerón, pondrían en marcha la misteriosa Compañía de Jesús, la sociedad secreta católica más poderosa desde la destrucción de la Orden del Temple con la quema pública de su último Gran Maestre, Jacques de Molay, cuyo influjo resultaría crucial en el Concilio Ecuménico de Trento (1545-63), liderado por el Papa Paulo III con la intención de evitar un cisma de inspiración reformista en el seno de la Iglesia Católica. Años después sería el inquisidor jesuita Roberto Belarmino aquel que tendría un papel preponderante en la vida renacida de la institución tras la así llamada Contrarreforma, incluyendo la conquista espiritual de Oriente de la mano del italiano Matteo Ricci o el estudio del esoterismo con el alemán Athanasius Kircher.
No parece un dato inocente, si tenemos en cuenta la importancia de los jesuitas en la Iglesia salida de Trento hasta nuestros días, y sobre todo la fiel custodia de su aspecto más ocultista, que su logo sea el Sol Negro, asociado tanto a Saturno como al Ojo que todo lo ve, igual que el famoso IHS de la Orden ha sido leído esotéricamente como una suma de Isis, Horus y Seth, la tríada egipcia de divinidades. En ese sentido resulta imposible no evocar dos lemas acuñados por Robert Fludd: «Deus Patens Aleph Lucidum. Sapientiae divinae actus» y «Deus latens seu, de fuertes reminiscencias cabalísticas. Aleph tenebrosum». Tampoco parece casual que, como ya se ha indicado, la novela favorita del primer Papa jesuita sea el Señor del Mundo, de Benson, teniendo en cuenta las resonancias escatológicas de la misma, puesto que se plantea una batalla abierta entre una pequeña Iglesia y el Mundo Moderno.
Castellani consideraba que la visión «modernista» del Apocalipsis fue implantada por Ernest Renan en el siglo XIX cuando el pérfido biógrafo de Jesús de Nazaret identificó, siguiendo una metodología pretendidamente positivista, al Anticristo con la figura de Nerón en el año 67 de nuestra era. Sin embargo, insiste Castellani, no es en el mundo antiguo donde espera la venida del Reino del Adversario, sino en su Torre de Babel más acabada, el Mundo Moderno: «En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora; y sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicamente, porque los Estados eran pequeños y las relaciones universales imposibles de todo punto. Señores, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso. Ya no hay resistencias ni físicas, ni morales» (Donoso Cortés, Discurso sobre los Sucesos de Roma, 1849).
Así describe Robert Hugh Benson en su novela la misión de la Iglesia Católica por medio de la figura del Papa Angelicus: «El objeto de la Iglesia no era otro que glorificar a Dios mediante la siembra y el cultivo de las virtudes sobrenaturales en los hombres, y que nada en absoluto tenía la menor importancia, ni el menor significado, en comparación con ese objeto supremo». Si en el Trono de Pedro no se sienta un Papa Angélico quizás sea porque ha llegado el momento en el que la Iglesia católica deba ser reducida a cenizas por el Adversario para así renacer de nuevo de la mano de aquel que está llamado a reinar sobre el mundo al fin de los tiempos, en la Parusía: Cristo. Porque las terroríficas visiones y profecías del Vidente de Patmos junto a todos sus epígonos posteriores, como San Malaquías o Amadeo de Silva, resultarían aterradoras si no fuera por la necesaria balanza de esperanza que incluyen en sí mismas: la Segunda Venida del Hijo de Dios. El dogma fundamental del cristianismo es, no lo olvidemos, la Resurrección.
Añade Benson unas páginas más adelante: «Las dos ciudades de San Agustín estaban ante él para que escogiera». También nosotros debemos escoger entre Percy Franklin, el Papa Angélico, y Julián Felsenburgh, el Anticristo; entre «un mundo organizado en sí mismo» y una cosmovisión «que le hablaba de un Creador y una Creación, de una intención divina, de una redención, de un mundo trascendente y eterno, del cual emanaba todo y hacia el cual tendía todo». Añadamos unas palabras de Giovanni Papini incluidas en su extraordinaria Historia de Cristo (1921): «La Parusía no puede estar lejos, pero los hombres de hoy no recuerdan la promesa de Cristo; y viven como si el mundo hubiese de durar siempre.»
The post El Señor del Mundo en la cita del Apocalipsis first appeared on Hércules.