El valenciano no se habla, se siente

El valenciano es un patrimonio inmaterial que trasciende y marca la identidad de un orgullo. Nunca mejor dicho «Valencia es una ciudad abierta como su acento»
The post El valenciano no se habla, se siente first appeared on Hércules.  Bandera de la Comunidad Valenciana/ABC

Estos días de marzo, Valencia se convierte en la capital de la fiesta española, y sus calles se llenan de foráneos como un servidor, que quieren integrarse y sentirse como uno más de la masa que espera a la Mascletá antes de buscar un sitio donde comer, si la lluvia lo permite.

He estado varias veces en Valencia, pero nunca, independientemente de la duración de mi estancia, me había detenido a apreciar la ciudad como en esta última ocasión. Siendo mi objetivo tan simple como disfrutar de la fiesta, me he permitido observar y escuchar. Llevaba un par de días leyendo carteles y señales en valenciano cuando me di cuenta de algo, aquella lengua estaba escrita por todas partes, pero nadie la hablaba.

Es curioso lo mucho que expresamos simplemente con la forma en la que lo hacemos; a veces la forma transmite tanto o más que el contenido. Una lengua no es un conjunto de palabras, es un vínculo con la tierra, la familia y la cultura; una lengua no transmite solo información, transmite una forma de ver y entender la vida.

Cualquiera que haya hablado con un valenciano sabe lo muy orgullosos que están de su tierra, de su comida, de sus paisajes, de su historia o de sus equipos de fútbol, símbolo identitario donde los haya. La lengua resume y atrapa la esencia de todas esas cosas que diferencian la terreta del resto del mundo, y por ello, si bien no todo el mundo habla valenciano, todo el mundo lo siente.

Me decía un amigo que el pueblo valenciano es peculiar, y que su obsesión por la historia solo se puede equiparar a su carácter desordenado, caótico y espontáneo, como si de un petardo se tratase. No puedo llevarle la contraria, pues en ningún otro sitio he visto que coches y procesiones compartan la calle como si ocurriera el resto del año.

¿Pero qué podemos esperar de una gente cuya mayor ilusión y pasión en la vida consiste en prenderle fuego al trabajo de todo un año y de celebrar cada espectáculo pirotécnico como si fuera el último? En estas calles se respira vida y pasión, tradición y paganía, respeto e impetuosidad.

Los textos de los ninots, las indicaciones del transporte público o los grafitis adornan la ciudad y la embellecen de la forma singular que solo el valenciano puede hacerlo, de la misma forma que las personas se visten con trajes tradicionales o comen buñuelos, no porque su vida dependa de ello, sino porque la enriquece enormemente y les recuerda quienes son.

No se trata de comunicarse, las lenguas nunca han tratado de eso. Como seres sociales con la imperiosa necesidad de relacionarse, los humanos hemos materializado en nuestras conversaciones todo lo que somos, hemos doblegado inevitablemente el contenido de nuestros mensajes a la forma de las palabras.

Cuando se escribe en valenciano, se está poniendo de manifiesto que hay algo más, que la vida merece una oportunidad y que se es parte de algo más grande, algo que no requiere hablar el idioma o haber nacido aquí. Como dice un popular dicho “Valencia es una ciudad abierta como su acento”.

Qué bello conocer una ciudad nueva, una forma de entender la vida nueva, y empaparse de su
cultura, de su gastronomía y de su lengua, que hacen de cada lugar algo único y especial.

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