Frontera

Como una tormenta del desierto, como el caudal de un río que se desborda, el de la Frontera es un territorio mítico, de movimiento y de acción, de fricción constante y de desarticulación súbita, donde todo permanece precisamente porque todo está mudando de forma irremediable a cada instante
The post Frontera first appeared on Hércules.  Aunque sea el género más cultivado en los Estados Unidos, por unas razones sociohistóricas evidentes, el de la frontera es un tema universal en la Literatura. El cine lo ha hecho posible, exportando a todo el mundo el modelo del vaquero, que nos puede recordar a otros fenómenos folclóricos de culturas particulares, tales como el gaucho argentino o el bandolero español, igual que también lo ha hecho posible la propia ontología del ser humano, presente en muchos de los relatos del Antiguo Testamento o en algunas de nuestras más recientes ficciones postapocalípticas.
Piensen en la Guerra de Argelia, la de Angola o la de Vietnam, piensen en África, en Indochina o en el Caribe, piensen, incluso, en la independencia de la India o de Marruecos… Las suyas son historias de frontera. John Ford. Sam Peckinpah. Clint Eastwood. Narradores fronterizos del celuloide. Cualquier película puede volverse “de frontera” con unos elementos mínimos y cuando el espectador menos se lo espera. Es la gran mitología de Hollywood. Y, por ende, es la leyenda predilecta para dormir a los niños con algo pelusa en la barba del mundo marchito que nos ha legado el siglo XX.
El de la Frontera es un territorio de limes, de horizontes que se desdibujan, donde un estado de cosas es sometido al cambio… Por eso decimos que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605; 1615), de Miguel de Cervantes, hace renacer el género, indistinguible al de la propia novela moderna, para el ocaso del mundo de la Tradición… La Otredad y la Diversidad se baten en duelo con la identidad cerril de la tribu, los credos dogmáticos, y las civilizaciones decadentes, en un espacio cultural donde, por necesidad, todo lo sólido se moviliza disolviéndose en el aire… Por eso tras toda guerra, tras toda ocupación o colonización, se esconde ese lugar deletéreo y misterioso: la Frontera.

Pero la Historia, insisto, ocupa un lugar muy secundario en la literatura o el cine de Frontera, porque esta relevante categoría literaria no se ocupa meramente de cuestiones sociales o económicas, de hacer una crítica postcolonial al racismo o al imperialismo, trata cuestiones eternas, grandes dramas teológicos, grandes conflictos humanos que acaban rebasando los bordes de lo mundano para rozar los colosales peldaños de la trascendencia. En toda Frontera está presente, aunque sea lejanamente, la leyenda de una armonía originaria y de la caída en un caos que todavía reina en el presente, por eso en las historias de la Frontera se necesitan héroes o antihéroes capaces de restaurar el orden sacro aunque sea durante un breve lapso de tiempo horizontal.
Todo gran escritor es un exiliado metafísico del mundo que parece como venido de otro mundo para mirar, con esa visión extrañada de los niños y los marcianos, a una realidad ajena con ojos llenos de esclarecedora fantasía. Sin gran ficción, por lo tanto, siempre estamos ciegos como sociedad. Las Antillas, ese espacio descrito por ojos bastardos por el poeta Saint-John Perse, a la sazón Premio Nobel de Literatura o por la pluma ajena de un excelso cronista como lo fue Patrick Leigh Fermor, autor de El árbol del viajero (1950), demuestra que no existen respuestas fáciles en la literatura. Igual sucede con El Congo belga en la pluma de Joseph Conrad, autor de El corazón de las tinieblas (1899); justo lo contrario de aquello que sucede con la ideología, porque para la literatura el mundo siempre es maximalista, tremendamente complejo, del todo inabarcable por su infinita variedad de aristas y matices: un ciclón estroboscópico de perspectivas.
Y esa enormidad de lo Otro vuelve icónica toda visión de lo que rebasa los propios límites. El territorio de la literatura, como el de la frontera, despunta en el conflicto: matar a los indios, a los negros, a los judíos, a los hombres o a los católicos, incluso a los neonazis, como en la reciente The Order (2024, hacía tiempo que las balas no sonaban tan bien en la pantalla), resulta algo aceptable desde el punto de vista de la ideología, aparece como una opción inaceptable cuando se adopta una mirada literaria sobre el conflicto.

¿Cómo se puede narrar, entonces, lo que sucede estos días en Gaza? Tal y como lo hace el irlandés Colum McCann en su excelente novela de no-ficción Apeirógono (2020): tratando de simular la visión de Dios, a la manera borgiana de acercarse a una realidad compuesta de múltiples lados y ningún centro. ¿Qué ve Dios, lo Uno, de su Creación? Todo a la vez en todas partes: un círculo perfecto. Eso significa la palabra «apeirógono», un término perfecto para referirse a la vasta realidad de toda Frontera, un espacio donde no existe el tiempo, como señala el propio McCann: «Es un polígono con un número contablemente infinito de lados». Un número infinito de centros, cabría añadir, empezando por aquello que es excéntrico en su naturaleza.
Viajamos a la Frontera para someter a la sana duda nuestras propias convicciones, para enfrentarnos y disolvernos a una visión del mundo más amplia que aquella impuesta por las limitadas estrecheces de toda cosmovisión cerrada. En su excelente novela Ahora es el momento (2007), su autor, el novelista “de culto” Tom Spanbauer, famoso por desarrollar una escritura del trauma, acierta en señalar: «Eso es lo que hace un artista: viaja por el mundo buscando lo que está en su interior». Ese es el sentido oculto del viaje en busca del limes, el grado esotérico de la Frontera: el autoconocimiento que se refleja interiormente a través de una aventura exterior.

La angustia existencial, el repliegue de seguridad en uno mismo, son estaciones pasajeras de la Frontera, etapas necesarias, pero no finales, del viaje, como ocurre en el propio transcurso de la vida. El locus entendido como cronotopo y lugar, como un Centro físico que se dilata hasta ocupar el espacio espiritual reservado para la Jerusalén de William Blake, atraviesa las edades y las épocas para elevarse como poética de la trascendencia en la que la narración logra religar aquello que estaba disperso con lo Uno, esto es, la naturaleza desgajada de lo concreto con la sólida unidad trascendente de lo universal.

Por eso decimos que, en la literatura de William Faulkner, en la de Juan Benet o en la de Antonio Lobo Antunes el enfrentamiento con el lugar, por medio de la narración fragmentada, no es más que una forma de dar voz al necesario juez que el narrador, en tanto que representante de Dios o de la conciencia colectiva en la literatura, encarna. Y ese lugar, no lo olvidemos, encuentra un correlato equivalente al del mapa en la propia mente, en el alma, que diríamos, de sus propios habitantes, como muestra la obra de Cormac McCarthy, su último gran representante en la literatura contemporánea. El clima mental del Kali Yuga es tan estrecho como el de un pequeño pueblo del Oeste norteamericano, se puede concluir tras la lectura de ese clásico inclasificable que es La carretera (2006).

Como una tormenta del desierto, como el caudal de un río que se desborda, el de la Frontera es un territorio mítico, de movimiento y de acción, de fricción constante y de desarticulación súbita, donde todo permanece precisamente porque todo está mudando de forma irremediable a cada instante. El cambio de una Naturaleza mayor que nos arrastra es dolor para la mente consciente, y por eso su aroma es el de la épica tal y como la representaron los primeros narradores en La Ilíada (siglo VIII a. C) o en el Poema de Gilgamesh (2500-2000 a. C).
Y el cambio ínsito a los grandes ciclos del cosmos, a las pequeñas estaciones que rigen el universo es, sobre todo, el aliento inmóvil con el que Dios alimenta la Historia, como acertadamente señaló Homero: «Como el linaje de las hojas,/ así es también el de los hombres./ Unas/ hojas el viento esparce por el suelo, otras el bosque/ hace brotar/ cuando florece, al llegar la estación de la primavera./ Así es el linaje de los hombres,/ uno nace y otro muere» (Ilíada VI, vv. 146-149,). La esencia de la Frontera reza: la purificación del viaje está incluida en la circularidad de sus etapas.

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