El Papa Francisco ya disfruta del calor en la casa del Padre y abandona un orbe repleto de frivolidad que no es capaz de abstenerse de sus comentarios profanos ni en un oficio sagrado
The post Funeral de Francisco: frivolidad y un G20 inesperado first appeared on Hércules. Si al tercer día Jesús resucitó de entre los muertos quitándose el sudario, Zelenski, al tercer año de empezar la guerra en Ucrania, llevó traje. Lo hizo en el funeral del Papa Francisco, en una cumbre de la ONU improvisada. En el fondo, la presencia del presidente de Ucrania era una de las comidillas e interrogantes de estos tiempos conciliares, una de las murmuraciones que la película Cónclave retrata en los pasillos o en los manteles cardenalicios. Desde que Trump le recriminara sibilinamente al ucraniano su atuendo patrocinado por Quechua se abrió la veda en la conciencia colectiva la incertidumbre cocinada con una amarilla expectación por cuando llegaría el momento de ver a Zelenski engalanado con el traje con el que aparecía en su aclamada serie televisiva Servidor del pueblo. Precisamente ha tenido que ser en el homenaje religioso del pontífice recién fallecido y que hizo gala de ser un gran garante de esa letanía evangélica que proyectaba la caridad como máximo exponente de la expresión de la fe, cuando ha colgado el atuendo castrense.
Quien sabe si será una declaración de intenciones imaginativa, una circunstancia providencial fruto de los designios divinos. Sería grato, incluso milagroso, que el funeral del Papa fuera un lugar propicio para encontrar una solución a los conflictos armados como el de Ucrania. Se ha hecho gala durante este tiempo, de que Francisco era un gran defensor de la paz, como si el resto de pontífices recientes no hubiesen buscado soluciones a las campañas bélicas. Porque la historia no es más que unas interminables guerras contrastadas por testimonios de momentos de paz. Siempre hay guerras, desde que el pecado se inoculó en nuestra conciencia y desde que Caín mató a Abel llevamos intentando miles y miles de años matarnos entre nosotros; unas naciones que enrolan a unos chicos que no se conocen de nada para que asesinen a otros chicos que tampoco conocen de nada. Ha habido grandes herederos de San Pedro que hicieron gala de una gran conciencia dialogante y pacifista, como el Papa Pio XII al que le pilló de lleno la Segunda Guerra Mundial o Juan Pablo II que ejerció un papel providencial en la lucha contra los totalitarismos modernos de la URSS.
Las batallas se luchan por la ambición de los dioses modernos, de la avaricia de ostentar una especie de poder heredado de lo alto, una expresión del rictus genético del absolutismo. Durante el funeral del Santo Padre enfocaban durante gran parte del acto a Donald Trump mientras compartía plano televisivo con la inmensidad de la Plaza de San Pedro. Se podía sentir la dualidad de esos dos poderes, el de la tierra, ejercido por el presidente de los Estados Unidos e inevitable sheriff global y la monumental proyección de la potestad divina que abría las puertas a Francisco, uno de sus últimos garantes. Todo ello, condimentado con los comentarios en ocasiones inoportunos de unos contertulios que han dejado un mal sabor de boca en el funeral, han provocado qué alguna ocurrencia me repita produciendo un insoportable ardor de estómago.
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