Entonces, nada mejor que terminar acudiendo de nuevo al filósofo caníbal: “la justicia puede ser ciega, pero la verdad siempre encuentra la luz”
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He aquí una de las frases más virales de la celebérrima película “El silencio de los corderos”, producción de Hollywood que, pese a ser un producto claramente comercial, goza de cierto prurito filosófico, tanto es así que algunos la citan como si se tratase de una obra del mismísimo Nietzsche. “¿Y quién es Nietzsche?” me preguntaron sin pestañear en cierta ocasión un grupito de veinteañeros. Bueno, dejémoslo estar, al fin y al cabo, querido lector, si no le suena ese señor de nombre tan raro, seguro estoy de que, en cambio, no le cabe duda de quien es Hannibal Lecter.
¿Y Álvaro García Ortiz, sabemos quién es? Por desgracia, sí, el primer Fiscal General del Estado imputado por delito de revelación de secretos y, a mayor inri, en un turbio asunto de corrupción política. Pues bien, don Álvaro declaró en calidad de investigado ante el Tribunal Supremo el 29 de enero de este año de 2025. Optó por no responder más que a las preguntas de su abogado, negándose incluso a ser interrogado por el juez instructor. Algunos, que quizá aprendieron derecho procesal viendo cine norteamericano, malinterpretaron su decisión de callar, como si equivaliese a una confesión de su autoría. Quizás debiesen repasar en Wikipedia la “quinta enmienda”.
Digámoslo alto y claro: es erróneo entender el silencio procesal como una admisión, aun indirecta, de culpabilidad. Es una de las garantías del Estado de Derecho, sin la cual retrocederíamos a épocas inquisitoriales. No obstante, si García Ortiz, como reo, tiene derecho a mentir, como Fiscal General del Estado no debiera tener otro compromiso que con la verdad. Lo que está haciendo, como tantos otros procesados, es jugar sus cartas para salvar el pellejo, conducta, legalmente intachable, pero políticamente detestable. ¿Por qué no dimite de una vez y se dedica en cuerpo y alma a preparar su defensa?
Algunos se apresurarán a identificar a don Álvaro con Lecter. Craso error, pues en la comedia política, el director le ha dado otro papel: víctima propiciatoria. Para explicarlo viene que ni pintada otra cita, esta vez del Apocalipsis: “Han lavado sus ropas y las blanquearon en la sangre del Cordero” (7:9-17). No estoy hablando de la película de Coppola, Apocalypse Now, sino de un libro de la Biblia que, créanme o no, tampoco me lo he inventado yo, pongo a GPT por testigo.
Otros más poderosos que él han conducido al Fiscal General ante el altar de la Audiencia Nacional, confiando en que su sacrificio les lave su ropa sucia. Y hete aquí que el pobre don Álvaro, entre la espada y la pared, apriete firmemente los labios, sin percatarse de que a veces el silencio es jurídicamente contraproducente, por mucho derecho que sea, pues se pierden oportunidades de rebatir los cargos. El epistemólogo estadounidense Larry Laudan, recientemente fallecido, legó unas páginas muy lúcidas sobre las paradojas de la afasia procesal. Pero, si siguen sin fiarse de mí, otras voces más autorizadas, como la de Hannibal Lecter, vienen a decir algo muy parecido; por eso mismo, poniéndome la venda antes que la herida, lo invocaba al principio de este artículo.
Entonces, nada mejor que terminar acudiendo de nuevo al filósofo caníbal: “la justicia puede ser ciega, pero la verdad siempre encuentra la luz”.
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