Creo que León XIV ha sido muy bien acogido por todos. Un signo de esperanza en un mundo enfrentado y dividido, que necesita el recordatorio de aquellas palabras atribuidas a Agustín de Hipona y que el padre Prevost, como le llamaban sus hermanos de orden, conoce muy bien: “En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad”
The post Habemus Papam first appeared on Hércules. Cumpliendo la tradición secular, la fumata blanca sobre los tejados de la Capilla Sixtina señalaba al mundo, en la tarde ya histórica del 8 de mayo, que los cardenales acababan de elegir un nuevo obispo de Roma, sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra. Al cabo de una hora, aparecía en el balcón central de San Pedro el cardenal protodiácono, Dominique Mamberti, quien anunciaba que Robert Prevost era el elegido, escogiendo el nombre de León XIV. Poco después el nuevo papa se dirigía a los fieles, en italiano y español, con un breve discurso en el que destacaba una idea, la de construir puentes, que opino que será una de las claves del pontificado leonino.
A nadie se le oculta que el gran reto del sucesor de Francisco, en el seno de la comunidad católica, es el de superar las graves y grandes divisiones que se han ido acentuando en ella a lo largo de los últimos años. La elección de Prevost creo que ha sido la respuesta de los cardenales a esta necesidad. Una figura que posee una sólida formación científica y canónica; nacido en Estados Unidos, pero con raíces francesas y españolas –su segundo apellido es Martínez-, que ha vivido muchos años en Perú, ejerciendo como misionero y obispo, además de conocer bien la ciudad de Roma, donde se formó y ha residido. Como Prior General de los Agustinos ha podido tener una visión amplia de la Iglesia universal, gracias a la presencia agustiniana en diferentes naciones, y su paso por el Dicasterio de los Obispos ha hecho que esté contacto con el episcopado de todo el mundo, además de conocer el funcionamiento interno de la Curia romana. Todo ello le sitúa con un amplio y profundo conocimiento del estado en que se haya la Iglesia, de manera que podrá afrontar las tensiones entre los diferentes modos de entender cómo debe ésta situarse en el mundo. Un papa que, como pontífice, realizando la etimología de este nombre, constructor de puentes, habrá de buscar cauces de encuentro, sobre todo frente a los extremistas de ambos lados. Aunque su nombre ha sonado entre los papables, no estaba entre los que estos días, desde los sectores más conservadores o más progresistas, se barajaban; por ello, da la impresión de que con su elección se ha optado por una vía media, moderada, capaz de aglutinar. Un papa que pueda seguir en la línea reformista de Francisco, pero desde una mayor centralidad y sosiego.
Prevost ha querido tomar el nombre de León XIV, aludiendo, como en la mañana del 10 ha indicado a los cardenales, a la figura de León XIII, el papa Pecci, que impulsó con la encíclica Rerum novarum la Doctrina Social de la Iglesia. Entre las varias razones que le han llevado a escogerlo, la principal ha sido que su homónimo afrontó los desafíos de la primera revolución industrial, y ahora la Iglesia debe afrontar una nueva revolución industrial, junto al desarrollo de la Inteligencia Artificial, con lo que supone de retos para la defensa de la dignidad humana. Pienso que el nuevo papa profundizará en dicha Doctrina Social, en la senda marcada por su antecesor, pero imprimiendo su particular impronta, como ya ha demostrado con alguno de los gestos y signo, tales como recuperar, en su saludo a los fieles, la muceta y la estola.
Junto a la preocupación social, León XIII fue el papa de la diplomacia y del diálogo, que supo, con valentía, superar el aislamiento de la Iglesia de Roma tras el pontificado de Pío IX, en el que los Estados Pontificios fueron conquistados por Italia, y responder a los retos del mundo surgido tras las revoluciones políticas, sociales y económicas del siglo XIX, buscando cristianizar la vida moderna y modernizar la vida cristiana. Una de sus actuaciones más destacadas fue mediar entre Alemania y España en el conflicto de las Islas Carolinas y Palaos de 1885, muestra del prestigio internacional que recuperó la Santa Sede. León XIV llega al pontificado en medio de un complejo contexto internacional, marcado por las guerras, desde el enquistado conflicto entre Rusia y Ucrania, la guerra en Gaza, las luchas olvidadas de África o la escalada bélica en Cachemira, con el riesgo de guerra entre dos potencias nucleares, como India y Pakistán. Por ello, su primer saludo fue un saludo de paz. Como su predecesor el papa Pecci, y en sintonía con una de las mayores preocupaciones del papa Francisco, tendrá que buscar ser también pontífice –una vez más, constructor de puentes- en un mundo dividido y enfrentado, en el que la violencia, una de las caras del mal, parece imponerse. Nuevamente, el mensaje de León ha sido de esperanza, “el mal no prevalecerá”.
León XIV es el primer papa norteamericano, el primer papa peruano –por su doble nacionalidad-, el primer papa agustino. Novedad, pero desde la tradición, regresando al Palacio Apostólico, usando con normalidad las expresiones externas del pontificado, que no honran a una persona sino que dignifican una función, que en el caso del papado es de servicio a la Iglesia Católica y al mundo. Un papa misionero, que ha vivido entre los más pobres y excluidos, en esa América cuyo catolicismo es fruto de la acción evangelizadora de España –algo que, frente a tanto complejo absurdo y enfermizo hemos de reivindicar-, conociendo de primera mano las terribles desigualdades, injusticia y corrupción que azotan a aquel continente. Con el espíritu de san Agustín, como refleja su escudo, marcado por la centralidad del amor, espíritu que se ha concretado en una orden religiosa que combina altura intelectual y preocupación pastoral, con una clara apuesta por la libertad y el respeto a la diversidad de opiniones.
Creo que León XIV ha sido muy bien acogido por todos. Un signo de esperanza en un mundo enfrentado y dividido, que necesita el recordatorio de aquellas palabras atribuidas a Agustín de Hipona y que el padre Prevost, como le llamaban sus hermanos de orden, conoce muy bien: “En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad”.
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