Los incendios en Latakia revelan el colapso institucional del gobierno sirio y tensiones sectarias impulsadas por intereses geopolíticos y militares
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A menos de cuatro meses de asumir el poder, el gobierno interino de Siria se tambalea. Una serie de crisis, desde incendios devastadores en el norte de Latakia hasta atentados sectarios, están socavando su legitimidad y generando dudas sobre su capacidad para garantizar el orden y la estabilidad.
Lo que comenzó como un desastre ambiental ha escalado en una tormenta política. Los incendios que arrasaron las colinas de Qastal Ma’af no fueron simples fenómenos estacionales. Fueron, según varios actores, provocados con un claro propósito de agitación sectaria y desplazamiento poblacional.
Un grupo insurgente se adjudica el fuego
Por primera vez en la historia reciente de Siria, un grupo armado, Saraya Ansar al-Sunna, asumió la responsabilidad directa por los incendios, calificándolos como un ataque deliberado contra la comunidad alauita. En su comunicado, anunciaron con frialdad que “el fuego obligó a los nusayris [alauitas] a huir, causando incluso muertes por asfixia”.
La declaración llegó días después de los incendios y semanas después de que el mismo grupo se adjudicara un atentado explosivo contra la iglesia Mar Elias en Damasco. Mientras el Ministerio del Interior atribuyó el ataque a ISIS, el grupo nombró a un perpetrador diferente y desafió la versión oficial, que hasta ahora no ha sido respaldada con pruebas.
Las declaraciones oficiales, lideradas por el nuevo ministro del Interior, Anas Khattab, exmilitante del Frente Nusra, solo han avivado la desconfianza. Durante su visita a la zona incendiada, negó que existiera evidencia de incendio provocado, mientras su propia oficina investigaba a varios sospechosos. Para muchos, esta contradicción no es inocente.
Sospechas sobre complicidad estatal
Khattab y su ministerio se han esforzado por minimizar la existencia misma de Saraya Ansar al-Sunna, llegando a tildarla de “grupo imaginario”. Sin embargo, sectores alauitas acusan al gobierno de utilizar a este grupo como pantalla para una campaña encubierta de represión sectaria, apuntando a minorías religiosas bajo una fachada de caos espontáneo.
Los incendios de Latakia, afirman, son solo la cara visible de un proyecto más amplio: el rediseño demográfico del litoral sirio.
De las llamas a la protesta: el miedo se extiende
El ambiente ya era volátil en el interior montañoso de Latakia. La región aún no se había recuperado de las redadas de marzo, donde asesinatos sectarios, saqueos y desplazamientos dejaron comunidades alauitas arrasadas y sin apoyo estatal.
En medio de ese clima tenso, el asesinato de dos jóvenes recolectores y el secuestro de una niña desataron manifestaciones en Al-Burjan y Beit Yashout. Casi simultáneamente, comenzaron los incendios. La coincidencia temporal alimentó la percepción de que se trataba de una cortina de humo para distraer a la opinión pública de la violencia sistémica.
Qastal Ma’af fue el epicentro del fuego, el más agresivo y letal. Aunque Saraya Ansar al-Sunna lo adjudicó como un ataque contra los alauitas, también se vieron afectadas aldeas turcomanas suníes, lo que obligó al grupo a emitir una aclaración: “El incendio de aldeas suníes es obra de grupos Nusayri”. Para muchos, esto no fue más que un intento de restar responsabilidad ante errores tácticos.
Las versiones oficiales no convencen
El Ministerio del Interior continúa negando sistemáticamente la existencia de un actor humano detrás de los incendios. Analistas locales interpretan esto como una maniobra para no legitimar a los grupos insurgentes ni provocar una escalada sectaria.
Sin embargo, la comunidad alauita ha comenzado a levantar la voz. Algunos acusan directamente al gobierno del presidente interino Ahmad al-Sharaa de utilizar el fuego como arma para alterar la composición étnica y religiosa del litoral sirio. Videos circulando en redes sociales muestran a fuerzas de seguridad, milicianos beduinos suníes e incluso vehículos con placas turcas iniciando fuegos.
Un testigo alauita lo resume así: “Nos están matando de hambre, empujando a la migración forzada. Ya no quedan dudas: esto es limpieza étnica con fuego”.
Detenciones misteriosas y desapariciones forzadas
Un episodio reciente ha agravado las tensiones. El 9 de julio, un pequeño incendio fue extinguido por un grupo de treinta jóvenes voluntarios, entre ellos nueve alauitas. Tras apagar las llamas, estos nueve fueron arrestados sin explicación.
Sus familias aún no han recibido noticias, salvo un escueto mensaje de las autoridades: “Fueron trasladados a Latakia”. Desde entonces, permanecen desaparecidos.
El fuego como herramienta geopolítica
Más allá del drama humano, hay intereses internacionales en juego. Muchos alauitas sospechan que Turquía pretende expandir su influencia hacia la costa siria, motivada por reservas de gas en el Mediterráneo. Los incendios y la violencia sectaria serían el escenario perfecto para justificar una futura intervención.
No sería la primera vez. En 2020, 39 personas fueron arrestadas por provocar incendios coordinados en Latakia, Homs y Hama, presuntamente con apoyo extranjero. En 2023, las llamas arrasaron Wadi al-Nasara y alcanzaron la zona fronteriza de Kasab. Las autoridades locales señalaron que “la simultaneidad de los focos sugiere una acción organizada”.
Un patrón se repite: los grandes incendios coinciden con momentos de tensión política, transiciones de poder o reconfiguración territorial. Y cada vez más, la explicación oficial de tala ilegal o negligencia agrícola parece insuficiente.
Una guerra silenciosa por el futuro de Siria
Latakia no arde solo por accidente. En sus montes calcinados se entrecruzan los intereses de espionaje internacional, los planes de inversores inmobiliarios y la presencia silenciosa de ejércitos extranjeros evaluando posibles ubicaciones para bases militares. Detrás del humo, Israel permanece como un actor inquietante, alimentando tensiones para debilitar al llamado Eje de la Resistencia.
El daño colateral es una población aterrada y empobrecida que ya no confía ni en su propio gobierno. Mientras el Ministerio del Interior insiste en negar lo evidente, la narrativa oficial se desmorona ante los ojos de un pueblo que ve cómo se apagan sus tierras y sus esperanzas.
Lo que se quema en Latakia no es solo vegetación: es la posibilidad de una transición pacífica en la Siria post-Assad.
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