La disputa entre India y Pakistán ha pasado del campo militar al control del agua. La suspensión del Tratado del Indo convierte los ríos compartidos en nuevas herramientas de coerción, con consecuencias devastadoras para la región
The post India convierte el Indo en arma contra Pakistán first appeared on Hércules. La vieja rivalidad entre India y Pakistán ha superado las fronteras tradicionales del conflicto armado. El control del sistema fluvial del Indo se ha convertido en el nuevo frente de batalla, uno que amenaza tanto la estabilidad regional como la seguridad humana.
Tras el ataque en abril en Cachemira controlada por la India, que causó 26 muertes, Nueva Delhi optó por una medida radical: suspender su participación en el Tratado de las Aguas del Indo, firmado en 1960. El primer ministro Narendra Modi instruyó al gobierno a intensificar la construcción de represas clave en los ríos Chenab, Jhelum e Indo. “Pakistán no recibirá ni una sola gota de agua que pertenezca a la India”, declaró Modi, y esta vez no fue una amenaza: fue una política activa.
Aunque el 10 de mayo se acordó un alto el fuego, el canciller indio Subrahmanyam Jaishankar fue tajante: no habrá vuelta al tratado sin acciones concretas contra la militancia transfronteriza por parte de Pakistán. India también interrumpió el intercambio de datos hidrológicos, aumentando el riesgo de desastres aguas abajo. Islamabad respondió con una acusación contundente: la suspensión equivale a “un acto de guerra”.
Este giro marca un cambio estructural en la política regional. El agua, antes símbolo de cooperación precaria, ha sido transformada en un instrumento de presión. Aunque no es la primera vez que India politiza este recurso, nunca antes lo había hecho con esta escala. Ya en 2016, tras el ataque de Uri, Modi advirtió que “la sangre y el agua no pueden fluir juntas”.
El tratado, mediado por el Banco Mundial, repartía seis ríos entre los dos países. India controlaba tres orientales; Pakistán, tres occidentales. Durante más de seis décadas, el acuerdo sobrevivió guerras y crisis políticas. Ese equilibrio comenzó a romperse cuando India inició grandes proyectos hidroeléctricos como Baglihar (2008) y Kishanganga (2018), que derivaron en disputas legales internacionales. La reciente aceleración de las obras y la tentativa de desviar el Chenab a través del canal Ranbir, justificadas por necesidades internas, han sido interpretadas en Islamabad como una amenaza directa a su supervivencia agrícola y soberanía.
Más del 80% de las tierras agrícolas paquistaníes dependen de los ríos occidentales. Solo el Indo sostiene más del 20% del PIB del país y garantiza el sustento del 68% de la población rural. Interrumpir ese flujo significa provocar una crisis alimentaria de gran escala.
Las primeras señales ya son alarmantes: estaciones hidrológicas en Pakistán han registrado caídas de hasta el 90% en los niveles de agua. Punjab, el corazón agrícola del país, está en primera línea de esta catástrofe. La caída de las cosechas, el alza de los precios y el desempleo rural no son meras estadísticas: son desestabilizadores sociales.
Con menos agua en los campos, la migración interna se intensifica. Las ciudades, ya sobrecargadas, reciben oleadas de desplazados rurales. La presión sobre los servicios básicos se agrava, y las tensiones urbanas se amplifican.
Todo esto ocurre bajo un contexto climático adverso. El derretimiento acelerado de los glaciares del Himalaya, junto con precipitaciones erráticas, crea un ciclo caótico de inundaciones y sequías. Los sistemas de almacenamiento tradicionales, diseñados para una climatología estable, son ahora inútiles ante la volatilidad.
El uso estratégico del agua por parte de India no es improvisado. Según el analista Rajesh Rajagopalan, se encuadra dentro de una evolución doctrinal: de la “represalia masiva” a la “disuasión gradual”. Es una estrategia no militar de coerción sostenida. “Una válvula de presa ahora cumple el papel de un misil”, señala un observador. Desde 1998, el equilibrio nuclear ha disuadido una guerra total. Pero la manipulación hídrica sortea ese equilibrio: no provoca una explosión, pero causa desestabilización profunda. Es, en palabras de los expertos, “una forma de infligir daño sin declararlo”.
Lo preocupante es que esta doctrina puede escalar y multiplicarse. China, aliado clave de Pakistán, controla el nacimiento del río Brahmaputra. En un contexto de tensión, Pekín también podría usar el agua como herramienta de presión sobre el noreste de la India. Así, se perfila una peligrosa “disuasión del agua” multilateral, en la que los caudales se convierten en armas silenciosas, y las compuertas, en botones rojos.
La creciente militarización del agua en el sur de Asia marca un antes y un después en los conflictos internacionales. En una región plagada de fronteras disputadas y disparidades económicas, el uso del agua como arma no solo amenaza con desatar crisis humanitarias, sino que podría encender el próximo gran conflicto del siglo XXI.
La cuenca del Indo, alguna vez símbolo de cooperación forzada, ahora está al borde de ser el epicentro de una guerra hídrica sin precedentes. Si no se frena esta tendencia, el agua no será solo motivo de disputa, sino la chispa de una tormenta geopolítica.
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