José Bretón es un desgraciado que creyó que quemando a sus hijos en una parrilla su vida alcanzaría algo de sentido destruyendo la de su mujer
The post José Bretón, entrevista a un asesino: el clásico doble rasero español first appeared on Hércules. José Bretón es un desgraciado que creyó que quemando a sus hijos en una parrilla su vida alcanzaría algo de sentido destruyendo la de su mujer. Por esa atrocidad casi sin precedentes, Bretón fue sentenciado a cuarenta años de cárcel.
Años después, ha venido carteándose con Luisgé Martín, escritor, al que le va –o iba– a publicar la editorial Anagrama un libro sobre el asesino que ha estado a punto de ser cancelado cuando finalmente ha sido la propia editorial la que lo ha detenido sine die. Mi opinión sobre todo esto es bien simple: siempre del lado de la madre, siempre contra el desgraciado asesino, siempre a favor de la libertad de expresión y, por supuesto, siempre en contra de las editoriales que encargan un libro, pagan un adelanto por ello, y que a las primeras de cambio, rectifican y dejan al autor con el culo al aire. ¿Es que cuando se tomó la decisión editorial de crear este proyecto no se pensaron en las consecuencias? Anagrama: quién te ha visto y quién te ve.
Pero centrémonos en otro caso, incluso aún más mediático, donde un periodista el cual, además, trabaja para la agencia estatal de noticias Efe, lleva medio centenar de visitas a Daniel Sancho desde que éste fue encarcelado el pasado 5 de agosto de 2023 en Tailandia: primero en el penal de Koh Samui, para tras las la sentencia, ser enviado a la prisión de máxima seguridad de Surat Thani. Camino de dos años de visitas. Ojo.
Ramón Abarca, que así se llama el delegado de agencia Efe en Asia-Pacífico con base en Bangkok, además, ha publicado cuatro entrevistas al asesino y descuartizador, cada cual más deleznable, en donde nadie puso en su día ni ha puesto en la actualidad el grito en el cielo. Por lo que la pregunta sería, ¿acaso no puede Luisgé Martín cartearse con Bretón y visitarlo una sola vez en prisión pero Daniel Sancho sí recibir medio centenar de visitas de Ramón Abarca? ¿Es habitual que alguien que trabaja para el Estado publique entrevistas blanqueadoras a asesinos y descuartizadores? ¿Quizás Luisgé también blanqueó a Bretón? ¿Se cuenta en El odio, libro que por ahora no publicará Anagrama tras la autorización del juez a sí hacerlo, que Bretón en el centro penitenciario “lee mucho, practica Muay Thai y vive rebajado en la enfermería por una hernia discal, y que en líneas generales, se encuentra muy bien”? O a fin de cuentas, ¿existen asesinos de primera cuando otros lo son de segunda? O dicho de otro modo: ¿hay asesinos a los que sí se puede entrevistar cuando a otros no? Y si fuera así, ¿quién decide quiénes son los que sí pueden charlar con un periodista y quiénes no?
A mí no me parece mal que un periodista pueda entrevistar a un asesino, salvo que las tonterías que el asesino diga se tengan que publicar sí o sí y que el periodista no le apriete siquiera un poco tratándole de llevar a la esquina del cuadrilátero, exigiendo unas explicaciones que aún no ha dado porque nadie, de verdad, se las ha exigido; algo que Ramón Abarca y hasta yo sabemos que es de Primero de Periodismo. Por lo que aquí la pregunta sería, ¿qué interés periodístico tendría entrevistar a Daniel Sancho para que sólo nos diga que se encuentra “muy bien” en la cárcel de Surat Thani? ¿Acaso nadie ha caído en la cuenta de que publicando lo bien que se encuentra en prisión sólo se provoca dolor a la familia y allegados de Edwin Arrieta, el cual ya no está entre nosotros? O dicho de otro modo: ¿debemos aceptar que existan familiares de asesinados de primera y otros de segunda, o por qué no decirlo, tercera?
En las numerosas entrevistas a las que me he visto sometido tras el lanzamiento de mi libro Muerte en Tailandia, una pregunta recurrente es mi pronunciamiento sobre si Daniel Sancho es o no un psicópata. Como la experiencia que atesoro en dictaminar con exactitud ese tipo de asuntos tan serios es ínfima, sigo pensando que, alguien que descuartiza no debe estar bien de la cabeza como que si lo planeó todo con cierto esmero tratando de hacer desaparecer el cadáver de Edwin, con claras intenciones de quedarse con su dinero, ese interés en lo monetario pudo ser, sin el menor de los ambages, superior a su supuesta psicopatía.
Pero sea Sancho más o menos psicópata sorprende que Abarca, el cual cobra un grandísimo sueldo del Estado, se haya convertido en lo más parecido al portavoz del asesino y descuartizador, que no lo olvidemos, ha sido sentenciado a cadena perpetua. Y gracias. Entonces, ¿acaso el periodista que firma sus panegíricos contrasta algo de lo que le dice el monstruo? ¿Le pregunta sobre asuntos importantes o sólo sobre si se encuentra bien, practica deporte, lee y medita? Y sobre todo, le conteste lo que le conteste: ¿por qué Abarca no le replica? ¿Acaso le parecen definitorias, a la par de hipnóticas, las respuestas de Sancho?
En la historia de la literatura sobresalen libros en donde sus autores compadrearon con brutales asesinos. Resaltan sobre el resto A sangre fría, de Truman Capote, y El adversario, de Emmanuel Carrère; por cierto, ambos publicados en España por Anagrama, la misma editorial que ahora desestima la publicación de El Odio, la cual muy probablemente fue la que encargó el libro a Luisgé Martín tratando de generar un libro parecido a ambos bestseller pero esta vez en español, en una especie de plagio controlado destinado a que si hubiera problemas con la opinión pública el colchón fueran los anteriores precedentes. Pero aún hay más ejemplos: Helter Skelter, de Vincent Bugliosi y Curt Gentry, y Felices como asesinos, de Gordon Burn. Porque de asesinos se lleva escribiendo –y hablando– desde la intemerata. Se entrevistó a Bin Laden, al jefe de ETA cuando mandaba disparar en la nuca, o se permitió, con asombroso –o no– éxito de audiencia televisiva, que Jesús Quintero pasara numerosas meriendas-cena en prisiones varias dándole palique a asesinos.
Pero en el caso que nos atañe se certifica la degradación –devaluación al cubo– de un pueblo español desnortado desde que la democracia fue untándose en sus médulas, convencidos de que la absoluta libertad iba a tener que desembocar, sí o sí, primero en la censura que se creía olvidada, después en la autocensura como si tal cosa, para finalmente en la brutal inflación aceptada como acepta Abarca las respuestas sin sentido del asesino y descuartizador Daniel Sancho, al que, no lo olvidemos, el 98% –dato basado en encuesta no científica– de los medios de comunicación españoles, hasta la lectura del fallo el pasado 29 de agosto de 2024, creían no sólo inocente, sino ser humano que en realidad se defendió de un intento de violación y amenazas de muerte continuadas, por las que jamás aportó la defensa una sola prueba aunque sí mucho ruido mediático. Demasiado.
Eso sí, cuando un tal Luisgé escribe un libro basado en su entrevista y varias cartas al asesino José Bretón se detiene la máquina de blanquear para que de forma totalitaria se asuma la censura a una obra como parte de nuestro ADN reciente. O dicho de otro modo: decenas de millones de telespectadores no parpadearon una sola vez cuando el asunto Bretón era el pan nuestro de cada día en las teles, cuando entrevistarlo para un libro parece haber sido la gota que ha colmado un vaso del que no se tenían conocimientos ni de que existiera: el vaso de la lamentable nueva realidad que clasifica a los asesinos en mejores y peores. Eso sí, según leo, hasta cuatro libros se han publicado en España sobre el desgraciado que quemó a sus hijos. ¿Y saben por qué nadie puso el grito en el cielo ante los anteriores? Pues porque ninguno de ellos cotizó al alza. O dicho de otra forma: si lo de Luisgé Martín hubiera sido en vez de en la afamada Anagrama en cualquier editorial sin importancia, o incluso autopublicado, esta polémica jamás se habría generado.
En 2015 me llovieron algunas críticas –tampoco demasiadas– cuando en mi libro La verdad sobre el caso Segarra parte de la plebe se sintió afectada al ver cómo, según ellos, trataba al asesino. En aquellos días quise justificarme añadiendo que nadie es malo al 100% ni bueno al 100% –exactamente lo mismo que le ocurre a Sancho; hablé con un par de amigos suyos–, lo que en el caso de Artur Segarra, sentenciado por asesinar y descuartizar a su amigo David Bernat, era evidente. Y además, aquel ya lejano año 2015, Segarra escapaba de la policía tailandesa cuando aún siquiera sabíamos si a ciencia cierta era el asesino o el que lo mandó hacer o vete tú a saber si en realidad solamente huía de los que le quisieron endosar al muerto. Pero incluso así, hoy, una década después, volvería a entrevistarle por una sencillísima razón: porque medios de comunicación de todos los ámbitos estarían interesados en mi trabajo, y porque ese proyecto mejoraría mi percepción –y la de todos ustedes– del periodismo, la literatura y el ser humano. Pero sumemos algo con cara y ojos: 4.000 euros cobró Artur hace sólo unos meses por enviar dos cartas escritas de su puño y letra a un exitoso programa rosáceo, cómo no, español, dirigido por una diva que controla demasiados platós, además del suyo. Y a día de hoy, incluso buscan a Segarra para abonarle más dinero con la idea de que participe en un producto audiovisual aún sin fecha concreta de inicio. La hipocresía española, ¿saben a qué me refiero?
Como todos sabemos que los asesinos seguirán existiendo y las guerras produciéndose –además de los accidentes de tráfico, las violaciones, los robos con violencia y las paellas con chorizo–, sólo espero que los que escribimos podamos seguir entrevistando a asesinos además de generando crónicas bélicas. Por el bien de la humanidad, del periodismo y de la libertad de expresión. Amén.
Y mientras se cancelan libros –¡y se autocancelan!–, sigan mirando el plasma sin parpadear cuando emitan especiales de true crime donde se pixelan cabezas humanas recogidas en playas paradisíacas junto a tobillos y vísceras. Porque no somos más tontos porque no nos entrenamos. Créanme.
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