Me da asco la imagen de un juez que, cuál perrito faldero, lame la mano de su señor mientras menea embelesado el rabito en espera de la próxima golosina
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Hace unos días, mientras participaba como ponente en un coloquio, un abogado que formaba parte del público asistente me interpelaba airadamente de semejante guisa. Venía a argumentar algo así como que a los políticos no había que aguantarlos de por vida, dado que disponíamos del voto para botarlos. En cambio, no importa cuán desastroso sea el juez, no queda más remedio que esperar a su jubilación o rezar para que el Altísimo tenga a bien llevarlo cuanto antes a su divina presencia. Por eso propugnaba el acceso a la judicatura mediante elección popular. No es el único, es una idea que, aunque minoritaria, se va abriendo paso, por lo que merece que la estudiemos.
¿Tan malo sería hacerle caso? Malo no, peor. Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar a unos jueces federales de México, María Emilia Molina de la Puente y Carlos Soto, país donde la flamante presidenta está impulsando una iniciativa legislativa para reemplazar a los actuales magistrados por otros elegidos en comicios populares. Se expresaron sin tapujos, dejando claro que, palabrería aparte, se trata de un crudo juego de poder, una ofensiva de la clase política para domeñar a una judicatura que no se les antoja lo suficientemente dócil. Pese a haber aprobado sus exámenes de acceso a la carrera y llevar varios años de ejercicio, se verían en la calle, obligados a partir desde cero. Muerto el perro, se acabó la rabia.
¿Cómo sería ese nuevo modelo de juez? No hace falta ser un adivino para averiguarlo, basta con saber un poco de historia. Siempre que la justicia se vinculó a la política acabó convertida en su esclava. Los jueces al servicio de los señores feudales o los monarcas absolutos eran poco más que comisarios suyos. Y la situación no mejora porque dependan directamente del pueblo, pues quedan sometidos a los caprichos de la voluble opinión pública, como mostró la condena de Sócrates, en la democrática Atenas. Mejor ni hablar de la época más reciente, ya que, totalitarismos aparte, en un sistema como el estadounidense se ha alcanzado un nivel de politización inaceptable para nosotros, visto que los jueces se presentan a los comicios con su propio programa electoral. Por supuesto, que necesitan financiarse, por lo que habrá que tocar puertas de quienes, tarde o temprano, insinuarán que es de bien nacidos ser agradecidos. Lo peor es que, si su mandato es temporal, tal como se prevé en México, damos al traste con la inamovilidad. El juez, atento a la renovación, estará muy pendiente de cuáles sean las consecuencias electorales de sus sentencias. Nadie muerde la mano que lo alimenta.
¿Qué hacer, entonces, con los jueces que no estén a la altura de su elevada responsabilidad? Someterlos a todo el rigor del derecho sancionador, con tolerancia cero. Pero jamás convertirlos en dóciles mascotas del poder, ya sea político, económico, sindical, ideológico o de cualquier otra ralea. Me da asco la imagen de un juez que, cuál perrito faldero, lame la mano de su señor mientras menea embelesado el rabito en espera de la próxima golosina. Me despido con mi total apoyo a los jueces mexicanos, no solo por el respeto que me merecen ellos y su gran nación, sino porque temo que su presente sea nuestro futuro.
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