La bronca que inaugura la era iliberal

El mundo ha cambiado y los defensores de las democracias liberales andan crispados y desorientados ante la nueva realidad
The post La bronca que inaugura la era iliberal first appeared on Hércules.  Lo avisó Francis Fukuyama hace cuatro meses en las páginas del Financial Times: lo que votaron el pasado noviembre los ciudadanos de Estados Unidos fue abandonar el paradigma económico del liberalismo. El influyente pensador no lanzaba su pronóstico con alegría, sino más bien al revés, lamentaba el abandono de un enfoque económico que él siempre ha defendido como el más eficaz de la historia de Occidente. En todo caso, comprende que el sistema liberal se ha roto por dos flancos: la ambición desatada de los mercados financieros y la corrupción cultural del virus woke, que llevó a al progresismo a abandonar la lucha económica en favor de la identitaria. El pendulazo político hacia la derecha es la reacción popular a esas dos disfunciones.

Lo acabamos de ver en la bronca en el Despacho Oval entre Trump, Vance y Zelenski. Muchos analistas se quejaban de que Trump había roto varias reglas diplomáticas, sin darse cuenta de que precisamente para eso le han votado, para que imponga nuevos marcos que propicien cambios rápidos, rotundos y reales. Nuestros columnistas churchilianos, otanistas y euroeufóricos, han quedado en un embarazoso fuera de juego cuando el presidente de Ucrania ha aceptado el liderazgo de Trump, ya que se habían pasado días acusando al comandante en jefe de Estados Unidos de ser un simple siervo de Vladimir Putin. ¿Será ahora Zelenski otro traidor a la causa y ellos los únicos garantes de los valores occidentales eternos?

La plebe occidental está por un nuevo pacto social, hartos de que les trituren a impuestos, intenten regular cada aspecto de su vida cotidiana y además les consideren “deplorables”, como proclamó Hillary Clinton en la campaña de 2016. Las clases populares quieren retomar el control, como decía el lema electoral de la campaña proBrexit, de ahí que rechacen las fronteras abiertas, muestren orgullo patriótico y denuncien que el multiculturalismo significa homogeneización globalista (además de un desarraigo colectivo que dispara las tasas de criminalidad).  

El bloque liberal, que tiene mucha fuerza todavía en la política y en los medios de comunicación, ha reaccionado de manera decepcionante. En España se aplica el calificativo “putinejo” a todo aquel que no comulga con las tesis de la OTAN. Se llama “antieuropeo” a quien denuncia la burocracia extrema y la corrupción endémica de Bruselas. También se acusa de “antipatriota” a quienes respetan la soberanía de cada país para fijar los aranceles que considere oportunos. Llevamos ya muchos años de partidos de la llamada “extrema derecha” y los ‘popes’ del sistema todavía no han reconocido su legitimidad democrática.

Decía Antonio Gramsci, uno de los pensadores clásicos del marxismo, que a todo cambio político le precede un cambio cultural. En nuestra época está más que claro. Primero porque los jóvenes apoyan de manera masiva —y creciente— a los nuevos partidos de derecha. Después porque el consenso socialdemócrata de 1945 ya no despierta adhesiones en las mayorías sociales. Preferimos estabilidad antes que democracia y hemos visto como los grandes sindicatos y los estados elefantiásicos degeneraban en mafias corruptas. Como tercer y último factor, los mejores analistas políticos de nuestro tiempo son iliberales. Pensemos, en el terreno de la prensa, en las columnas de Ana Iris Simón, Hughes, Jorge Freire, Ignacio Ruiz-Quintano y Juan Manuel de Prada, todos ellos iliberales que llevan mucho tiempo señalando las grietas de un sistema que se desmorona

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