La Ventana de Overton se ha movido y nadie ha hecho nada para impedirlo
The post La Fiscalía del Gobierno: cómo nos han cambiado la realidad first appeared on Hércules. Si mañana el Gobierno anunciara que el Tribunal Supremo pasa a depender directamente de Moncloa, habría protestas, escándalo y probablemente alguna movilización. Pero si lo repitieran con suficiente insistencia, si los medios lo presentaran como algo normal, si los líderes de opinión dijeran que siempre ha sido así, en diez años una mayoría de españoles lo asumiría como una obviedad. Esto no es teoría política; es exactamente lo que ha ocurrido con la Fiscalía General del Estado.
Hace solo unos años, la independencia de la Fiscalía no estaba en cuestión. Nadie decía que dependiera del Gobierno porque, sencillamente, no es así. El artículo 124 de la Constitución establece que el Ministerio Fiscal actúa con autonomía, y el Estatuto del Ministerio Fiscal deja claro que su función es velar por la legalidad, no ser una correa de transmisión del Ejecutivo. Sin embargo, hoy, tras años de erosión sistemática, especialmente desde que el gobierno de Sánchez llegara al poder, se ha normalizado la idea de que la Fiscalía no es más que un brazo del Gobierno. ¿Cómo se ha logrado esto?
La Ventana de Overton: cómo se manipula lo impensable
Para entender lo que ha pasado, hay que hablar de la Ventana de Overton, un concepto que explica cómo las ideas que antes parecían impensables acaban volviéndose aceptables e incluso inevitables. El proceso es simple: primero, se introduce una idea como si fuera algo debatible; luego, se repite una y otra vez hasta que empieza a parecer aceptable, y finalmente se convierte en la norma. Así es como se han derribado tabúes históricos y también como se han impuesto nuevas realidades políticas.
En el caso de la Fiscalía, el punto de inflexión fue una sola frase de Pedro Sánchez. En 2019, cuando un periodista le preguntó cómo iba a garantizar la extradición de Puigdemont, respondió con desdén: «¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso». Aquello fue una confesión en toda regla, pero en lugar de escandalizar a todo el país, sirvió para fijar la idea de que la Fiscalía es una herramienta más del Gobierno. No importaba que la ley dijera lo contrario: si el propio presidente del Gobierno lo decía con tanta naturalidad, ¿quién iba a llevarle la contraria?
Si Sánchez hubiera dicho lo mismo en 1996 o en 2004, la prensa, los juristas y la sociedad habrían reaccionado con indignación. Pero en 2019 la sociedad ya estaba anestesiada. ¿Y qué hizo el PSOE después? En vez de retractarse, dobló la apuesta:
Colocó a Dolores Delgado como fiscal general del Estado inmediatamente después de ser ministra de Justicia. Algo inédito hasta entonces y que muchos juristas señalaron como una aberración. Pero se tragó.
Desgastó la imagen del Ministerio Fiscal hasta dejarlo reducido a un órgano servil. La defensa de las excarcelaciones de los golpistas catalanes, la falta de iniciativa en casos de corrupción del PSOE o la ausencia de investigación sobre el Tito Berni consolidaron la idea de que la Fiscalía actuaba al dictado de Moncloa.
Usó la mayoría parlamentaria para blindar su control sobre el poder judicial, con leyes que alteraban el funcionamiento del Consejo General del Poder Judicial y reformas que, poco a poco, debilitaban la separación de poderes.
El resultado es que hoy, en 2025, la mayoría de los ciudadanos ya han interiorizado la idea de que la Fiscalía es un órgano del Gobierno. Algunos lo ven con normalidad, otros con resignación, pero ya no se considera escandaloso. La Ventana de Overton se ha movido y nadie ha hecho nada para impedirlo.
Normalizar la anomalía
Este mecanismo no es nuevo. Los gobiernos llevan décadas usándolo para naturalizar lo inaceptable. Algunos ejemplos recientes:
El indulto a los golpistas catalanes. Primero se decía que era imposible, luego se abrió el debate, después se justificó por la “reconciliación” y al final se concedió sin consecuencias políticas.
La okupación como un problema menor. Se empezó negando que existiera, luego se justificó diciendo que eran “casos aislados” y hoy se criminaliza a quien defiende la propiedad privada.
El despilfarro del dinero público. Antes escandalizaban las subvenciones arbitrarias, ahora la gente ha asumido que es normal que el Gobierno reparta dinero a dedo a los suyos.
En todos estos casos, se ha seguido el mismo esquema: una idea que en el pasado habría sido inaceptable se introduce poco a poco en el debate público hasta que se convierte en la norma. Con la Fiscalía ha sucedido lo mismo.
¿Es reversible el proceso?
Lo grave de la Ventana de Overton es que, una vez que se ha desplazado, es muy difícil revertirla. Para que la Fiscalía vuelva a ser vista como un órgano autónomo, habría que hacer justo lo contrario de lo que ha hecho Sánchez:
Nombrar a un Fiscal General con un perfil absolutamente independiente y sin pasado político reciente.
Blindar su independencia con reformas legislativas, evitando que el Gobierno tenga margen para manipularlo.
Recuperar el prestigio del Ministerio Fiscal, evitando que sus actuaciones se vean como dictadas por intereses partidistas.
Pero esto requeriría un cambio radical de mentalidad, y ahí está el problema: los que podrían revertirlo ya han asumido el nuevo marco mental.
Los medios de comunicación han comprado la narrativa, la sociedad se ha resignado y la oposición, salvo excepciones, no tiene la determinación de librar una batalla cultural seria contra este tipo de retrocesos democráticos. Al final, lo que era impensable en 2015 se ha convertido en la normalidad de 2025.
Hoy es la Fiscalía. Mañana será el Poder Judicial. Y cuando queramos reaccionar, será demasiado tarde. La batalla cultural es esta: no dejar que nos cambien la realidad ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta. Pero para eso, primero hay que abrir los ojos.
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