La insostenibilidad de un ministerio sostenible

Es la consecuencia lógica de una política consistente en ir ubicando en todas las instituciones dependientes del Estado, a amigos, familiares o afiliados
The post La insostenibilidad de un ministerio sostenible first appeared on Hércules.  No suelo utilizar demasiado el tren, pero en las últimas semanas he debido hacerlo en varias ocasiones. Lo he hecho desde la estación de Atocha, ese lugar al que han añadido el nombre de una escritora tan normal como la mayor parte de quienes se dedican en España al mundo de la literatura, excesivamente sobrevalorada únicamente por su militancia de izquierdas y a quién sólo el hecho de haber mostrado odio y rechazo a la mitad del país impediría en cualquier otro lugar recibir un homenaje público. Pero ese es otro melón que, a pesar de que sea una fruta refrescante en verano, por hoy no abro.

La cuestión es que en las cuatro ocasiones en las que he estado en la estación madrileña, esta semana y la anterior, me he encontrado con numerosos retrasos, sufriendo en propia carne alguno. Aun así tuve suerte, porque mi tren a Toledo, que salió más tarde de lo previsto y se paró durante un rato, poco antes de llegar a la ciudad imperial, me condujo a mi destino, pues esa misma noche muchas personas debieron pasarla en el tren. Esto ya no es un episodio aislado, ni un problema técnico puntual, y dudo mucho, a pesar del nuevo relato que desde Moncloa intentan imponernos, que se trate de sabotajes.

En el fondo es la consecuencia lógica de una degradación progresiva de todo lo público, colofón de una política consistente en ir ubicando no sólo en los principales cargos públicos, sino en todas las instituciones en mayor o menor medida dependientes del Estado, a amigos, familiares o afiliados, muchos de los cuales carecen de la mínima preparación técnica para el cargo. Los ejemplos son abundantes y los venimos sufriendo, aunque la acumulación de escándalos en torno al gobierno haga que los olvidemos rápido, como ha ocurrido con Beatriz Corredor y el apagón, si bien no nos faltan ejemplos recientes, como el fracaso  del Instituto Cervantes, presidido por el marido de la susodicha escritora difunta, a la hora de proveer la formación lingüística en español a agencias, instituciones y órganos de la Unión Europea, tarea de la que se encargará un centro belga. Realmente esperpéntico y surrealista, digno de ser descrito por Valle-Inclán.

Pero regresando a los trenes, uno de los elementos que mejor vertebran una nación, nos encontramos con una progresiva degradación tanto de los servicios como de las infraestructuras –algo similar ocurre con la red de carreteras, cuyo estado sigue empeorando-, sin que, por otra parte, veamos, ante los repetidos desastres, la más mínima asunción de responsabilidades, ni, lo que sería lógico, una petición de perdón a los ciudadanos. Ya sabemos que el ministro del ramo está más preocupado por el mundo digital, en el que no sólo se dedica a atacar y bloquear a cualquiera que le haga la menor crítica, sino que, además, hemos conocido que multiplica su personalidad para alabar la gestión de su ministerio. Un ministerio que, en nota propia de esta cursi legislatura, se presenta con un nombre rimbombante, Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible, en un alarde de gongorismo que, tras las expresiones altisonantes, sólo esconde vacuidad.

Una denominación que no deja de ser un oxímoron, pues si hay hoy algo menos sostenible en España, es la eficacia del ministerio y del ministro, amén de que choca frontalmente con la praxis de un gobierno, y de su presidente, que usa el Falcon para cualquier desplazamiento; especialmente insostenible fue aquel vuelo entre La Coruña y Santiago, trayecto que en coche se puede realizar en unos tres cuartos de hora. Lo cual hace más sangrante la campaña de demonización dirigida contra los ciudadanos que tienen que usar el coche individualmente por motivos laborales o el indisimulado deseo de suprimir vuelos cortos, algo que podría tener sentido sólo con un transporte ferroviario eficiente.

La situación de los trenes españoles se ha convertido en toda una metáfora de la del país. Un estado en el que las cosas funcionaban razonablemente bien, con algunos servicios públicos punteros en Europa, que nos hacía sentir legítimamente orgullosos, está entrando en una vergonzosa degradación. Se vienen a la mente los versos de Quevedo (el escritor, claro, –bueno, nuestros alumnos quizá piensen en otro-), en los que el poeta se lamentaba de la crisis por la que atravesaba la otrora poderosa Monarquía de España:

Miré los muros de la patria mía,/ si un tiempo tan fuertes, ya desmoronados,/ de la carrera de la edad cansados,/ por quien caduca ya su valentía…

Aunque lo más doloroso no es la situación material, que, con tiempo y esfuerzo, podrá, antes o después, remediarse. El problema más hondo, y la más lamentable herencia del Sanchismo, es la profunda división y enfrentamiento que ha hecho nacer entre los españoles. La intolerancia hacia el que piensa distinto, la incapacidad para cuestionar la propia ideología mientras se demoniza al adversario, que deja de serlo para convertirse en enemigo; la violencia verbal contra cualquier discurso diferente al propio; la negativa al diálogo razonado y sereno. Pero no es sólo eso. Estamos sentados sobre un polvorín a punto de estallar, y en los últimos días hemos sido testigos de algunos chispazos en Alcalá de Henares o Sabadell. La incapacidad de ver los problemas reales y urgentes de los ciudadanos, por parte de unos políticos obsesionados únicamente por mantenerse en el poder, está poniendo en efervescencia a una ciudadanía que ve cómo su nivel de vida desciende, cómo, a pesar de las grandilocuentes manifestaciones oficiales, su economía no “va como un cohete”; cómo se degradan los servicios públicos y crece la inseguridad y la violencia, junto con el enfado evidente ante una justicia parcial, puesta al servicio de los intereses del gobierno, con el terrible acto de corrupción que ha supuesto el fallo del Tribunal Constitucional sobre la amnistía, que ha hecho que ya no seamos todos iguales ante la Ley.

La insostenibilidad del Ministerio Sostenible es la cara visible de la creciente insostenibilidad de España.

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