Que sois un coñazo. En todo tema que tratáis. Y a los coñazos no les hace caso nadie. Porque cansan. Y sois muy cansinos. Además
The post La izquierda coñazo first appeared on Hércules. Seguro que han oído hablar alguna vez de la Gauche divine, que es una manera afrancesada y pija de los llamados intelectuales catalanes de los sesenta del siglo pasado, que se reunían en Barcelona en la discoteca Bocaccio. Que aquí todos vamos de culturetas, pero nos gusta más un sarao que a un tonto una subvención del Gobierno. De Francia nos vino también otra expresión que es la de la Izquierda Caviar, que surge en los 80, también del pasado siglo, de la época del socialismo de Mitterrand, que fue uno de los que nos metió este nuevo PSOE que nada tenía que ver con el de Pablo Iglesias (el abuelo, no el coletas). Lo que nunca he tenido claro si fue para mejor o para peor. Fue la época de la llamada «Beautiful people» (el uso de extranjerismos es proporcional a la memez a que se refiera), donde destacaban los Boyer, Rubio, Solchaga, los Cortina… que tenían de biútiful lo que yo de monja clarisa, pero que tenían unas cuentas corrientes que no las vamos a ver usté y yo, querida lectora y estimado lector, ni en siete veces siete reencarnaciones en esta vida y en las siguientes. Y eso embellece mucho.
Pero lo que llevamos sufriendo desde el nuevo siglo y desde el Zapaterismo que lo fundó, es la Izquierda coñazo. Término que regalo a mis compis politólogos y colegas periodistas, como denominación de lo que llevamos teniendo en España desde aquél malhadado 11 de marzo. Una izquierda que les gusta las cosas que acaban en -ista, y que gusta de llamarse feminista, ecologista, pacifista, progresista, y sin duda alguna, coñazista. ¡Porque hay que ver la turra que dan! Tanto, que acaban consiguiendo el efecto contrario de lo que te quieren meter a capón de manera machacona. Y si ven que te opones, te adjudican un -ista para ti también. En este caso… ¡el de fascista, por supuesto! Porque sólo ellos tienen la verdad y la vida. Van de laicos, pero convierten a los Testigos de Jehová, los mormones con sus camisas blancas de manga corta, y los teleoperadores de Jazztel, en gente entrañable con la que charlar y pasar la tarde. Una secta en la que cuando alguien les dice que, lo mismo lo mismo, van a provocar que sus postulados acaben como una indigestión de roscón relleno de dulce de leche, trufa y gominolas por fruta escarchada, de la que no se sale ni con un batido de Almax Forte y Alka-seltzer bien colmado.
De este modo, se sorprenden de que las nuevas generaciones estén hasta el gorro del tema del Rad-Fem de la ola que sea, porque unas cuarentonas nacidas con Felipe González les digan que solas y borrachas quieren llegar a casa cuando, seguramente sus madres, en una de esas que les falló el primer término de la ecuación, que pasaban de eslóganes y memeces, fue cuando las concibieron. Mujeres de una generación a punto de jubilarse, que estudiaron lo que les dio la puñetera gana, estrenaron los Erasmus (también llamados en el argot, Orgasmus), y se recorrieron Europa en iberrail. Generaciones de hombres y mujeres sin multitud de pronombres, que vivieron el auge de Chueca y disfrutaron de los días del Orgullo, sin que ahora tenga que convertirse en fiesta nacional al mismo nivel que el 12 de octubre. Y que si no lo celebras, aquí te cambian el -ista por el otro comodín: -fobo. Y entonces eres un homófobo. Generaciones hartas de que les hablen de «unos pobres niños» refugiados, y hablamos de unos MENAS que están más cerca de jubilarse de tunos, y que es anatema hablar de regularizarlos, porque esto ya te pone en otra etiqueta, que es la de xenófobo. Que te hacen sentir como un delincuente por no cambiar de coche a uno eléctrico, cuando apenas puedes pagar la factura de la luz en casa, y que tu diésel más guapo que un Sanluis, resulta que acaba con los hielos del Polo. Esos hielos que llevan derritiéndose desde hace décadas. Porque el planeta se acaba. Y al Planeta se la bufamos tanto, que el día que se canse de nosotros se sacudirá como perrete con pulgas, y la siguiente raza dominante hará petróleo con nosotros y no con dinosaurios. Y se la pelará. Y seguirá dando vueltas al sol, sin nosotros y de lo más a gusto.
Porque por muy nobles y presuntamente bienintencionadas que sean sus causas, esta izquierda se ha convertido en una gruñona de dedo índice extendido para señalarte el orzuelo en tu rostro, mientras tiene un par de sandías llenas de pus en sus ojos. Ojos ciegos que no comprenden de pronto que el bandazo que está pegando la sociedad está siendo de órdago. Y que los culpables son ellos. Si toda una Vicepresidenta que viene del sector zurdo llegó a declarar que «los hombres de izquierda son un peñazo», luego ella misma se sorprende de tener razón cuando les llamaba también machistas, y aparece alguien como Errejón. Por ahora. ¡Coñas, que hasta Yolanda Díaz se ha dado cuenta, y es de las que les costó seguir todos los episodios de Barrio Sésamo! Pues eso mismo. Que sois un coñazo. En todo tema que tratáis. Y a los coñazos no les hace caso nadie. Porque cansan. Y sois muy cansinos. Además.
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