Hace décadas que las élites progresistas no comparten espacios de vida con la plebe. ¿Por eso pierden tantas elecciones?
The post La izquierda que dejó de ir en metro first appeared on Hércules. Tengo un amigo, exalto cargo de Izquierda Unida, que maneja un perfecto termómetro para adivinar cuándo llega un duro retroceso electoral. Le basta poner la antena en el autobús y escuchar las conversaciones de la gente corriente. Cuando sus conflictos son muy distintos de los que se debaten en el Comité Federal significa que viene una fuerte bajada de escaños. Mientras la plebe padece por pagar los libros de textos en septiembre o los gastos de Navidad en la cuota de la tarjeta de febrero, el órgano de decisión neocomunista debate sobre Palestina, identidad de género o la renovación del Tribunal Supremo, cuando no de la necesidad de parar a “la extrema derecha excluyente y sin perspectiva de género”. La calle y la élite de IU son dos mundos que apenas se rozan.
He recordado las conversaciones con mi colega al leer una entrevista de la revista digital Jot Down con la veterana periodista Luz Sánchez-Mellado, responsable de las charlas de la contraportada de El País. Le preguntan si viaja en metro y responde lo siguiente: “Voy en taxi. Soy una señora, soy una burguesa, pero el taxi me lo pago yo. Y no voy en metro porque sufro mucho por ver la desigualdad, la somatizo. A mí me amarga el día ver a alguien pidiendo en el metro. Luego estoy todo el día pensando en esa persona que me ha pedido o que he visto durmiendo en la calle. Me duele físicamente. Me pongo mala. Soy cobarde, y entonces adopto la postura del avestruz. Meto la cabeza bajo tierra y me voy en taxi”, explica. Si esto lo suelta Tamara Falcó, la están crucificando durante años en loa programas de humor de la Cadena Ser.
Todo el mundo tiene derecho a escoger el medio de transporte que prefiera, dentro de sus posibilidades económicas, pero Sánchez-Mellado no solo rechaza compartir el de la gente corriente, sino que presenta el taxi como una opción moral superior, la de la gente con una sensibilidad especial contra la desigualdad. La periodista dedica la mayoría de su tiempo de trabajo a entrevistar celebridades, pero en toda la conversación con Jot Down hay un tono heroico, como de guerrera de la palabra escrita, similar al de tantos políticos de izquierda que se creen cruzados sociales cuando son peones del sistema. Hace tiempo que el progresismo político y mediático no comparte ningún espacio de vida con la plebe, ya que llevan a sus hijos a colegios concertados, viven en barrios gentrificados de grandes ciudades y tienen patrones de consumo más cercanos a sus jefes que a sus votantes o a sus oyentes. Quizá eso explica su gran parte de su actual pérdida de apoyos, en las urnas y en las cifras de audiencia.
Por supuesto, hay más ejemplos. Este fin de semana, sin ir más lejos, el mismo periódico publicaba una tribuna de la escritora estadounidense Siri Hustvedt —seguramente reproducida en otros diarios progresistas europeos— donde describía el Estados Unidos actual como un régimen fascista y acusaba a los medios de ‘sanewashing’ (blanqueamiento de la locura) por tratar el trumpismo como una opción política legítima (denuncia por esto, ahí es nada, al mismísimo The New York Times, biblia del wokismo). Hustvedt menciona en el texto que ella vive en Brooklyn, un barrio donde el metro cuadrado ronda los 15.000 euros de media y los alquileres mensuales están a 3.500. Allí apenas se nota el fascismo, según admite, pero ella se siente obligada a señalar que los votantes pobres de Donald Trump dañan a todos cuando van a las urnas (¿cómo se atreven esos paletos a elegir candidato sin la supervisión de alguien de Brooklyn?). Estoy seguro de que el día en que a Sánchez-Mellado le toque entrevistar a Hustvedt van a conectar a tope, otro ‘triunfo’ del progresismo que no soporta la calle.
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