La no jaula de cristal

¿Cómo tratar de incidir en un juicio del que se sabía cuál iba a ser su veredicto?
The post La no jaula de cristal first appeared on Hércules.  Cuando Daniel Sancho Bronchalo –aupado a chef de cocina aunque jamás ejerciera de ello– reconoció los hechos que le acusaban de asesino y descuartizador, superando a algunos premiados en los pasados premios Goya interpretándose a sí mismo en un video bochornoso grabado por la policía tailandesa donde explicaba con todo lujo de detalles cómo golpeó el mentón izquierdo de Edwin Arrieta, le reventó la nuca contra el borde del lavabo, lo troceó en diecisiete partes y lo desangró con agua caliente para que sus seis litros de sangre no coagularan, buena parte del centro de atención mediático se agrupó en torno a una frase sorprendente que fue titular durante no pocas semanas en la práctica totalidad de los medios españoles: «Me tenía como rehén. Era una jaula de cristal, pero era una jaula. Me hizo destruir mi relación con mi novia, me ha obligado a hacer cosas que nunca hubiera hecho». A su vez, el hoy condenado a cadena perpetua reconocía haber llevado a cabo su macabra acción. Y aquella aceptación de los hechos salió en todos los medios recogida, aunque a posteriori se ignorara. Corría el 6 de agosto de 2023. Jaula de cristal. ¿Y las pruebas?

Tras un tormentoso último año y medio, en donde tras la llegada de un desnortado y altivo Marcos García Montes al caso a través de una novedosa estrategia de la defensa, todo saltó por los aires, las aguas, tantas veces arenas movedizas, parecen haber regresado a su cauce original, cuando ahora las preguntas que se hace la gente que hasta hace poco tocaban las palmas con las orejas no son pocas. Porque las rectificaciones abundan cuando no pocos comienzan a cambiarse de bando abrazando al de la verdad. 

Porque si hubiera sido cierto que aquellos últimos meses en libertad de Daniel Sancho se produjeron dentro de una jaula de cristal, uno, que lleva ese mismo año y medio atacando sin descanso a la desastrosa defensa, se pregunta un rotundo, cómo es posible que aún no haya salido a la luz un solo mensaje, de texto o voz, donde se apreciara, qué digo, al menos se intuya, que Edwin Arrieta, como dijo otro de los extrañisimos testigos –y me refiero a Iván Velasco– tuviera una acreditada experiencia acosando que incluso llevó a menores de edad a que se quitaran la vida tras los supuestos abusos del cirujano plástico colombiano.

Este pasado martes fui invitado de nuevo al programa Código 10, el cual emite Cuatro. Durante esa noche que se acabó convirtiendo en madrugada, un tal Nilson estuvo contándonos su vida y obra desde su Venezuela natal. Vida y obra, por cierto, nada sensata, porque tras escucharle toda España, lo que quedó bien claro, aparte de que el tal Nilson es un farsante más grande que el Amazonas y todas sus zonas fronterizas, es que Rodolfo Sancho ha utilizado este caso, no solo para apoyar a su hijo como un padre entregado a la causa, sino para afianzar un futuro escasamente halagüeño tanto en lo económico como en lo jurídico. ¿O es que concentra alguna sensatez el enviar miles de euros a un don nadie que en su santa vida había siquiera estado a 200 kilómetros de distancia de Edwin Arrieta con el fin de, a través de su inventada y acordada declaración, tratar de medrar en la decisión final del presidente del tribunal tailandés? 

Nilson, finalmente, ni acudió al juicio. O sea, a Tailandia. Aunque lo gracioso, con el tiempo acontecido, habría sido saber que incluso habiendo viajado hasta Koh Samui jamás habría sido requerido para declarar nada. Absolutamente nada. Como le ocurrió a la inmensa mayoría de los testigos propuestos por la infame defensa, convertida en asociación de cojos pisando huevos en una carrera, por lo pronto, demasiado deficitaria y la cual parece no tener fin.

Mientras Rodolfo Sancho se interpretaba a sí mismo –homenajeando, a la vez, a su padre y a su hijo– en aquel infame true crime de cuatro capítulos titulado el caso Sancho, como si Arrieta sólo hubiera sido ese tipo, el que escribe asumió que si el esperpento hubiera tenido siete episodios, los organizadores habrían acabado en los juzgados de Plaza Castilla. Porque mientras papá Sancho engolaba la voz y miraba al infinito tras tan tiernas declaraciones, Alice, que aún no sabemos cuánto cobró antes y/o durante el juicio, trabajaba supuestamente en la sombra para sacar una veredicto tan esperado como estrafalario. 

Claro que aparte de la señora Alice, que exige casi 200.000 euros, y el anteriormente citado Nilson, acabó saliendo a flote entre la charca putrefacta Iván Velasco, otro que sorpresivamente está del lado del papá al cual ayuda tratando para que la madre del carnicero, Silvia Bronchalo, abone los casi 200.000 dólares para que Alice cierre –o no– su proyecto, del cual sabemos bien poco porque no hubo contrato en papel: así lo exigía ella. Velasco, claro está, también traía desde casa –en su caso, Chicago– la oración bien aprendida, aunque afortunadamente el juez le comentó, como a tantos otros, que lo que tuviera que decir prefería que lo dijera en canales mediocres de youtubers españoles, que si aún siguen inventando y dando cabida a mentirosos, debe ser porque sus influencias son nulas. 

Con todos estos ejemplos anteriormente expuestos queda claro que la supuesta jaula de cristal de Daniel Sanchojamás existió, y que el asesino y descuartizador se zampó parte del dinero y, por encima de todo, la vida de Edwin Arrieta sin que hubiera mediado daño alguno. Porque repetimos: de otra forma aquellos violentos mensajes supuestamente enviados en vida habrían salido, sin ningún género de dudas, a la luz. Y, por lo tanto, jamás papá Sancho hubiera tenido que involucrar a tantos extraños personajes en este caso de por sí nauseabundo.

Hace escasos días estuve charlando, de nuevo, con uno de los amigos homosexuales de Edwin Arrieta, que más aportó a Muerte en Tailandia. Y sus declaraciones lo dicen todo: «ojalá Edwin hubiera vivido con Daniel Sancho, al menos, en una jaula de cristal. Cuando menos, hoy día podríamos haber mantenido un contacto que tanto echamos en falta». 

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