Sin duda alguna, uno de los mayores problemas actuales de España es el escaso nivel intelectual –ya no digo ético ni moral- de gran parte de nuestra clase política
The post La obispa y el diputado first appeared on Hércules. Sea a derecha o a izquierda, nos encontramos con toda una serie de personajes mediocres, arribistas sin oficio ni beneficio fuera de la actividad política, pícaros que no tienen nada que envidiar a los protagonistas del Guzmán de Alfarache, La vida del Buscón, las de la pícara Justina o Estebanillo González. Basta leer la prensa, escuchar la radio, ver la televisión o indagar en las redes sociales para observar todo un elenco de “profesionales” de la política que han hecho de ésta un modus vivendi para sí o para familiares y amigos, olvidando lo que debería ser el fin primordial de su actividad, el servicio público y la búsqueda del bien común.
Que esto sea posible en gran medida se debe a una ciudadanía que ha desertado de su obligación de control de los gobernantes. Una ciudadanía que se ha acostumbrado a los continuos escándalos, a los robos y trapicheos sin dar un castigo ejemplar, que debería comenzar con el infligido en las urnas. En gran medida porque en España se es de un partido político con el mismo fanatismo con el que se sigue a un equipo de fútbol, siendo terriblemente intransigentes con los errores del adversario y totalmente indulgentes con los correligionarios. La corrupción sólo importa cuando es el otro quien la perpetra. Hemos normalizado que no sea el qué, sino el quién.
Hay, además, un fenómeno curioso, que se da sobre todo en el campo de la derecha. Mientras en el PSOE nos encontramos, tras las purgas entre la dirigencia, una total adhesión al líder, independientemente de sus “cambios de opinión”, asumidos acríticamente, vemos en el PP una auténtica escisión entre las bases y la dirección del partido. Es más, a veces da la sensación de que ésta actúa en sentido contrario a lo que sus militantes desean. Un fenómeno totalmente sorprendente, que explica en parte el crecimiento de VOX ante la hartura de muchos a causa de esta irracional actitud.
El último –o penúltimo- episodio ha sido el célebre artículo de Esteban González Pons, llamando a Trump “macho alfa de una manada de gorilas” y su toma de posesión como un “entierro de valores democráticos”. Independientemente de lo que cada uno piense del presidente norteamericano y de la crítica –y es mucha- que se le puede hacer, que el vicesecretario de Asuntos Institucionales del PP cargue de esta manera contra alguien con el que, si algún día llegan a gobernar, tendrán que tener una relación privilegiada si no se quiere seguir en la actual situación de irrelevancia internacional, demuestra muy poco tacto. Pero es que, además, lo hace contra un personaje que, siendo verdaderamente atrabiliario, suscita entre el electorado que ha hecho que Pons tenga un cargo político, una gran admiración, pues su oposición frontal, concretada en hechos, contra la cultura woke muestra que a ésta se le puede derrotar.
No seré yo quien niegue al señor Pons, ni a nadie, el poder opinar libremente de lo que le parezca, pues creo firmemente en la libertad de expresión –como creo en la tan limitada en la práctica en nuestra universidad, libertad de cátedra-, y de momento, a pesar de los aires que soplan desde el complejo monclovita, podemos aún seguir manifestando lo que pensamos. Pero por eso mismo ejerzo mi libertad para señalar lo poco acertado de dicho artículo. Y su reflexión final. Porque su exaltación de la obispa Budde y del sermón que dirigió a Trump no puede ser más infeliz. Es verdad que desde un humanismo cristiano el posicionamiento del presidente norteamericano ante la inmigración es profundamente criticable, y que muchas de sus medidas son totalmente rechazables. Aunque no es menos cierto que está cumpliendo con sus promesas electorales, lo cual entre nosotros es algo totalmente inédito, de modo que nadie puede sentirse sorprendido por sus decisiones. El problema de la inmigración es tremendamente complejo y no tiene soluciones simples ni simplistas, pero ante la pasividad que vemos en España por parte de nuestros gobernantes y la prontitud de respuesta de la nueva administración norteamericana, es lógico que muchos de los votantes de don Esteban sientan un poco de envidia.
Pero es que, rizando el rizo, en su laudatio de la obispa Budde, finalizaba pidiendo que en la Iglesia Católica hubiera mujeres como ella, ordenadas como obispas. Partiendo del hecho de la nula cultura teológica de Pons, al menos cabría esperar que supiera algo de la prelada, cuyo pensamiento es reflejo del wokismo instalado en las Iglesias protestantes clásicas en Occidente. La Iglesia Episcopaliana a la que pertenece es una de las que más fieles está perdiendo en Estados Unidos, con un ritmo que hace que corra el riesgo de desaparecer en unos años. Esto es algo común a las otras Iglesias nacidas de la Reforma luterana del siglo XVI, frente al auge del pentecostalismo y las nuevas corrientes protestantes más rígidas. He afirmado en más de una ocasión que aquellas Iglesias se extinguirán pronto –un pronto que en Historia podría ser un siglo o dos- debido al total vaciamiento de la doctrina cristiana tradicional y de la ola de secularización que vive Occidente, algo que también afecta a la Iglesia Católica, aunque ésta ha demostrado una capacidad de supervivencia y de adaptación sin renunciar a su núcleo doctrinal que augura una recuperación en los próximos decenios. No es un fenómeno nuevo; en los primeros siglos cristianos tuvo un gran auge el marcionismo, una herejía que parecía que iba a imponerse frente a las corrientes ortodoxas y que acabó desapareciendo.
González Pons es todo un síntoma de la grave enfermedad que está carcomiendo nuestra vida política. No es, lamentablemente, ni el único ni el principal. Cada vez estoy más convencido de que nuestra renovación democrática requiere una nueva generación de políticos, bien formados, con sincera preocupación por ser servidores de la sociedad. Estadistas más que políticos. Y que para ello deberían desaparecer tanto PP como PSOE y ser sustituidos por dos nuevos partidos, uno verdaderamente liberal-conservador y otro auténticamente socialdemócrata, sin el lastre de corrupción de ambos. Es quizá soñar. Pero, posiblemente, es lo único que nos cabe hacer.
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