La política del escándalo perpetuo

Si hay algo que los políticos han aprendido es que el desgaste es su mejor aliado
The post La política del escándalo perpetuo first appeared on Hércules.  ¿En qué momento dejamos de sorprendernos? España se ha convertido en el país donde los escándalos políticos se suceden con tal frecuencia que ya no generan reacción alguna. Exministros que no sueltan su escaño mientras acumulan procesos judiciales, familiares de altos cargos en contratos dudosos, declaraciones de bienes que rayan lo absurdo… Todo esto, en otro tiempo, habría hecho tambalear gobiernos. Hoy, solo provoca un suspiro resignado.

El truco es claro: saturar hasta insensibilizar. Un escándalo aislado puede tumbar carreras, pero una cadena de ellos solo entumece. Si hay algo que los políticos han aprendido es que el desgaste es su mejor aliado. Si un escándalo te persigue, dilúyelo en una cascada de otros: desde el ‘Delcygate’ hasta los contratos opacos durante la pandemia o el rescate de empresas vinculadas a familiares y amigos del poder. ¿Cómo procesar todo esto? Simple: no lo procesas. Te desconectas, porque reaccionar a cada golpe sería agotador. Es un juego perverso que las élites manejan con maestría. Mientras tanto, nosotros, ciudadanos, hemos pasado de indignarnos a convivir con este espectáculo grotesco como si fuera una parte natural de nuestra realidad.

La chulería institucionalizada

Lo que antes era excepcional, hoy es rutina. Se planta uno ante los jueces con una sonrisa cínica y unas cuentas corrientes que parecen una broma de mal gusto, mientras otros reparten culpas a “los enemigos políticos” o al “lawfare”. Aquí nadie dimite porque nadie siente la necesidad de hacerlo. Es un desafío abierto al sistema judicial, al estado de derecho y, por supuesto, a la ciudadanía. Y lo peor es que funciona. Cada vez que un político desprecia a un juez o que una investigación se diluye entre excusas y tecnicismos, la democracia pierde un poco más de credibilidad. Pero no es solo culpa de los políticos. La indiferencia social, fruto de esta saturación, les da carta blanca para seguir.

Un sistema que no protege

El problema no es solo la corrupción. Es la sensación de impunidad. Por cada escándalo que estalla, hay docenas que quedan en las sombras. Por cada caso que llega a los tribunales, hay una maraña de influencias diseñada para obstaculizarlo. Es un sistema que, lejos de proteger a los ciudadanos, parece estar diseñado para blindar a las élites. El mensaje es devastador: puedes “chulear” a los jueces, puedes saltarte todas las normas, y probablemente salgas impune. Porque el sistema está roto y la sociedad está cansada.

Quizá lo más peligroso no sea la corrupción en sí, sino nuestra reacción ante ella. O, mejor dicho, la falta de reacción. Hemos pasado de la indignación al cinismo. Ya no esperamos nada mejor, porque hemos asumido que esto es lo que hay. Que siempre habrá un Ábalos, un hermano, una esposa o un amigo protegido por su posición. Que los escándalos nunca tocarán fondo porque el pozo no tiene fin.

El precio de la indiferencia

Pero todo tiene un coste. Cada vez que normalizamos estas conductas, perdemos algo más que confianza en las instituciones: perdemos la capacidad de exigirles. La resignación se convierte en complicidad, y la complicidad, en perpetuación. No es solo que el poder nos haya anestesiado con su espectáculo de corrupción y desfachatez; es que hemos aprendido a mirar para otro lado. Y así, el país se desliza hacia una apatía moral peligrosa. Porque si todo vale, nada importa.

¿Qué tendría que pasar para que recuperemos la capacidad de escandalizarnos? Quizá ya sea demasiado tarde. Quizá hemos cruzado ese umbral invisible donde la corrupción deja de ser un problema y se convierte en una característica del sistema. Mientras tanto, seguimos observando desde la distancia, viendo cómo los poderosos juegan su partida y, de vez en cuando, aplaudiendo resignados el cinismo con el que nos toman el pelo.

The post La política del escándalo perpetuo first appeared on Hércules.