Aunque debilitado, Hizbulá sigue siendo un obstáculo clave para la paz entre Israel y Líbano. El país, frágil e influenciado por actores externos, no puede avanzar hacia la normalización de relaciones por sí solo
The post Líbano, entre la sombra de Hizbulá y el espejismo de la paz con Israel first appeared on Hércules. Durante los primeros años tras la creación del Estado de Israel, existía la convicción de que Líbano sería uno de los primeros países árabes en firmar la paz. Se le veía como una nación abierta, moderna y con una numerosa comunidad cristiana que no mostraba una postura abiertamente hostil hacia Israel. Sin embargo, también se entendía que no daría el primer paso. La idea era que, al tratarse de un Estado débil con instituciones frágiles y una fuerte presencia musulmana, seguiría el ejemplo de una potencia árabe más influyente antes de actuar.
Pero la realidad del Líbano cambió con el tiempo. A medida que Hizbulá crecía en poder, apoyado por una comunidad chií cada vez más influyente, la posibilidad de paz con Israel empezó a desvanecerse. Lejos de ser un candidato a firmar la paz, el Líbano se convirtió en un foco de amenaza para la seguridad israelí. Hizbulá, con el respaldo directo de Irán, acumuló armamento de alta precisión y formó una fuerza militar organizada, incluyendo su temida unidad élite “Fuerza Radwan”, cuyo objetivo declarado era invadir el norte de Israel. Su arsenal, compuesto por cerca de 180.000 misiles, representaba una amenaza estratégica para todo el país.
El conflicto se intensificó especialmente después del ataque del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó una ofensiva devastadora desde Gaza, causando más de mil doscientas muertes y secuestrando a cientos de israelíes. Se esperaba que Hizbulá se uniera de inmediato, pero aunque no estaba al tanto de la fecha exacta del ataque, sí activó su frente en el norte en forma limitada, forzando a Israel a evacuar a más de 100.000 civiles de las zonas fronterizas, en una victoria táctica para la milicia libanesa.
Durante más de un año, la frontera norte vivió una fricción constante. A finales del verano de 2024, Israel lanzó una contundente ofensiva que desmanteló buena parte de las capacidades militares de Hizbulá. La operación culminó con la eliminación de su líder histórico, Hassan Nasrallah, una figura considerada irremplazable tanto por su influencia política como por su rol militar y estatus dentro del Líbano y entre los círculos iraníes.
Sin embargo, incluso tras esa ofensiva exitosa, Israel no logró una victoria total. A pesar de los golpes recibidos, Hizbulá continuó disparando cientos de misiles cada día hasta el final de la guerra. En noviembre de 2024, ambos países firmaron un frágil alto el fuego. El acuerdo incluía la promesa de retirar a los combatientes de Hizbulá al norte del río Litani y su desarme, compromisos que hasta hoy no se han cumplido del todo.
El conflicto dejó a Irán debilitado y empujado hacia la periferia. Aprovechando el repliegue iraní, el grupo rebelde Tahrir Al-Sham lanzó un ataque relámpago contra el régimen de Bashar al-Assad, capturando Damasco en apenas 12 días. La caída del régimen sirio golpeó a Hizbulá una vez más, ya que Siria era una vía fundamental para el suministro militar iraní.
Este nuevo panorama regional permitió un cambio dentro del propio Líbano. Por primera vez en años, las voces críticas con Hizbulá pudieron alzarse. Se eligió como presidente al general Joseph Aoun y como primer ministro a Nawaf Salam, ambos contrarios a la influencia de Hizbulá. Juntos declararon que el Estado libanés sería el único con derecho a portar armas, un mensaje directo a la milicia chií.
El nuevo liderazgo se distanció de Teherán y reafirmó su orientación hacia Arabia Saudita, Occidente y, en particular, hacia Estados Unidos, de quien Líbano necesita desesperadamente apoyo para salir de su profunda crisis económica. Pero como ocurre tantas veces en Oriente Medio, los discursos no se traducen en acciones. Hizbulá, aunque herido, sigue armado y mantiene el respaldo de una parte importante de la comunidad chií.
Hoy por hoy, nadie en el Líbano se atreve a enfrentar directamente a la organización. El presidente y el primer ministro insisten en que buscarán un diálogo, pero rechazan una confrontación directa que podría llevar al país a otra guerra civil. En este contexto, Israel continúa con ataques puntuales cada vez que detecta movimientos militares de Hizbulá, pero la milicia no ha abandonado el sur del país ni ha entregado sus armas.
Ante esta realidad, hablar de normalización de relaciones o paz entre Israel y Líbano es, en el mejor de los casos, una ilusión lejana. La debilidad estructural del Líbano impide cualquier avance significativo. Incluso con nuevos líderes y una población cada vez más cansada del conflicto, el Estado libanés no tiene la fuerza ni la cohesión necesarias para enfrentarse a Hizbulá y desmantelar su poder militar.
Estados Unidos ha dejado claro que no apoyará la reconstrucción del país mientras Hizbulá no sea desarmado. Al mismo tiempo, Washington espera ampliar el comité de supervisión del alto el fuego para abordar temas como la demarcación de fronteras y resolver disputas territoriales históricas, como las granjas de Shebaa o la aldea de Ghajar. Pero ni siquiera la resolución de estos temas será suficiente.
Desde el Líbano se insiste en que cualquier avance real solo será posible como parte de un proceso más amplio de normalización panárabe, y no mediante acuerdos bilaterales. La administración estadounidense aspira a extender los Acuerdos de Abraham, pero el mundo árabe exige avances significativos en la cuestión palestina, algo que parece lejano en el clima actual.
Así, volvemos al punto de partida. Hizbulá sigue siendo una amenaza, aunque más debilitada, y Líbano, aunque menos hostil, continúa sin ser un interlocutor capaz. Hay ciudadanos libaneses que desean la paz, pero mientras Hizbulá conserve armas y poder político, y el Estado libanés siga siendo frágil, cualquier acuerdo con Israel dependerá de decisiones que se tomen más allá de sus fronteras. Una vez más, el Líbano esperará a que otro país árabe —quizá Arabia Saudita— lidere un movimiento de paz que él no puede encabezar por sí solo.
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