Desde el interior del barrio barcelonés del Raval nace una tragicomedia que lleva la rabia y el odio hasta su máximo grado: el amor
The post Lo que mueve el odio: “La próxima vez que te vea te mato” first appeared on Hércules. Odio cuando me levanto por la mañana y el cielo no está despejado porque siento que ese debe ser su estado natural. También odio que el café me queme la lengua cuando no dispongo del tiempo suficiente para que se enfríe o que la galería del móvil decida recordarme aquel momento en el que fui feliz y al que sé con certeza que no voy a poder regresar. Odio a los youtubers que te enseñan a invertir en criptomonedas, a Elon Musk, mojarme los bajos de misvaqueros anchos los días de lluvia, tener que elegir entre dos opciones o ir solo conduciendo y no poder hacerle fotos al amanecer que dejo atrás. Odio la luz fría y las salas de espera. Odio las despedidas y el rock and roll. Odio hacer colas y el vacío que me deja el tramo final de una montaña rusa, me gusta la adrenalina de antes. Odio casi el mismo número de cosas que amo, y son tanto el amor como el odio los únicos capaces de levantarme del sofá porque vibro con ambos. Si, tal y como afirma la RAE, el odio fuese lo contrario del amor, sería difícil explicar por qué ambos términos rezuman vida por todos sus costados. Esto solo puede explicarse si amor y odio están hechos de la misma materia prima.
“La próxima vez que te vea, te mato”. Encontrarme una novela con este título entre las novedades editoriales una mañana que un café ardiendo había quemado mi lengua fue como encontrar bajo el libro un cartel con luces neón que indicase “léeme”. No pude evitar caer en la tentación. La escritora chilena Paulina Flores, desconocida para mí hasta ese momento, acierta ya en esta inteligente novela con su carta de presentación: un título atractivo a más no poder.
Javiera, protagonista de esta novela, es una joven chilena recién instalada en Barcelona. Al llegar a la ciudad, se enfrenta a una dura realidad: el mundo soñado que esperaba tan solo escondía en realidad precariedad laboral y dificultades económicas. Su relato es, por tanto, la voz de tantos inmigrantes en el siglo XXI. Un relato que lejos de perderse en sentimentalismos, aborda la realidad tal cual es: cruda pero hermosa. Siguiendo a una de las artistas preferidas de Javiera (y mía) diríamos que “la vida es bonita, pero traicionera”, y seguramente nos quedaríamos cortos, ya que no hay términos suficientes que alberguen la dualidad que esta representa.
Desde el interior del barrio barcelonés del Raval somos partícipes de la vida de Javiera. Desafortunada en lo laboral, pero rápidamente triunfadora en el amor: comienza una relación poliamorosa con Manuel, su compañero de piso peruano. Enseguida la relación de Manuel con otras dos mujeres, Armonía y Laura, se convertirá en el principal quebradero de cabeza de Javiera, para quien su mundo en una ciudad tan amplia como Barcelona queda limitado a apenas quince metros cuadrados: su habitación con Manuel y la compañía que este compañero de viaje le proporciona.
La narración en primera persona de Javiera es brillante. La joven, que destaca por su naturalidad y honestidad, detalla las sombras y luces de su nueva vida. Un intento frustrado de escritora que tiene que sobrevivir tanto en el mundo como en la vida en pareja, aunque las etiquetas no sean algo que vaya con ellos. La ironía continua que utiliza y la alternancia entre un humor delirante y episodios de gran dureza crean un estilo único que atrapa desde la primera página.
Como lectores asistimos a la pérdida de la cordura de una joven por amor. Sin embargo, la joven chilena ha conseguido que durante la lectura no la haya juzgado en ningún momento. Por momentos no sabía si reír o llorar ante la posibilidad de que se esté planteando un asesinato por amor, pero, al fin y al cabo, ¿no decimos continuamente que por amor estamos dispuestos a morir? Los elementos más gore se mezclan con una Barcelona revuelta y convulsa, de la que es imposible escapar como refleja Javiera en la sentencia: “hasta el inframundo se halla gentrificado”. Su ingenio me ha dejado fascinado en más de una ocasión; es imposible no humanizar a alguien que te muestra hasta sus vísceras, que no tiene nada que perder.
No suelo poner adjetivos calificativos a las novelas, puesto que creo, que en cierto modo es reducirlas. Sin embargo, de La próxima vez que te vea, te mato me veo en la necesidad de puntualizar que es una novela ingeniosa, entretenida y directa. Justo lo que se espera de una novela. Personajes como Javiera y sus ideas radicales ya forman parte de la voz de una generación. Creo que sus gritos de furia no son más que la realidad de la mayoría de los ciudadanos llevada al extremo. La lucha contra la capitalización de los sentimientos tiene un nuevo referente, que baila al ritmo de Bad Bunny y llora con la melódica Lana del Rey como todos nosotros; ¿cómo no identificarnos con Javiera si no es más que nuestros pensamientos intrusivos materializados en la figura de una kamikaze?
Odio cuando el café me quema la lengua, pero estoy acostumbrado a sentir la quemazón que anuncia que esa mañana seré algo más productivo. Odio mojarme el bajo de los pantalones, pero no voy a renunciar a su medida, tan anchos que no se vea si voy en zapatillas o en chanclas. Odio a Elon Musk y a los youtubers que invierten en criptomonedas, eso era cierto. Odio la luz fría y las salas de espera, pero me encanta conversar en las cocinas de madrugada y he cruzado miradas cómplices con desconocidos en estos espacios que me han llenado de vida. Odio las despedidas y el rock and roll, pero confieso que a veces escucho In the end de Linkin Park, que habla un poco de esto. Odio el final de una montaña rusa, pero siempre me vuelvo a subir. Creo que lo que le pasa a Javiera es que no ha entendido que la línea que separa el odio y el amor es discontinua, y nos pasamos la vida acelerando y adelantando por la izquierda. Ella se perdió por no entender la relación entre ambas y querer separarlas en lugares alejados. No entendió que el motor que alimentaba su furia era el propio amor y no petróleo.
Fortaleza, crisantemos amarillos y tú misma
“¿Los ángeles son como la policía de Dios o su cuerpo de baile?” Javiera reflexiona en su paseo por un cementerio junto a Manuel. Los aspectos más góticos y gores de la novela son fascinantes. La simbología espiritual y el mundo de la astrología son el punto de color dentro de una personalidad tan escéptica como la de Javiera.
Un conocido delincuente con el que Javiera inicia una extraña amistad le recomienda estos tres elementos para su protección: fortaleza, crisantemos amarillos y tú misma. No deja de resultar irónico que lo haga en un gimnasio, uno de los espacios menos propicios para la espiritualidad del siglo XXI. Imposible ser espiritual entre cientos de carteles que te digan que creas en ti mismo y en la disciplina como fuerza de trabajo. Ningún astro al que responsabilizar de tu fracaso semanal en levantamiento de peso muerto. Javiera juega constantemente con esto y nos enfrenta a la absurdez vital en la que nos vemos envueltos: seríamos capaces de retrasar un asesinato tan solo porque no es un buen presagio hacerlo en un período de mercurio retrógrado.
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