Mysterium coniunctionis

La Belleza calma los naufragios existenciales mediante la oportunidad perennemente abierta de contemplación, devuelve al sujeto al interior de su propio ser
The post Mysterium coniunctionis first appeared on Hércules.  T.S. Eliot dejó escrito que el mundo no acabará con un aullido, sino con un susurro; pero mucho antes de que ese momento llegue los humanos habremos desaparecido, dejando atrás un único y casi imperceptible sonido: ese chirrido tenue, casi imperceptible, con el que las máquinas velan hoy nuestro sueño. Si no se puede hablar, lo mejor es optar por el silencio, para, a partir de él, de esa Nada plena de sentido, empezar a actuar otra vez. El silencio, como antes la acción, ambas partes complementarias de lo mismo, son el comienzo y el final de toda vida. El resto es palabrería: «This is the way the world ends/ not with a bang but a whimper».

La Belleza calma los naufragios existenciales mediante la oportunidad perennemente abierta de contemplación; mientras que la mera farmacología, al reducir dicha experiencia a una serie de procesos bioquímicos, trata de emular el resultado por medio de sus píldoras y ungüentos; pero, a diferencia del espectáculo o la evasión química, la Belleza devuelve al sujeto al interior de su propio ser. Incluso ante una capacidad sensitiva mermada al resultar carente de vista, tacto, olfato o gusto, la Belleza sigue resplandeciendo, puesto que su esencia reside en el interior de quien contempla, de una forma u otra, ese inmenso templo al que llamamos Cosmos. En la aproximación al vacío que la belleza resiste y adorna, está en nuestra mano una última y aún más perfecta posibilidad: alcanzar un alto grado de familiaridad con la muerte.

Ni en el viaje ni en el Amor es posible, estos días, una sola forma de vaciamiento pleno o entrega desinteresada. Por culpa de la degradación de lo material a consecuencia de la tecnificación y el nihilismo: presente por igual en paisajes y personas. Despojado de otro ritual que el del consumo, el sujeto contemporáneo asume la imposibilidad de toda trascendencia o relación espiritual con el Otro; y el resultado de todo ello es la caída en un profundo abismo nihilista que todo lo anega hasta teñirlo de espesor negro y desazón. La crueldad y el cinismo, el interés egoísta de la razón instrumental, tomarán el hueco antes dejado a la esperanza y al corazón. Ignorar la importancia de los afectos es una parte relevante de la renuncia propia de quien se ha asumido frente a un espejo tibio como un autómata.

La cada vez más próxima y evidente Tercera Guerra Mundial, como se sabe y se repite machaconamente tras la finalización de su predecesora, será también la última y definitiva; eso ocurrirá gracias a la generosidad de la Técnica y sus maravillosos avances armamentísticos: la energía nuclear, la cibernética, el control mental y tantos otros descubrimientos que amenazan a la supervivencia de lo humano. Como alternativa, se erige una única vía erigida dentro de esta gigantesca «Tierra Baldía» en la que se ha convertido Occidente: el camino de la coincidentia oppositorum tal y como lo estudió Carl Gustav Jung en la obra que él mismo consideraba como definitiva dentro de su propia bibliografía: el Mysterium coniunctionis: investigación sobre la separación y la unión de los opuestos anímicos en la alquimia (1956).

No hay otra forma de vida más poderosa de lo divino, en el plano humano, como el Amor; ni siquiera el más excelso Arte humano, la más perfecta «operación alquímica» o el rastro de Belleza natural más inefable son comparables al vasto poder de Eros, el mayor daimon, el más fundamental de entre los vínculos mágicos. Solo los amantes sobreviven al paso del tiempo, a la muerte, al vacío, puesto que ellos son un instante eterno de Dios, una respuesta solvente a la muerte y la esencia que conforma al vacío.  En esta época de Kali Yuga, sin embargo, se ha producido una auténtica guerra de los sexos, una primacía de la tierra como elemento encarnado en la diosa Cibeles, tal y como indica Alexander Dugin, una venganza de la Madre Lunar por tantos siglos de persecución, una involución fatal e igualmente desproporcionada (por revanchista) en los afectos naturales.

Lo femenino está sobreexpuesto, debido a su inminente sacrificio. El vientre natural será sucedido por el vientre artificial igual que a la madre popular le ha sustituido la Gran Madre estatal. La «Civilización del Espectáculo» y del «Simulacro» de forma el rostro de lo sexual, de lo lunar y de lo espiritual para crear categorías religiosas e ideológicas en las que constreñir auténticas perversiones de las posibilidades reales que estos encuentros místicos encierran. El feminismo, como la pornografía o el hedonismo nihilista, son manifestaciones del control que el Sistema ejerce en estos ámbitos bajo una aparente liberación. Es la primacía del Odio sobre el Amor; en un Eón donde ante todo debería primar el espíritu en su forma más perfecta: por medio de la hegemonía del Amor. La inversión satánica de esa posibilidad es la que ha albergado una «Era del Horror» de manera tan incuestionable, encerrando a todos aquellos que no consiguen salir de esa variación subterránea del ser y del existir en el más profundo de los infiernos para el alma, la mente y el espíritu.

Después de varios siglos sometidos al dominio judeocristiano de Occidente, el predominio de lo solar ha dejado paso a una inversión terrible: la venganza de lo lunar. Se trata, en ambos casos, de una versión degradada, tanto del Dios-Padre masculino, primero, como de la Diosa-Madre femenina, después. Al alejarse, en tiempo de desacralización, de todo discurso teológico verdadero; cayendo, a cambio, en un mero discurso religioso, ideológico y racional-cientificista que desprecia el mito, ni siquiera esta inversión es real, sino un simulacro más de tantos, por eso decimos que la mujer de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI únicamente se ha masculinizado adoptado para sí los peores comportamientos del patriarca solar secularizado… Algo muy conveniente, tanto en un caso como en otro, para el ideal burgués de la Modernidad, para la ideología de la técnica y para la potencia industrial del Capital.

La horizontalización propone la destrucción de toda dualidad; pero no mediante la cópula alquímica ni el «pneuma» de los gnósticos, sino a través de la dominación por medio de un sistema impositivo. El nigredo alquímico, en cambio, es como la «Sombra» del yo o el inconsciente que completa la consciencia, igual que el sueño lo hace con la vigilia: mediante el «Doppelgänger» complementario o alter ego sombrío. Así el Caos debe ser reivindicado como contrario al Orden; y la oscuridad como opuesto a la Luz: fuerzas aparentemente irreconciliables que se completan en el vaciamiento de las unas sobre las otras: en la mirada del Otro que, como espejo de entre todos los espejos, nos devuelve al Ser más profundo e insospechado que hay en uno. Donde el Uno supremo del que somos parte, del que emanamos, y al que constantemente volvemos, es la suma de todos los fragmentos y no la subyugación de estos, como cree la adulteración secularizada del mismo principio.

La civilización del odio no está fundada en el Caos, más bien lo está en todo lo contrario: el dominio impositivo del Orden bajo una forma represiva: sea lo lunar o sea lo solar aquello que es perseguido. Si Caos es el dios primigenio, el más antiguo y principal del Panteón que compone el Cosmos, ninguna deidad es más bella que la última de todas: Eros. Nadie conduce a la virtud con la deliciosa rectitud del sentimiento amoroso que logra reconducir las más bajas pasiones hacia un proyecto elevado del Ser. El Amor, entendido por Aristófanes como hijo de la Noche (Nýx) y el Cielo (Éter), como hermano de la Tierra (Gea), es sin duda la más bella obra jamás imaginada a partir del Caos.

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