Necesitamos un Cincinato

Necesitamos un Cincinato. Alguien que no tenga que depender de la política para vivir, alguien que sea capaz de anteponer el bien común al propio
The post Necesitamos un Cincinato first appeared on Hércules.  Siempre me ha impresionado agradablemente el cuidado que los planes educativos italianos tienen de cultivar el legado clásico. Pero no sólo en el ámbito docente; cuando paseo, en alguna de mis estancias investigadoras, por las calles de Roma, me llama poderosamente la atención cómo en los quioscos se venden comic para niños narrando los mitos griegos y romanos. Y dado que nihil volitum nisi praecognitum, este conocimiento hace que se valore el pasado, se cuide y siga siendo fuente de inspiración cultural y artística. En España, donde una desgraciada legislación ha ido destruyendo desde los años ochenta nuestro nivel educativo, hemos arrinconado toda esa riqueza que está en la base de lo que somos, empobreciéndonos humana y culturalmente, reduciendo el conocimiento de nuestras raíces grecorromanas a una minoría, vista a veces con aires de superioridad y condescendencia por quienes desprecian lo que consideran una antigualla sin valor ni utilidad.

Y, sin embargo, el conocimiento de Grecia y de Roma puede seguir aportando una valiosa ayuda a nuestra sociedad. Sus figuras nos recuerdan lo que un ser humano es capaz de llegar a hacer, mostrando ejemplos que, sin duda, nos son muy necesarios en medio de la terrible ramplonería en la que estamos sumergidos.

Uno de ellos, poco conocido hoy, es Cincinato. Su nombre completo era Lucio Quincio Cincinato y vivió entre el 519 y el 430 antes de Cristo, en la época de la república romana. Pertenecía a la clase privilegiada, el patriciado, y desempeñó varias magistraturas y oficios públicos, como los de cónsul, general y, por dos ocasiones, dictador. No se asusten. En Roma la dictadura era una magistratura prevista en el orden jurídico que consistía en dar plenos poderes, por un tiempo limitado, a una persona designada por el Senado, ante una emergencia militar o una situación excepcional. Entre los dictadores estuvieron Sila y Julio César. Cincinato, dedicado a las tareas agrícolas, pues se había retirado a sus posesiones disgustado del funcionamiento de la política romana, fue llamado a mediar en un conflicto entre los tribunos y los plebeyos, y para ello el Senado le designó cónsul sufecto, una tipología peculiar del consulado, que sustituía al cónsul ordinario; tras solucionar el problema, regresó a sus ocupaciones en el campo, de las que volvería a tener que salir dos años más tarde, en el 458, cuando el Senado le nombró dictador para afrontar la guerra contra los ecuos, a los que derrotó, volviendo de inmediato a su labor agrícola, a pesar de que podía aún prorrogar su mandato. En una segunda ocasión, esta vez el 439 a. C., teniendo ochenta años, se le nombró de nuevo dictador para contrarrestar el intento de golpe de estado de Espurio Melio.

El modelo por el bien común

El ejemplo de Cincinato se ha presentado como el mejor modelo de político exclusivamente interesado por el bien común. En Estados Unidos, tras la Independencia, se identificaría a George Washington con él, dado que el primer presidente norteamericano, tras dos mandatos, se retiró a su granja. La ciudad de Cincinnati recibió tal nombre en su honor. La imagen del político dejando el arado para acudir al servicio de la res publica es un verdadero icono, convirtiendo a Cincinato en ejemplo de rectitud, honradez e integridad.

Obviamente, cuando observamos nuestra clase política no podemos dejar de lamentar lo alejada que está, en numerosas ocasiones, de este modelo. La política española está cuajada de figuras mediocres, de ambiciosos sin escrúpulos, de ignorantes que no serían contratados por ninguna empresa seria, de advenedizos que han hecho del que tendría que ser un oficio de servicio a la comunidad una vía para el enriquecimiento. Algo común a todos los grupos políticos sin excepción. Da la impresión de que, como en la Ley de Gresham, los malos políticos expulsan a los buenos. Una dolorosa realidad que se ha acelerado en los últimos años, cuando la selección de quienes se dedican a la política nos ha traído toda una caterva de ineptos, llenos de soberbia y engreimiento, intelectualmente inanes, sólo capaces de repetir las consignas dictadas por el aparato del partido.

El panorama es verdaderamente desolador. La situación generada por estos siete años de Sanchismo, con un total desprestigio de todas las magistraturas, convertidas en muchas ocasiones en ejecutoras de las decisiones tomadas en Moncloa, requeriría de una profunda renovación de nuestra clase política, devenida en auténtica casta según el vocabulario de uno de sus principales críticos antes de que al tener poder reprodujera hasta la saciedad lo criticado. Y, sin embargo, no se ve ninguna figura capaz de asumir, incluso con el desgaste que eso conllevaría, una profunda regeneración. Lo que se divisa en el horizonte es más mediocridad, más de lo mismo, simplemente sustituir unos mediocres por otros. Cuando lo que se requiere es afrontar los urgentes y graves problemas de la sociedad española, desde la situación de las pensiones, que resulta insostenible, al reto demográfico, los problemas derivados de la inmigración o los problemas de cohesión del Estado que irán surgiendo de las continuas cesiones a los nacionalistas periféricos, entre otros. Triste panorama, que no deja de ser tremendamente inquietante, pues el hartazgo, muchas veces silencioso, de gran parte de la sociedad española, puede conducir a la búsqueda de soluciones populistas, que pongan en riesgo –más aún si cabe que en la actualidad- nuestra calidad democrática.

El Sanchismo pasará, antes o después. Y estoy convencido de que incluso sus más fanáticos partidarios, los y las charos pedrettes, dirán que sólo pasaban por ahí, que qué les cuentan de un tal Pedro. Pero los daños a la vida pública española seguirán supurando años. No ha habido institución que no haya sufrido desprestigio, que no se haya visto afectada por escándalos, que no haya sentido la caricia de nuestro rey Midas a la inversa. Recuperar el prestigio, desde la Fiscalía General del Estado al Tribunal Constitucional, desde las Cortes a los ministerios, desde los servicios públicos como la televisión a las instituciones culturales, exigirá estadistas de altura, capaces de mirar a largo plazo y no hasta las próximas elecciones.

Necesitamos un Cincinato. Alguien que no tenga que depender de la política para vivir, alguien que sea capaz de anteponer el bien común al propio. Alguien en quien prime la honradez, la rectitud, el servicio a la comunidad. Pero, desgraciadamente, no lo encuentro.

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