El mecanicismo, la «magia negra», que diríamos, es la postura fundamental del hombre moderno y «prometeico», dominado por la hybris, en su relación de voluntarismo relativa al mundo exterior
The post Obra en Rojo first appeared on Hércules. Existe una leyenda gnóstica según la cual Adam, el primer hombre, fue expulsado del Edem por derramar su simiente, quedándose sin fuego, arrojado a un mundo de tinieblas al que por su culpa fue arrojado el conjunto de su prole por los siglos de los siglos. En palabras del controvertido ocultista Samael Aun Weor: «El fuego del Espíritu Santo es el Kundalini, fuente de toda vida» porque «La pasión sexual tiene su asiento en los luciferes. Cuando el hombre se dejó seducir por los luciferes derramó el aceite de su lámpara y quedó en tinieblas. Entonces salió del Edem por las puertas del sexo, y entró en el reino de los luciferes, por las puertas del sexo». Mediante el dominio de los vínculos, a través de esa deidad superior que es Eros, el ser humano puede dejar atrás las tinieblas y volver a reintegrarse en la luz.
Se trata de una relectura luciferina del Génesis, ese libro de libros, donde el hombre se libera a sí mismo por medio de un fuego que le permite rebelarse contra el orden cósmico, imponiendo su propia voluntad mágica sobre la voluntad de las deidades establecidas. Continuando con esta leyenda gnóstica, a cada hombre le corresponde un demonio, una serpiente cósmica, una encarnación de Lilith, que acude a través de su lujuria. El Maiasura hindú, como el Prometeo Griego, representa la Piedra Filosofal que los alquimistas medievales y los cabalistas gnósticos han buscado durante siglos. Por eso la «Obra en Rojo» del Albedo alquímico se representa con el color ígneo del fuego. Sobre este color escribió Ernst Jünger: «Simboliza lo oculto o lo que hay que esconder o cuidar, en particular el fuego, el sexo o la sangre».
Que la Modernidad es Prometeica en todo, empezando por su relación con la Naturaleza, como se muestra abiertamente a través de la evolución de la técnica que nos ha llevado, tras siglos de trabajo, hasta la actual etapa de la Inteligencia Artificial y el Transhumanismo, se ha vuelto evidente, demasiado evidente. La vinculación luciferina de esta «Obra en Rojo», sin embargo, todavía levanta escepticismo entre cierto público que se autodenomina como “culto”. Prometeo, esa versión más amable de Lucifer para el ciudadano biempensante, es el conquistador de la Naturaleza desde la noche mítica de los tiempos, una figura de «ángel caído» que reina sobre el mundo intermedio y que nos ha llevado desde la cocción de los alimentos al sueño de la inmortalidad física, la concepción artificial o la clonación del genoma humano.
Como hemos señalado en alguna otra parte, la Modernidad no ha dejado de ser mágica por declararse racionalista, más bien todo lo contrario, como evidencia Lewis Mumford en su imprescindible Técnica y civilización (1934): «Entre la fantasía y el conocimiento exacto, entre la ficción y la tecnología, hay una estación intermedia: la de la magia. Fue en la magia donde comenzó definitivamente la conquista general del medio externo». Y por eso podemos confirmar, sin miedo al escarnio, que son magos negros todos aquellos que quieren consumar dicha tarea.
Un mago, según la reputada voz de Aleister Crowley, es aquel que impone su voluntad sobre la Naturaleza, esto es, sobre la propia voluntad divina. La astucia humana es, como explica Pierre Hadot empleando el término mechané, la que fuerza a la Naturaleza a hacer aquello que en esencia va contra sus propios mandatos: «La mecánica apareció como técnica consistente en producir movimientos aparentemente contrarios a la naturaleza, en obligarla a hacer lo que no puede hacer por sí misma, gracias a instrumentos artificiales y fabricados, máquinas de guerra o autómatas». La magia negra se distingue, dentro de este proceso, por violar específicamente las leyes divinas que rigen la Creación, anteponiendo el beneficio o la voluntad del propio mago a todo vínculo con Dios.
Para Mumford, una vez más, «la magia orientó el espíritu humano hacia el exterior» porque «la magia, como la fantasía pura, es un atajo hacia el conocimiento y el poder». El enfrentamiento acontecido en la Grecia arcaica entre filósofos («hijos de Sophia») encomendados al saber y físicos (de physis) encomendados al estudio concreto del cosmos dará lugar a una guerra mágica entre teólogos y filósofos seculares, una pugna puramente escatológica entre las fuerzas blancas de la divinidad y las fuerzas oscuras del Sendero luciferino de la Mano Izquierda.
Para los servidores de Dios, la libertad se encuentra, paradójicamente, en el acatamiento de Su voluntad; mientras que, para los servidores de ese «ángel caído» que es Prometeo, más conocido como Lucifer, la liberación del hombre se encuentra en el empleo de los vínculos, y sobre todo de los vínculos eróticos (leamos: magia sexual), para someter el mundo exterior a la voluntad del propio mago. Si Prometeo, como antes Lucifer, es el emblema de quien «descubre con astucia y violencia los secretos de la Naturaleza», al decir de Hadot en El velo de Isis (2004), «la otra actitud con respecto a la Naturaleza se la dedico a Orfeo».
Siguiendo un verso de Rainer Maria Rilke en sus Sonetos a Orfeo (1923): «El canto es existencia» (Gesang ist Dasein); y también es algo que asegura un personaje atrapado en el corredor de la muerte de la novela Angels (1983), de Denis Johnson: «No pueden matarme porque tengo el poema. El poema vive eternamente. El día en que lo escribí entré en relación con las fuerzas creadoras». Cuando un humano escribe con espíritu, se genera un egreror inmutable; y cuando lo hace una máquina se genera una base de datos sujeta a una continua actualización: en ese rasgo mágico reside la gran diferencia que imposibilita la singularidad.
El fuego prometeico busca arrebatar a los dioses un poder, mientras que el fuego órfico busca revelar desvelando «progresivamente», a la manera iniciática de los misterios eleusinos, los secretos de la Naturaleza. De nuevo lo clarifica Hadot: «Mientras que la actitud prometeica está inspirada por la audacia, la curiosidad sin límites, la voluntad de poder y la búsqueda de la utilidad, la actitud órfica se inspira, por el contrario, en el respeto ante el misterio y ante el desinterés». Si la magia, la relación con los vínculos y el mundo exterior, es inevitable en el hombre, en la postura hacia ella se define un camino espiritual a recorrer en el corazón de cada hombre.
El mecanicismo, la «magia negra», que diríamos, es la postura fundamental del hombre moderno y «prometeico», dominado por la hybris, en su relación de voluntarismo relativa al mundo exterior. Por eso la «joya de la corona» de este proceso es la filosofía moderna, que ha abandonado a Dios y a Sophia en favor de la Razón y la secularización, y para la que el Ser ha quedado huérfano de la Idea, de la Sustancia que lo habita, en un mundo condenado a la inmanencia de un ateísmo que no es sino máscara de la negación de Dios, de la inversión de lo divino en favor de lo demoníaco. Es un camino recorrido por el idealismo alemán y el panteísmo materialista, por G.W.F. Hegel y por Baruch Spinoza. Si bien todo ello se remonta, en su actual despliegue, a la revolución mecanicista del siglo XVII iniciada por Galileo Galilei.
La desvinculación con la idea, el cogito que reduce el pensar a los parámetros evidentes de la materia, nos lleva, bien al racionalismo iluminista, bien al irracionalismo romántico, pero nunca a la Verdad o a la Sabiduría de los antiguos filósofos. Es algo que Giorgio Colli muestra en su imprescindible opúsculo El nacimiento de la filosofía (1975): «El es significa la palabra que salvaguarda la naturaleza metafísica del mundo, que la traduce en la esfera humana, que manifiesta lo que está oculto. Y la diosa que preside esa manifestación es Aletheia, la verdad». Esa verdad es, en palabras de Parménides, «el corazón que no tiembla», esa «naturaleza oculta de las cosas» que los modernos hemos olvidado.
Del contacto con una Naturaleza reducida a materia, de un Dios anclado a lo inmanente por los filósofos modernos y demás cabalistas, nacerá el telescopio y el microscopio, los rayos X y la fisión del átomo, el vértigo de un universo cuantitativo despojado de toda cualidad espiritual. Para René Descartes, la verdad moderna es «hija de los esfuerzos colectivos de la humanidad», mientras que la verdad inmutable de San Agustín no está sujeta al tiempo, por cuanto nace de la revelación de los misterios de Dios a los primeros hombres. Si Isis es la diosa oculta tras el velo de la Naturaleza, Aletheia es la diosa que no está oculta ni necesita el decir de los sofistas para revestir su verdad imperecedera de vanas palabras con las que conquistar a los hombres.
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